Coyotes, patos, chapulines, maíz, flores y ahuehuetes, entre muchos otros animales y plantas, son parte de la iconografía que representa las distintas rumbos o zonas de la Ciudad de México, y, junto con los volcanes y montañas que delimitan el extenso valle que habitamos forman imágenes en las que nos reconocemos.

De hecho, nuestro escudo nacional simboliza a las especies naturales de que habla el mito de la fundación de Tenochtitlan, y que son —o fueron— típicas del Centro de México: la serpiente de cascabel, el águila real, y un nopal florecido sobre una peña que emerge del lago.

A ello se añadieron una rama de encino y otra de laurel. El nuevo billete de 200 pesos, en circulación desde septiembre del año pasado nos presenta en su reverso al ecosistema de desiertos y matorrales de la reserva de la biósfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, en Sonora, reconocida como Patrimonio Mundial por la Unesco. Ahí vemos precisamente, a un águila que sobrevuela esta región, como el territorio de la nación independiente que conmemora en su anverso con los rostros de Hidalgo y Morelos.

De manera análoga, el prototipo del billete de 50 pesos que el Banco de México emitirá en 2022 lleva la imagen de un ajolote, propio de Xochimilco, como un símbolo de la mexicanidad y orgullo de ella, en un lugar que antes correspondió a héroes de la patria como Allende y Juárez. Así de importante es la biodiversidad como parte de nuestro patrimonio cultural, económico y vital. Al menos en apariencia.

Ilustración de Christian Hybrid

Sabemos que el ajolote es una especie en riesgo que sobrevive en criaderos protegidos. Desafortunadamente, otras especies de nuestra ciudad se encuentran en una situación semejante sin que se destinen recursos a su protección.

“Por lo menos tenemos cinco años que ha habido recortes en el presupuesto de la conservación y esto ha mermado mucho de los programas de conservación de las especies”, comenta María Esther Quintero Rivero, subcoordinadora de Especies Prioritarias de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio).

Respecto a ese presupuesto, con información de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) puede constatarse que, efectivamente, ha disminuido la cantidad de dinero que el gobierno federal destina a este rubro.

Por ejemplo: la Comisión Nacional de Áreas Naturales y Pro- tegidas recibió en 2018 mil 132 millones de pesos y para este 2020 la cifra se redujo a 869.5 millones, mientras que la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) pasó de 898 millones en 2018 a 793 millones en este año.

En lo que se refiere al gasto para Conservación y Aprovechamiento Sustentable de la Vida Silvestre para todo el país, en 2018 se destinaron más de 197 millones de pesos, 145 millones en 2019, y para este año sólo 100 millones.

Por su parte, el Programa de Recuperación y Repoblación de Especies en Riesgo en 2018 tenía 141 millones de pesos, en 2019 se redujo a 87 millones y hoy en 2020 el programa ya no existe como tal sino que se fusionó con el de Manejo de Áreas Naturales Protegidas, con el que comparte recursos aún más reducidos.

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La situación no es mucho mejor ni siquiera para el ajolote. El investigador Luis Zambrano González, del Instituto de Biología de la UNAM, considera que si Xochimilco tuviera el financiamiento necesario, todo el hábitat podría restaurarse en relativamente poco tiempo. Él calcula que con alrededor de 20 millones de pesos al año se podría incluso reactivar la agricultura tradicional chinampera.

Biodiversidad en riesgo

La Conabio, organismo intersecretarial del gobierno federal, identifica que las siguientes especies animales corren peligro de extinción en la Ciudad de México: tres aves, el gorrión serrano, el rascón azteca y el hormiguero cholina; un pez, el mexclapique; dos anfibios, la rana Tláloc y el ajolote; un reptil, la serpiente de cascabel de bandas cruzadas, y un mamífero, el conejo teporingo.

También algunas especies vegetales están en riesgo: un arbusto, el laurel de la sierra; una cactácea, el coameca-xóchitl o floricuerno; un helecho, el azul, y tres árboles, oyamel, pino azul y piñonero llorón.

