Vivir sin agua en la CDMX

Vivir sin agua

Este reportaje forma parte de una serie de contenidos sobre el agua en la Ciudad de México, los cuales son realizados por Isla Urbana con el apoyo de Oxfam México.

Por María Álvarez Malvido / Video: Ulises Fierro Naranjo

El motor de las pipas anuncia la llegada del agua a Tehuixtitla. Al escucharlo, cada ocho días, los vecinos salen de sus casas para recibir 400 litros que almacenan en unos tambos. Los conductores maniobran cuesta arriba con 10 mil litros de carga y comparten camino con burros que suben y bajan llevando agua a las casas desde la bomba al pie de la colina. Las familias buscan la manera de aprovechar cada gota para subsistir hasta la semana siguiente.

El acceso al agua en la población de Tehuixtitla, en Xochimilco, está lejos del índice recomendado por la Organización Mundial de la Salud, el cual determina que cada persona debería contar con entre 50 y 100 litros diarios para cubrir sus necesidades básicas, incluyendo el agua para beber, el saneamiento personal, la preparación de alimentos, la limpieza del hogar y la higiene personal1. Si esto se cumpliera, la cantidad de agua que llega semanalmente a cada lote en Tehuixtitla duraría sólo un día en una familia de cuatro o cinco personas.

Cómo vivir sin agua en la CDMX

Josefina Soto espera la llegada del agua y, como cada miércoles, vigila que sus tambos se llenen hasta la medida acordada con la delegación. También cuida a sus nietos, a quienes no pudo llevar a la escuela para no arriesgarse a perder la pipa. Nació en Michoacán y llegó a Tehuixtitla cuando encontró un terreno que podía comprar en el cerro al sur de la ciudad. Desde entonces ha visto la zona cubrirse de concreto con casas y caminos como los que recientemente construyeron entre vecinos para facilitar el paso de las pipas.

También ha atestiguado la llegada de los servicios de luz y teléfono, pero el acceso al agua es todavía un desafío que requiere de tiempo y recursos económicos para familias como la suya, que habitan un cerro reconocido como Suelo de Conservación. Por ello se requiere de convenios internos entre el comité vecinal y la delegación para gestionar el acceso a los servicios más básicos, y llegar a acuerdos, como el número de pipas gratuitas que acuden una vez por semana.

«A veces no nos alcanza y tenemos que ir a comprar o a cargar. Ahorita estamos viviendo seis, entonces nos juntamos entre vecinas para comprar una pipa de 10 mil litros que está en mil 200 pesos, o cuando ya no tenemos pedimos del burrito que vende a 40 pesos los cuatro botes de 20 litros. Pero se necesitan dos burritos y medio para llenar un tambo y es un dinerito que hay que soltar cuando no lo tenemos. La tenemos que cuidar, si lavamos acaparamos el agua para el baño o para lavar el patio. No la tiramos porque es lógico: si para todo la usáramos limpia nos quedaríamos sin agua», cuenta Josefina, mientras utiliza una cubeta de banco para asomarse a uno de los dos tinacos al centro de su patio.

En la esquina del estrecho callejón, el conductor vacía el agua de la pipa en los tambos alineados sobre la calle y recibe cinco pesos de cooperación por cada uno de ellos. Algunos vecinos lo apoyan sosteniendo la manguera, mientras otros comienzan a acarrear con cubetas el agua que almacenarán de alguna manera dentro de sus casas. Aquellos que tienen bomba toman turnos para enchufarlas al contacto que cuelga de un poste, y bombean el agua mediante un sistema de mangueras que se asoman entre el concreto.

Vivir sin agua en la CDMX

Rodeada de cubetas y galones que son parte del repertorio de recipientes donde almacena el agua, Josefina pasa litros de uno a otro para enjuagar algunos y volverlos a llenar con el agua que llega. Aparta unas cubetas para la lavadora y comienza con una tanda de ropa blanca «que no esté tan sucia», para así utilizar la misma agua en la siguiente tanda de color, y posiblemente en la siguiente también. Para cocinar usa el agua que viene de la bomba, por la cual paga 20 pesos a los bochos anaranjados que funcionan como taxis de personas y garrafones. La de la pipa, asegura, no es buena para la comida «porque es tratada, viene amarilla, sucia y ni aunque una la ponga a hervir».

Pipas, tambos, cisternas y burros son parte del lenguaje cotidiano en Tehuixtitla, donde acceder al agua implica mucho más que abrir una llave. También se habla de lluvia, y se añora en los meses secos, como diciembre. Hace cuatro años, la mayoría de los vecinos instaló un sistema de captación de agua de lluvia con apoyo de Isla Urbana, una organización no gubernamental que ofrece instalaciones de bajo costo que aprovechan la infraestructura de cada casa: el techo como recipiente para “cosechar la lluvia”, y un tinaco o cisterna de mínimo 2 mil 500 litros para almacenarla. Si no contaban con ellas, se otorgaba a un precio accesible.

