Cuando apenas tenía nueve años se inició en la prostitución. A los 13 le diagnosticaron VIH y tenía una fuerte adicción a la cocaína, en la que encontró su único escape a la violencia que sufría por negarse a ser “hombrecito” como los demás niños. Actualmente tiene 46 años y lucha por dignificar el trabajo sexual, prevenir enfermedades de transmisión sexual y eliminar la discriminación por motivos de sexo y género. Esta es la historia de Kenya Citlali Cuevas, la defensora de los transexuales en la CDMX.

Como cualquier otra noche, esa del 29 de septiembre de 2016, Kenya y sus compañeras platicaban recargadas en una de las paredes de la Avenida Puente de Alvarado, a la altura de Insurgentes, en espera de clientes. Sus cuerpos perfumados, envueltos en vestidos como de fiesta, los tacones altos y las cabelleras bien peinadas llamaron la atención de un hombre con actitud insolente, quien fue rechazado por todas las trabajadoras sexuales, excepto por una: Paola Buenrostro.

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Unos metros después de haberse subido al automóvil del cliente, Paola pidió auxilio a gritos. Fue inútil. El hombre le disparó en tres ocasiones y ella murió mientras sus compañeras corrían para brindarle ayuda.

En cuanto alcanzó al vehículo que se encontraba detenido, Kenya Citlali Cuevas enfrentó al sujeto. Él volvió a jalar del gatillo, pero, por fortuna, la bala se atascó. Segundos después Kenya y sus compañeras evitaron que el hombre se diera a la fuga.

Más tarde, en el Ministerio Público, las autoridades decidieron dejar en libertad al hombre, quien había sido detenido en flagrancia, Cuando Kenya y sus compañeras exigieron justicia, el juez les contestó: “Si ustedes son putas de la esquina ¿quién les va a hacer caso?”.

Esa noche del 29 de septiembre de 2016, el asesinato de Paola Buenrostro visibilizó los transfeminicidios en México y desató las exigencias de inclusión, tanto de trabajadoras sexuales, como de las transexuales, quienes todos los días son víctimas de violencia machista y homofóbica.

Datos de la organización Brigada Callejera estiman que cerca de 70 mil trabajadoras sexuales y transexuales de la CDMX salen a trabajar sin la certeza de regresar con bien a casa, puesto que su vida está bajo una amenaza constante y nada ni nadie les garantiza su seguridad.

Actualmente, México ocupa el segundo lugar en la lista de países con más transfeminicidios en el mundo, solo superado por Brasil, de acuerdo con estadísticas del Centro de Apoyo a las Identidades Trans (CAIT).

Kenya Cuevas
Foto: Jairo Ahuactzin Barrientos

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Perdí mi infancia por 400 pesos

Durante su infancia, Kenya Citlali Cuevas recuerda que ella prefería jugar con las muñecas: “No me gustaban los balones, entonces, mis hermanos me ofendían física y verbalmente. La única que me defendía en ese entonces era mi abuela materna. Desgraciadamente, cuando yo cumplo nueve años, ella falleció”.

Harta de la violencia en su familia, Kenya escapó un día y se fue a caminar a la Alameda Central. “Yo ya había decidido no regresar jamás a mi casa”, recuerda.

Al caer la noche, Kenya vio la silueta de una mujer a lo lejos. Al acercarse a ella, la niña se percató que no era como las demás mujeres. Tenía algo especial. De inmediato, Kenya Citlali Cuevas se identificó con ella, a pesar de que no tenía idea de lo que era una mujer transexual. Sin embargo, fue en ese instante cuando supo que en realidad ella era una niña, y no un niño, como todos le obligaban a creer.

—Quiero ser como tú —dijo Kenya a la mujer que estaba parada sobre la Avenida Juárez, esquina con Balderas.

—Ponte a trabajar —respondió ella. “Eso sí, cobra 400 pesos”, agregó.

—¿Y cómo?

—Háblale a los carros. Ellos solitos te van a llevar a un hotel.

Minutos más tarde un auto se detuvo. Kenya Citlali Cuevas, aún con ropa y aspecto de niño, se subió al coche. Estaba nerviosa, pero veía en aquel cliente una salida. El conductor avanzó sin objeción. Era 1983.

—Me quiero ir de aquí. No aguanto la violencia. Llévame a tu casa— suplicó Kenya.

El hombre se echó a reír y, con un tono compasivo, contestó: “No te puedo llevar a tu casa. Yo me metería en un problema jurídico, pero lo que puedo hacer es pagarte un hotel una semana y dejarte dinero pa’ que comas”.

Kenya aceptó la oferta, con tal de no regresar a su casa esa noche.