Entre estas especies, algunas se clasifican como nativas y otras como endémicas. El biólogo Jorge Servín Martínez, del Laboratorio de Ecología y Conservación de Fauna Silvestre de la UAM Xochimilco, explica que las nativas son originarias de determinada región pero que se hallan también en otras partes, mientras que las endémicas son especies exclusivas de determinado lugar, en este caso nuestra capital.

La Secretaría del Medio Ambiente capitalina lo confirma y añade el registro de 30 especies de orquídeas nativas del Valle de México cuyas poblaciones solamente se hallan en la reserva del Pedregal de San Ángel.

Junto con las que están clasificadas como en peligro de extinción, hay otra categoría que identifica a las especies como amenazadas: son las que se encuentran en probable riesgo de desaparición en caso de que las condiciones que atentan contra su supervivencia perduren o se agraven. Si consideramos el total de las que están clasificadas en ambas categorías, la cifra llega a 75, incluyendo entre las endémicas a la biznaga, el árbol de manitas y la rana Tláloc.

Estos son algunos animales y plantas, chilanguísimos todos, que necesitan que las autoridades garanticen su protección y que los ciudadanos actuemos con responsabilidad para que puedan perdurar, pues su riesgo de extinción es principalmente consecuencia de nuestras acciones.

Teporingo

Foto: Miguel Ángel Sicilia

Es pequeñito, de color pardo y con una cola diminuta. También le llaman zacatuche, porque se alimenta de zacate, o conejo de los volcanes, pues es propio de las laderas del Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, el volcán Tláloc de Milpa Alta y el Ajusco.

Aunque llegó a habitar incluso en zonas de Ixtapaluca y Texcoco, ahora se encuentra en peligro de extinción tanto por la ampliación de zonas de cultivo que han acabado con muchos pastizales como por la acción de animales depredadores y de la cacería ilegal.

Gorrión serrano

Es un pájaro de no más de 12 centímetros de largo. Tiene espalda, alas y cola de color ladrillo con líneas oscuras y el pecho blanco. Su población se restringe al sur del Valle de México, a los remanentes de zacatonal de las alcaldías de Tlalpan y Milpa Alta. Su principal amenaza es que cada vez tiene menos pastizales donde anidar.

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Mexclapique

Tras la extinción de varios tipos de carpa de los canales y lagos de la capital, el mexclapique o mexcalpique fue uno de los peces que más abundaron en los canales y lagos de la cuenca del Valle de México.

Actualmente apenas se le puede encontrar en algún canal de San Gregorio, en la alcaldía de Xochimilco, o en zonas protegidas, como el lago Nabor Carrillo en Texcoco.

Mide apenas de una a dos pulgadas, por lo que no resulta de interés para la pesca, uno de los factores que le han permitido sobrevivir, junto con su adaptabilidad a los estanques o los cambios de alimentación.

Rana de Tláloc

Se le conoce también como rana tlaloci. Tiene coloración en tonos cafés, manchada o de tipo leopardo, y llega a medir poco más de seis centímetros.

Aún es posible encontrarla en el lago de Xochimilco, de ahí que otro de sus nombres sea rana de Xochimilco. Se asocia al dios de la lluvia por su parecido con las figuras en piedra halladas en los templos mexicas a Tláloc, como el Templo Mayor.

Rana fisgona mayor

Su nombre no debe confundirnos en cuanto a su tamaño: es pequeñísima. Se caracteriza por su color pardo y el pecho blanco cuando lo infla, pero sobre todo porque su croar asemeja un silbido o la estridulación de los grillos. También es conocida como rana del Pedregal, porque es endémica de nuestra ciudad y habita en los campos de lava del volcán Xitle.

Cacomixtle

Foto: Miguel Ángel Sicilia

Conocido también como gato minero, su nombre en náhuatl es tlacomiztli, que quiere decir mitad felino, y seguramente de su pronunciación se deriva su nombre en español.

Su color es pardo, pero el contorno de sus ojos es mucho más claro y en forma de antifaz; como su cola es de pelo largo y esponjado, con rayas oscuras, parece un pequeño mapache cuyo cuerpo no supera los 40 centímetros.