La adquisición, instalación y operación del sistema depende en gran medida del compromiso y participación de las familias que lo adquieren, las cuales pagan un pequeño porcentaje del costo total del sistema. El resto puede subsidiarse gracias a la colaboración de Isla Urbana con otras organizaciones, fondos internacionales e instituciones de gobierno. Después del primer contacto de la organización con la comunidad en el que se presenta la problemática del agua en México y el funcionamiento del sistema de captación pluvial, el equipo técnico realiza una visita a cada casa para garantizar la viabilidad de la instalación. Una vez colocado el sistema, se capacita a la familia para asegurar el funcionamiento del “Tlaloque”, pieza central del sistema que separa el agua que limpia el techo con las primeras lluvias, del agua limpia que pasará al tinaco o cisterna para uso y almacenamiento.

«Cuando llueve captamos el agua y con esa nos mantenemos, pero como ahorita ya el tambo se nos está acabando tenemos que pedir agua», comenta Josefina. Los vecinos que almacenan el agua de los mismos aguaceros que inundan cada año la ciudad, pueden prescindir de la pipa y del burro en temporada de lluvia. El uso consciente del agua persiste en las prácticas cotidianas de las familias, pues conocen lo que es vivir sin agua.

Según un estudio publicado por el Banco Mundial en 20132, el 8.4% de la población del Valle de México no tiene acceso al servicio de agua. Esta población es la más carente de recursos y paga por agua un valor promedio de 20 pesos por un tambo de 200 litros, lo cual corresponde a 14 veces lo que pagan por metro cúbico los usuarios conectados al servicio. Se estima entonces que el costo económico total asumido por la población sin servicio es anualmente de $9,200 millones, es decir, que el 28% del costo de ineficiencia es asumido por la población. Tal costo, además, representa entre el 6 y el 25% del salario de las personas3, cuando el Programa Conjunto de Seguimiento de la OMS y UNICEF reconoce que el coste del agua no debería superar el 3% de los ingresos de la unidad familiar4.

A falta de pipa, burros

Don Ángel Gilbón tiene 75 años y es originario del Estado de México. Llegó hace 11 años a Tetacalanco, cerro vecino de Tehuixtitla, también reconocido como Suelo de Conservación. Los miércoles espera a que las pipas que transitan por el cerro desocupen el camino para emprender su viaje con Coneja y Liebre, el par de burros con los que carga agua para abastecer a su familia de diez integrantes. En viajes de media hora baja a la bomba de agua para regresar a casa con 80 litros a bordo de cada burro. Luego los vacía en un tinaco. Dicho trayecto lo repite entre tres y cinco veces al día, con paso lento y firme, por el camino de terracería. Con un palo dirige a sus burros por el mismo camino en el que transitan los autos.

Vivir sin agua en la CDMX

Por su barrio pasa una pipa de 5 mil litros, pero el camino de terracería no le permite llegar hasta su casa, donde tampoco cuenta con espacio suficiente para almacenarla. Por eso, desde hace dos años, mantiene a cada uno de los burros con 150 pesos semanales, que gasta en alimento.

El camino que recorre Ángel tiene el rastro de esfuerzos inconclusos del gobierno local y promesas abandonadas para abastecer de agua a la colonia. «Supuestamente el tanque va a quedar allá, pero nomas nos prometen», señala camino arriba, «ya hasta tenemos drenaje y tomas, pero falta el agua. Ya tienen años y cada vez que entra un partido pide que votemos por él y luego nos abandona».

Al llegar a su casa salen sus nietos a recibirlo y le ayudan a vaciar en un tinaco los tambos de agua que pronto volverá a llenar en el siguiente viaje. Esa agua la usan para cocinar y bañarse a jicarazos sobre una tina que capta el agua utilizada para usarla de nuevo en el baño.

«Antes caían aguacerazos y nunca juntábamos el agua, ni siquiera para el baño. No la valoramos hasta llegar aquí, donde vine a sufrir de verdad, a sentir lo que es no tener agua», cuenta Sonia Hernández, la esposa de Ángel, quien también es originaria del Estado de México, «pero ni modo, tenemos que enseñarnos a reciclarla, se aprende a vivir así y a valorar el agüita que hay. Como tenemos techo de lamina y de cartón, cuando es tiempo de lluvia también tenemos la que se junta. En los primeros aguacerazos cae agua sucia, pero ya después cae limpia porque se lava. Toda esa agua la ocupamos para el baño y para lavar el piso».

Vivir sin agua en la CDMX

Los mantos acuíferos del Valle de México contribuyen a cerca del 70% del abasto de agua en la ciudad, mientras que el sistema Lerma-Balsas aporta el 9%, el sistema Cutzamala el 21%, y los pocos manantiales que existen proveen sólo el 2.5% del agua. El 40% del agua que circula en la red de distribución de la Ciudad de México se pierde entre fugas, mal mantenimiento de las tuberías y conexiones ilegales. Se estima que este volumen sería suficiente para proveer del servicio a 4 millones de personas5.

 Seis horas de agua a la semana

A 4 kilómetros de distancia se encuentra San Gregorio Atlapulco, en náhuatl “donde revolotea el agua”. Algunos de los canales y chinampas que le dieron ese nombre hoy convertido en paradoja resisten entre el concreto que se expande con la urbanización. Los pobladores de las partes más altas de Atlapulco esperan con incertidumbre el servicio del agua que llega a sus casas una vez por semana, cuando se enciende la bomba que funciona por unas seis horas, sin día ni horario definido.

