por Gina Jaramillo y Germán Paley / Ilustración: Isabel A. Salmones

La vida es un proceso continuo, un devenir de distintas etapas marcadas por experiencias particulares: nacer, crecer, socializar, aprender en muchos niveles, madurar… momentos únicos que todo ser humano atraviesa. Se dice que “la infancia es algo pasajero” pero definitivamente es algo que nos trasciende el resto de la vida a todes. Lejos de ser un tiempo de fragilidad y desconocimiento, la niñez es una etapa vital potente y de construcción que merece ser respetada y entendida. Como personas adultas podemos acompañar a les niñes para construir infancias más libres.

Ser niña, niño… o niñe es inevitable. Transitar el mundo aprendiendo de él, haciéndole preguntas, descubriendo cada día algo nuevo, llenándonos de sorpresa y hallazgos. Aprendiendo también que hay personas grandes que casi siempre nos dicen qué podemos hacer y qué no, cuándo tenemos que hablar o cuando no, dónde podemos estar y dónde no. Y así el mundo se nos va armando a partir de “los grandes”, que muchas veces van guiándonos en nuestro aprendizaje, y otras tantas no. Que muchas veces nos cuidan y nos protegen, y otras tantas no.

Allí donde haya una niña, un niño, une niñe, se crea un mundo. Un mundo que tiene que ver con su voz, su mirada, su tiempo. Pero ¿de qué manera esa existencia es respetada, valorada y entendida desde su libertad? Cuando decimos “infancias libres” estamos hablando de derechos: sí, el derecho a ser y sentir sin mandatos, a tener garantizadas todas las necesidades vitales pero sobre todo el derecho a ser escuchados, respetades, entendides.

Crecer en un mundo de adultos es toparse día a día con “No eres suficientemente grande para entender esto”, “No me contradigas”, “Cuando crezcas, podrás opinar”, “Haz lo que te digo”, “Ponte esto”, y así las personas adultas, sin darse cuenta (o sí), construyen barreras, límites, imposiciones que nos callan, nos minimizan, nos infantilizan con ese: “Es cosa de niños”. Pero aquí estamos, en este mundo, preguntándonos cosas, viendo, sintiendo y viviendo.

Adultocentrismo es el término que se usa para referirse a ese poder que tienen las personas adultas para desestimar la visión de las infancias, las adolescencias y las juventudes, o sea, para construir un mundo que deja fuera de las decisiones importantes a quienes “no tienen edad suficiente”. El adultocentrismo es un sistema de creencias que se construye alrededor de las personas adultas y que margina y tiende a deslegitimar toda voz menor de 18 años (o mayor de 60 años) por considerar que no tiene sentido o valor en la construcción de pautas y valores sociales o en la toma de decisiones que impactan en el bien común. En nuestra cultura ¿cuántas veces se consulta a les niñes sobre cómo hacer las cosas? Que la respuesta sea un rotundo “Nunca”, no sorprenderá a nadie.

En Chilango te invitamos a ampliar la mirada; nos preguntaremos de qué manera estamos acompañando a las infancias y qué lugar les damos a la hora de vivir a partir de sus deseos, sus preguntas, sus ganas de transformar(nos). Las niñeces son el futuro pero aquí están, presentes. Es tiempo de acercarnos a ellas, escucharlas y aprender juntes.

Octubre de 2021 en Chilango fue el mes de las INFANCIAS LIBRES