Diversas fuentes periodísticas señalan que está en peligro de extinción, pero sus hábitos nocturnos y su capacidad para comer de todo le han permitido adaptarse a la pérdida de las áreas boscosas de Tlalpan, Cuajimalpa y los municipios mexiquenses aledaños, por lo que de vez en cuando se le llega a ver hurgando en la basura de zonas habitadas o en algún parque.

El ajolote, un caso aparte

Foto: Ilustración de Christian Hybrid

Con toda seguridad se trata de la especie en condición crítica más conocida, tal vez por su expresión, que parece sonriente, pero sobre todo por la difusión que se ha hecho de sus propiedades, como la que se refiere a la capacidad para regenerar sus órganos, de las que se espera obtener conocimientos aplicables para el campo de la medicina.

Zambrano González, especialista en ecología de la conservación, señala que aún pueden hallarse en algún canal de Xochimilco y que su color en la naturaleza es oscuro.

No hay una variedad en blanco o tonos claros, sino que se trata de ejemplares albinos, los cuales son reproducidos mayormente en laboratorios porque facilitan la observación sobre algunos experimentos.

Otro detalle es que en las patas delanteras tiene cuatro de- dos y en las traseras cinco. Si se ve algún dibujo o ilustración distinto de esta descripción, se trata de un error del dibujante o de un ejemplar excepcional.

Un riesgo adicional es la comercialización de los ajolotes. Incluso en Walmart se puede adquirir un ajolotario o “kit para ajolotes” por menos de mil 400 pesos.

El riesgo es que, aunque criados en cautiverio, pueden estar infectados y contagiar a otros, ya sea al liberarlos o al introducirlos en algún acuario. Su compra debe hacerse exclusivamente en los criaderos indicados y por ningún motivo en un tianguis o con particulares a través de internet. Sea como sea, lo mejor es no comprar ajolotes.

De acuerdo con Servín Martínez, además de las causas más conocidas que ponen en riesgo a las especies animales, como la ocupación de su hábitat y la contaminación, está la introducción de animales domésticos, como perros y gatos, e incluso la liberación de pericos, patos, peces, ranas y otras más que no pertenecen a esta región y se convierten en especies invasoras que desplazan a las nativas.

No sólo el crecimiento de ratas y cucarachas puede considerarse plaga: también la población de palomas y ardillas ha aumentado de manera incontrolada por culpa de personas que insisten en alimentarlas.

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“En realidad no se sabe bien cuántas especies de peces hay en los canales y en qué situación se encuentran —comenta Zambrano—. Perduran una o dos, mientras que hace unos 20 años se hallaban entre ocho y 10, de acuerdo con un censo que entonces elaboró el Instituto Politécnico Nacional. Tanto a la Secretaría de Medio Ambiente del gobierno federal como a la del Gobierno de la Ciudad de México les correspondería hacer este trabajo, pero no se ha hecho”.

Plantas nativas y endémicas

Flickr / Design and Technology Student

En lo que se refiere a factores que afectan la conservación, de acuerdo con la ecóloga Marisa Osuna Fernández, profesora del Centro de Investigaciones Biológicas y Acuícolas de Cuemanco, de la UAMX, entre los principales factores que afectan a las plantas nativas y endémicas de nuestra ciudad está la introducción de especies exóticas que las desplazan, como plantas de origen africano.

Pero apunta especialmente a la falta de conocimiento y a que quienes están al frente de la planeación y ejecución de proyectos para la conservación de áreas verdes no son biólogos y atienden más a criterios ornamentales y políticos, lo que ocasiona cambios en el microclima y en la conservación de los mantos acuíferos en detrimento de nuestro ecosistema.

Árbol de manitas

Debe su nombre a su característica más llamativa, unas flores en tonos rojizos con forma como de manos pequeñas. Su nombre prehispánico es macpalxóchitl, que quiere decir precisamente flores-dedos. Se trata de una especie cuyo valor trasciende en la cultura y la historia de México.