Al llegar al hotel, el hombre la acarició, ambos se masturbaron, no hubo penetración. Luego comieron y se quedaron dormidos. Sin embargo, esa no fue la primera experiencia sexual de Kenya Citlali Cuevas, puesto que, confiesa, vivió situaciones similares con sus compañeros de la primaria.

El lugar en el que pasó esa noche resultó ser el hotel Mazatlán, cerca del Metro Salto del Agua, que en aquellos años servía como casa hogar para trabajadoras transexuales en la CDMX.

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Al siguiente día, Kenya Citlali Cuevas conoció a dos transexuales que la ayudaron a convertirse en mujer, aunque ella solo quería convertirse en niña. Si quieres ganar dinero, tienes que verte atractiva, le dijeron.

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Foto: Tomada de Facebook.

Por eso, con el dinero que ganó la noche anterior, sus dos nuevas amigas la llevaron al “Castillo de la Fantasía” —detrás de la Catedral Metropolitana, en el Centro Histórico—, una tienda en la que comprarían ropa, medias, tacones, pelucas, pestañas y maquillaje.

Antes de eso, Kenya, asegura, nunca se había comprado algo para ella sola.

“Llegamos al hotel y me empezaron a arreglar. Yo puse mucha atención al proceso y, al terminar, la verdad me quedé contemplándome en el espejo, y por primera vez me identifiqué con mujer”, recuerda.

Esa noche la llevaron a la esquina de Álvaro Obregón e Insurgentes, en la colonia Roma, donde la presentaron ante la madrota, quien de manera breve le explicó la forma de trabajo:

—A ver, niña, aquí se trata de lo siguiente: te vamos a poner a trabajar y con el primer cliente le tienes que pedir tu salida. Consta de mil 200 pesos diarios.

“Cuando yo empiezo a ver esta dinámica de ganar dinero fácil y rápido. Entonces decidí que a esto me iba a dedicar”, comenta.

A los 13 ya tenía VIH y era adicta

“Al principio esperaba que el cliente me preguntara si yo consumía y si traía. Ya después yo le preguntaba al cliente: ‘¿oye, traes droga?’. Más adelante ya ni preguntaba, si no traían, los trabajaba y con ese dinero iba y consumía droga”, relata.

La cocaína, la piedra, el alcohol y el cigarro se convirtieron en su forma de escapar de la realidad. Para Kenya Citlali Cuevas nada tenía sentido si no consumía alguna sustancia.

Fue así que un día, la niña de13 años acudió a realizarse una prueba de VIH, que resultó positiva, situación que la llevó de nuevo a la calle, donde le fue imposible atenderse médicamente.

“Yo limpiaba parabrisas, me quedaba en los parques, ponía mis lonitas. En el día, me mojaba el cabello en las fuentes. Pedía dinero en la Alameda o en Garibaldi y así juntaba para mi droga.

“Hasta los 28 años, yo viví una situación con esa categoría, usando drogas, viviendo en la calle, sin tratarme el VIH. Entonces te imaginas la baja de peso que yo tenía, las condiciones en las que me encontraba”, recuerda.

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Tú vendes la droga

Casi 20 años después de haberse iniciado en la prostitución, Kenya Citlali Cuevas ya había estado en diversos albergues en los que nunca encontró estabilidad ni logró alejarse de adicciones. La libertad con la que vivía solo se la daba la calle. Así vivió hasta que, al cumplir 28 años fue arrestada y sentenciada a 24 años de prisión por daños contra la salud, posesión, distribución y venta de siete kilos de cocaína.

“Llegué a uno de los picaderos (fumaderos) que existen en Garibaldi. Eran departamentos donde te dejaban entrar, te vendían la droga y ahí mismo la podías consumir. Se acababa y te sacaban. Cuando yo estaba pagando mi droga a la señorita que me vendía, en ese momento entra la Policía Federal, con armas en mano y encapuchados, y nos tira a todos al suelo”

—¿Desde cuándo vendes droga? —le preguntaron los agentes de la PF.

—No, yo solo consumo —contestó Kenya.

—¡No te hagas pendeja!

Sin decir más, la detuvieron, la subieron a una camioneta y la trasladaron al Reclusorio Norte. Tres semanas después le notificaron la sentencia y los cargos.

Once meses después, Kenya Citlali cuevas fue trasladada a Santa Martha para tratarse el VIH en un centro especial, el dormitorio 10, donde colocaban a los presos que habían resultado positivos, sin distinción de sexo.

“Llego a Santa Martha y pues sí, me percato que efectivamente estaban las personas con VIH, pero todos se morían, y según estaban en tratamiento”, comenta Kenya, quien recuerda que a ese dormitorio lo conocían como “el cuarto del despegue”, porque quien entraba ya no salía.

Durante su paso por “el cuarto del despegue”, Kenya acompañó a por lo menos 200 personas, quienes fallecieron en sus brazos. “La satisfacción que tenía con ellas es que por lo menos antes de morir les saqué una sonrisa. Los dejé tranquilos”, confiesa.

