Para nadie es novedad que la Ciudad de México es una de las ciudades donde mejor se come en el mundo. Y, si bien siempre ha sido así, en mi opinión nunca se había comido mejor que hoy. 

Hasta hace apenas 30 años, salir a comer significaba ir en búsqueda de un restaurante de manteles largos –acaso en Polanco o las Lomas; tal vez en la Juárez o San Ángel– seguramente de corte francés, italiano o español.

Los que sobrevivieron se convirtieron en clásicos, pero fue con la llegada del nuevo siglo (y una corriente de cocinerxs comandada por Ricardo Muñoz Zurita, Mónica Patiño y Enrique Olvera) que el comensal chilango se fue convenciendo de a poco que había propuestas de corte mexicano que también valía la pena explorar.

Estas se sumaban a clásicos como El Cardenal, San Ángel Inn, Casa Merlos… y así el universo de restaurantes mexicanos se solidificó y le regresó al chilango un orgullo bien ganado por la cocina de casa. 

Los restaurantes bajo el horrible concepto “cocina internacional” fueron quedándose relegados por unos años, y es hasta la década de los 20 –con ese radical antes y después que representó la pandemia– que cocineros jóvenes provenientes de varias partes del mundo tomaron la oportunidad que representa la no muy estricta regulación para abrir lugares (y los precios).

Así llegaron coreanos, vietnamitas y tailandeses, regresaron los franceses, abrieron españoles, el primero de Singapur, gringos y todos los japoneses que ya merodeaban por acá, pero con mucha más onda. 

Nuestras fondas, comales, puestos y mercados prevalecen no solo como la gasolina de la mayoría de la clase trabajadora de la ciudad, sino como inspiración de nuevos proyectos mexicanos y una interminable fuente de asombro para lxs extranjerxs.

Como nunca antes, lxs viajerxs que antes temían a la venganza de Moctezuma y a la falta de higiene, hoy se entregan a la cocina de calle, de maíz y de nuestras cocineras.

Proyectos como Siembra, Maizajo, Expendio de Maíz y Comal Oculto son templos para los fuereños que encuentran en estos lugares la mezcla perfecta de una experiencia mexicana sin mugre y con tarjeta de crédito. Primero fue Polanco y las Lomas, después la Condesa y la Roma y hoy la Juárez retoma su época de oro.

Después vendrán la San Rafael, la Santa María y por qué no pensar en la Obrera, la Guerrero, la Portales y la Álamos. Los altos precios en las rentas obligan a los nuevos negocios a salirse de la zona de moda y a explorar nuevos territorios.

La Ciudad de México está llamada a ser la número uno del mundo en cuanto a comida se trata. Aunque eso signifique que los precios sigan aumentando de manera escandalosa.