Se halla presente en el Códice Florentino de fray Bernardino de Sahagún, quien consigna el uso medicinal de su savia entre los mexicas, motivo por el cual formaba parte de los jardines de Moctezuma en Tenochtitlán y de Nezahualcóyotl en Texcoco. Osuna Fernández explica que su preservación también radica en su dificultad para trasplantarlo, pues dificilmente enraiza a partir de un tallo.

Coamecaxóchitl

Cactácea que se conoce como floricuerno o flor de cuerno. Se dice que su forma es parecida a una cuerda o a una culebra, pues su tallo es flexible y crece largo como enredadera o guía sobre el suelo.

Por eso su nombre náhuatl significa flor del mecate de la culebra. De sus erizos nacen flores color escarlata. Es una especie ampliamente cultivada desde la época precolombina, pero en la actualidad existen pocos registros de ella en estado natural.

Biznaga del Pedregal

Cactus pequeño y de forma redonda del que brotan unas hermosas flores color violeta. El nombre científico es Mammillaria y hay una subespecie que se denomina san-angelensis por ser endémica de la zona de San Ángel, en el Pedregal precisamente. De acuerdo con Osuna Fernández, una de sus principales amenazas, y en general para las cactáceas, es que son sustraídas del suelo para comercializarlas entre quienes las demandan para fines ornamentales en sus casas.

¿Y los insectos?

El entómologo Francisco Cervantes Mayagoitia, autor de la Guia de ácaros e insectos herbívoros de México, considera que no puede hablarse de extinción de insectos en lo que se refiere a nuestra entidad, pero confirma que efectivamente muchos han ido desplazando sus poblaciones hacia afuera de la zona metropolitana y que sí hay una reducción de la presencia de polinizadores, como abejas, libélulas y mariposas, unas a causa del entubamiento de ríos y otras por la aplicación de plaguicidas.

Foto: Margot Castañeda

Este profesor del insectario de la UAMX explica que el desplazamiento de ciertos insectos de nuestra ciudad tiene en algunos casos consecuencias no deseadas, como mayores riesgos para la salud. Un adecuado equilibrio en un ecosistema es la mejor manera de controlar plagas, y viceversa.

Piénsese en este desequilibrio: al reducir la cantidad de catarinas aumenta la cantidad de pulgones que se alimentan de las flores de ornato que cultivamos, por lo que hay que emplear insecticidas para combatirlos. Otro ejemplo: las libélulas se alimentan de larvas de mosco. Sin libélulas, y ante la reducción o ausencia de ranas o ajolotes, la consecuencia es que haya nubes de mosquitos mucho más resistentes a la contaminación, que se dispersan y pueden ser transmisores de enfermedades.

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Buenas noticias

El ajolote, el conejo teporingo y el gorrión serrano son tres especies emblemáticas de la Ciudad de México que pueden considerarse casos de éxito. En el primer caso se logró preservarlo gracias a la intervención de la UNAM y la UAM, y en los otros dos gracias a campañas de brigadas comunitarias para ayudar a restaurar los hábitats, lo que implica, por ejemplo, replantar pastizales.

Pero estas especies tienen otro problema. De acuerdo con Quintero Rivero, no hay dónde reintroducirlas, y hasta que no se cuente con hábitats restaurados no se puede hacer más por ellas. Asimismo, asegura que existen esfuerzos muy importantes por conservar todas las variedades nativas de maíz y chile, que no son las que comemos regularmente, pero que comienzan a producirse para comercializarse y mantener la agrobiodiversidad. En este sentido, los programas gubernamentales son relevantes.

“Si se quiere tener éxito en la conservación de las especies hay que aliarse con las comunidades locales”, subraya. De acuerdo con el especialista, fuera de especies emblemáticas como el ajolote, existe muy poca información sobre las especies que viven en la Ciudad de México: “Por ejemplo, hay dos tarántulas endémicas, la tarántula del Pedregal y la tarántula cavernícola o chilanga, cuyo nombre científico es Hemirrhagus chilango, sin embargo no tenemos idea de cómo están sus poblaciones.

Se han encontrado otras dos, pero no se sabe si son endémicas, tampoco están descritas ni tienen nombre científico. Es un ejemplo de lo mucho que aún falta por conocer”.

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