Giuliani es originaria de Tlahuelipan, Hidalgo. Llegó a San Gregorio hace 12 años, desde entonces acceder al agua es una tarea difícil para ella y su familia. En su casa viven nueve niños y seis adultos, cinco de ellos desde el 19 de septiembre, porque perdieron su casa en el sismo de 7.1 grados que sacudió a la Ciudad de México, y dejó a la colonia como una de las más afectadas de la capital.

«Cuando viene al agua apartamos lo que se puede apartar y por eso tenemos aquí todos los botes, por ejemplo, mi cuñada tiene dos tinacos y arriba del baño hay dos y otro que tiene abajo. Entonces se llenan los tinacos y luego ya los tambos que tenemos para lavar la ropa, para limpiar y para los trastes», comenta Giuliani, «es potable la que viene porque es de un manantial, no tiene mal sabor».

Los hijos de Giuliani van y vuelven dentro de la casa, revisan los tambos que llenan con el agua que corre de la llave, uno tras otro, con cuidado para no desperdiciar ni una gota. En cuanto se llenan los recipientes que la familia ya calcula por semana, cierran la llave para que el agua llegue con más potencia a las casas que están más arriba. «Ya le calculamos pero se alcanza a acabar. No se habla como tal pero es cuestión de conciencia entre vecinos. Si ya tengo el agua que necesito, la cierro para que llegue hasta allá arriba. Si se llega a regar porque alguien la deja abierta, todos pegamos de gritos y les vamos a tocar», cuenta mientras revisa uno de los tambos que se llena lentamente con la manguera.

En casa de Giuliani la regadera está conectada directamente al tinaco. El tiempo de baño dura sólo lo suficiente para que no se desperdicie ni un litro que no sea necesario. La lavadora comienza con una tanda de ropa blanca, con el agua que vuelve a utilizarse en otras tres tandas, y termina en un tambo que se usará para el baño. «Sí nos alcanza a la semana», afirma, «es porque ya nos enseñamos a ahorrarla».

Vivir sin agua en la CDMX

Un viejo letrero en la esquina de su casa convoca a los vecinos a una segunda reunión, si no acuden, dice, se les cortará el agua. Y es que el agua la regulan los vecinos organizados en un comité con presidente, secretario y tesorero, que se encargan de encender la bomba y de recoger la cuota que se necesita para reparar la bomba cada vez que se quema un fusible. Este año pagaron tres entre los vecinos. El apoyo de la delegación Xochimilco consistió en construirle un techo a la bomba que instaló hace dos años.

La temporada de lluvias es diferente para Giuliani y su familia. El agua que cae pasa por el “Tlaloque” que instaló Isla Urbana en mayo de 2017, y llena su cisterna con agua que consideran más limpia que la de la llave. Ahí almacenan litros como los que aliviaron a su familia y vecinos durante el sismo, cuando el centro de Atlapulco quedó sin agua y las pipas sin caminos para abastecer a las familias durante un mes.

En 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció el derecho humano al agua y al saneamiento, «reafirmando que un agua potable limpia y el saneamiento son esenciales para la realización de todos los derechos humanos». Por lo tanto, los Estados están obligados a proporcionar recursos financieros, capacitación y transferencia tecnológica para que el agua sea accesible y asequible para todos.

El problema de acceso al agua en comunidades que han quedado marginadas del sistema convencional de distribución de agua en la Ciudad de México, como Tehuixtitla, Tetacalanco y San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco, son el reflejo de una respuesta fallida del gobierno a las necesidades básicas de la población urbana y rural de la ciudad. Y al agua como derecho humano.

La cotidianidad de quienes viven sin acceso al agua responde a una realidad donde el consumo consciente y responsable es una cuestión de supervivencia. Una ciudad tapizada con techos que cosechan el agua puede ser una alternativa necesaria, antes de que la población tenga que aprender a vivir sin ella.

1 “El derecho humano al agua”. Programa de ONU-Agua para la Promoción y la Comunicación en el marco del Decenio (UNW-DPAC)
www.un.org/spanish/waterforlifedecade/human_right_to_water.shtml

2 “Agua urbana en el Valle de México”, Banco Mundial / CONAGUA (2013)
http://aneas.com.mx/wp-content/uploads/2015/06/Agua-Urbana-en-el-Valle-de-Mexico.pdf

3 Tortajada, Cecilia, “Water Management in Mexico City Metropolitan Area” en Routledge , Water Resources Development, Vol. 22, No. 2, 353–376, June 2006.

4“El derecho humano al agua”. Programa de ONU-Agua para la Promoción y la Comunicación en el marco del Decenio (UNW- DPAC) www.un.org/spanish/waterforlifedecade/human_right_to_water.shtml

5 Tortajada, Cecilia, “Water Management in Mexico City Metropolitan Area” en Routledge , Water Resources Development, Vol. 22, No. 2, 353–376, June 20