Luego de varios fallecimientos, se dieron cuenta de que los medicamentos antirretrovirales que les daban no se vendían en farmacias, sino que el proveedor era un laboratorio —en convenio con autoridades de la penitenciaría— a modo de experimento.

“Así empecé a cuidar a estos enfermos, a acompañarlos en su agonía, en ese momento de sufrimiento. Les empecé a limpiar los pañales, la cama, a darles alimento en la boca, y eso me creó una empatía con esa población en específico”, asegura Kenya, quien pronto se convirtió en una líder entre las personas con VIH, principalmente de la comunidad transexual en la CDMX.

“Me empecé a dar cuenta sobre el abandono social e institucional que sufren estas personas y yo decidí cuidarlas”, dice Kenya, quien se formó como promotora en prevención y tratamiento de VIH, gracias a la cercanía que tenía con la Clínica Especializada Condesa, la cual, luego de una intervención de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México, se hizo cargo de los tratamientos que se suministraban en “el cuarto del despegue”, junto con la Secretaría de Salud local.

Con esto, Kenya logró garantizar el derecho a la salud, a la libertad y a la reinserción de los presos con VIH, quienes en el dormitorio 10 pasaron de ser 40 a 800 personas atendidas bajo un tratamiento de calidad.

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Foto: Gabriel Rivera.

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Reinserción y labor social

Quince años después de haber pisado la cárcel, Kenya recuperó su libertad y volvió a la prostitución, por la falta de oportunidades. La diferencia es que la ahora joven tenía la intención de cuidar a las personas, principalmente a quienes se dedican al trabajo sexual, a los clientes y, en general, a todos los transexuales en la CDMX.

Con ayuda de la Clínica Condesa, Kenya empezó a regalar condones, a promover las pruebas de VIH y a ayudar a sus compañeros con sus tratamientos.

“Yo llegaba a los lugares donde la sociedad civil no llegaba: a los dormitorios, a la población, a los baños. Llegaba y les daba condones, les hablaba del VIH, les decía ‘cuídense’. Empecé a crear una ruta de acompañamiento integral, en el cual hablábamos de la importancia del tratamiento, había sensibilización.

“Ahora, gran parte de esas mujeres siguen indetectables después de su tratamiento. Cada vez que me las encuentro en el camino, no tienen palabras para agradecerme. No encuentran qué darme, qué invitarme ni nada, por el agradecimiento que tienen por la ayuda que les brindé”, confiesa Kenya.

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El nuevo reto de Kenya Citlali Cuevas

Después de vivir el homicidio de Paola Buenrostro, Kenya entendió que su misión principal era luchar para lograr una verdadera inclusión y exigir total respeto para los transexuales de la CDMX y del país.

Fue entonces que las trabajadoras sexuales la empezaron a seguir, cerraron calles y protestaron para exigir justicia por Paola Buenrostro.

En 2016, Kenya Citlali Cuevas Fuentes fundó la asociación civil Casa de las Muñecas Tiresias con la finalidad de apoyar a todas las mujeres transexuales en la CDMX que no tienen oportunidades.

Con los años, ella se ha convertido en la defensora de los trans chilangos. Su influencia ha crecido tanto que, con apoyo del Gobierno de la CDMX , puso en marcha una casa hogar, en la que pueden residir dignamente hasta 22 mujeres trans.

Se trata de la Casa Hogar Paola Buenrostro, una vivienda de tres habitaciones, cuatro baños, cocina, sala, comedor, un espacio de recreación y otro de trabajo.

El nuevo refugio está ubicado al norte de la capital, en la calle Lázaro Cárdenas 59, en la colonia La Casilda, de la alcaldía Gustavo A. Madero, desde donde Kenya manda un mensaje: “La violencia sigue, nos siguen matando. Seguimos siendo invisibilizadas y criminalizadas. Aunque hemos logrado mostrar las problemáticas de los trans, hemos llamado la atención de medios, de academias, de empresas, para empezar a tratar el tema con la importancia que se merece.

“Yo sé que va a ser muy difícil poder sensibilizar a toda una cultura histórica, machista, a toda una sociedad, pero empezar por uno mismo, creo, es un gran comienzo. Nuestra venganza será que seamos felices”.

En febrero de 2020, el Congreso de la Ciudad de México discutirá la aprobación de la Ley de Infancias Trans, una propuesta que pretende reconocer la identidad de género de los menores transexuales en la CDMX, para que no tengan que sufrir la discriminación que vivió Kenya Citlali Cuevas, y puedan desarrollarse libremente en el ámbito escolar y laboral.

A continuación te compartimos el mapa de ubicación de la Casa Hogar Paola Buenrostro.

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