Desde 1981, el Tamayo ha llenado la ciudad con lo mejor del arte contemporáneo. Pero a lo largo de sus casi cuatro décadas, el recinto se ha reinventado y la colección permanente del Museo Tamayo es prueba de ello. Picasso, Léger, Miró y el propio Tamayo se encuentran con la obra de Carlos Amorales, Liliana Porter y muchos talentos más de la actualidad. La historia de este museo continúa escribiéndose y en esta #MiradaChilanga te contamos más de ella.

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La pieza más importante de la colección permanente del Museo Tamayo es su arquitectura

Dentro del Bosque de Chapultepec, hay una edificación que pareciera haber crecido con el resto de los árboles. Se incorpora de manera tan orgánica al paisaje que es imposible imaginar el espacio sin este recinto. Pero hubo en tiempo en que no era así.

Cuando todavía se encontraba trabajando en el Museo de Arte Prehispánico de México que llevaría su nombre, Rufino Tamayo ya tenía en mente su siguiente proyecto público: un lugar que resguardará su colección de arte contemporáneo abierto a todos los mexicanos. Así surgiría la colección permanente del Museo Tamayo.

El artista oaxaqueño siempre supo cuál sería su ubicación: Chapultepec, pero conseguir el terreno no fue tarea fácil. Fue hasta 1979, siete años después de comenzar el diseño, cuando finalmente empezaron los trabajo de construcción en donde anteriormente se localizaba el Campo Azteca de golf.

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Los encargados de edificar la que hasta ahora es considerada la primera pieza de la colección permanente del Museo Tamayo fueron Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky. El resultado fue tan magistral que hizo merecedores a ambos arquitectos del Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el rubro “Bellas Artes”, en 1982.

Es gracias a los taludes con vegetación y a su fachada piramidal, la cual remite a la herencia arquitectónica prehispánica, que el edificio se incorpora armónicamente al entorno, dando la impresión de que el museo emerge de la tierra.

Dicho equilibrio logró mantenerse incluso después de su remodelación y ampliación en 2012, en gran parte gracias a que González de León retomó su papel en el diseño de esta intervención. Acorde al arquitecto se buscó que “se prolongaron las mismas formas, como el crecimiento de una planta, le salieron nuevas ramas al edificio con el mismo espíritu plástico por fuera.”​

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Al cruzar la entrada uno se encuentra con un enorme patio central que es referencia a otra etapa de la arquitectura mexicana: la de las haciendas coloniales. El énfasis en el interior se encuentra en las combinaciones de iluminación natural con la artificial, las cuales generan diferentes atmósferas que durante el recorrido del museo juegan con la teatralidad y la coreografía del museo, generando dinamismo y anticipación en cada visita.

Al bajar por la enorme rampa opuesta al púlpito del patio, la expectativa comienza y cuando se alcanza a vislumbrar la escultura que da la bienvenida a la colección permanente del Museo Tamayo, todo amante del arte sabe que está por descubrir un tesoro sin igual.

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La historia de la colección permanente del Museo Tamayo

Desde finales de los años sesenta, Rufino Tamayo comenzó a adquirir obras para conformar una colección de arte contemporáneo internacional. Expresionismo, surrealismo, cubismo y más vanguardias del siglo XX conformaron una serie de 300 piezas cuyo propósito era servir como un acervo histórico y enciclopédico para acercar al público mexicano que no podía salir del país a este arte. “Tamayo lo que buscaba en su colección no era solamente lo que le gustaba, sino lo que creía era importante en su actualidad”, explica Andrés Valtierra curador en jefe del recinto.

Conforme pasó el tiempo, la colección permanente del Museo Tamayo continuó creciendo aún tras la muerte del pintor y muralista de la modernidad, lo que conllevo a que el recinto se replanteara su propio concepto de “arte contemporáneo”.

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Para la década de los noventa, lo que los contemporáneos de Tamayo creían impensable ocurrió: el dadaísmo, el materialismo español y el resto de las vanguardias eran ya parte de la historia del arte; la norma y no la disrupción. En su lugar, ahora, la instalación, la fotografía, el video y el performance, entre otros se posicionaron como la nueva forma de expresión artística, dejando en jaque a más de un museo.

Así, la colección permanente del Museo Tamayo adquirió una nueva vertiente a partir de las exposiciones temporales que tenía, donaciones de artistas nacionales e internacionales y el programa “Pago en especie”. Parte del atractivo es que al ingresar al museo, las obras se convierten en Patrimonio Cultural, por lo que es mucho más llamativo para los artistas a que se quede en una colección privada.

El resultado es uno de los acervos más eclécticos en la CDMX y quizá en el mundo entero. Entre sus casi 1,000 piezas, un cuadro de Picasso convive con la escultura realizada especialmente para el museo de Tania Pérez Córdova y Mathias Goeritz se encuentra con Carlos Amorales. Se trata de una dialéctica entre el presente y el pasado; la tradición y la innovación, en la cual las tensiones presentes encuentran un inesperado balance.

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Conoce la colección permanente del Museo Tamayo

Desde 2016, las salas 3 y 4 del museo se asignaron a la exhibición de este acervo. Sin embargo apenas el pasado 15 de mayo se reinauguró la muestra a partir de una nueva curaduría. En esta se busca hacer cruces y puentes entre el arte moderno de Tamayo y el contempo para recrear su proceso de evolución y continuar la misión del recinto que su creador plasmó.

Pero el que se trate de la colección permanente del Museo Tamayo no quiere decir que sea estática. Al contrario, gracias a su acervo las piezas fluctúan a lo largo de los años e incluso llegan a inspirar algunas de las exposiciones temporales del recinto. Aún más, gracias a su diversidad, cada visita se puede encontrar algo nuevo en sus piezas y en la manera en que estas dialogan entre sí.

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“El arte continúa su vida y las generaciones, vertientes y estilos se se transforman. El museo se adapta a estos cambios”, detalla Andrea Paasch, directora interina museo. Esto no solo se puede ver en el contraste de las vanguardias con las nuevas adquisiciones, sino también en la transición hacia una museografía simplificada en el espacio, pero complementada con aplicaciones como Art Guide e incluso con un programa de actividades que complementa la visita al museo.

Quizá, el mejor ejemplo de la dialéctica que ha renovado al museo al tiempo que le permite mantener sus orígenes es la obra Peinture, de Joan Miró, la más antigua de la colección permanente del Museo Tamayo. Creada en 1927, el artista español se inspiró en la música de Erik Satie que había impresionado al barcelonés desde su primer acercamiento. A 90 años de esta creación, el museo mexicano incluye en su programa la actividad “Sinestesia”, una serie de diálogos musicales en la que artistas independientes traducen un cuadro al lenguaje de la música.

Dónde: Museo Tamayo (Paseo de la Reforma 51, Col. Bosque de Chapultepec I Sección)

Cuándo: martes a domingo de 10:00 a 18:00

Cuánto: $70

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