“¿Ya conoces el Tacobar?”, me dijo Daniel saliendo del Parnita, desde donde caminamos con dirección a la Glorieta de Insurgentes por un trago para el desempance. Al llegar, me di cuenta que el verdadero nombre del lugar es Café Tacobar, un título que describe exactamente lo que se sirve adentro: café, tacos y tragos. El toldo advertía que ésta es sólo una sede más del Tacobar que se suma a Londres, Barcelona, Tokio y Bangkok. Completa y bellísima falacia. Solté la primera risa de muchas, muchas que vendrían después.

La atmósfera en el Tacobar es la de un bar de barrio. De esos que uno quisiera tener en la esquina de casa. En un espacio de poco más de 30 metros cuadrados cabemos unas 15 personas (más las que se acomodan en las mesas de la banqueta), una estación con plancha y una barra que admite tres personas adentro incluyendo al encargado de los tacos.

Al mando, Khristian de la Torre, proclamado a sí mismo como el “emperador del Tacobar”, el tipo que le dio vida a este espacio con sus propias manos. El Tacobar tiene la personalidad de Khristian en cada centímetro del lugar, para bien y para mal. Un frontman con un estilo atípico, lejos de la clásica hospitalidad (ojo: no es que no la haya) y con las reglas de quien no quiso trabajar más con socios para poder hacer lo que le diera la gana.

Un estilo que no siempre es bien recibido y que ha filtrado la clientela con el tiempo, sin embargo, la propuesta es honesta –virtud que pasa inadvertida pero que se valora mucho en la época del fantochismo–, nunca ha tratado de ser más que lo que es: un lugar que vende tragos bien hechos a precios correctos y que regala palomitas de maíz.

El Tacobar es casa del Salmoncito, posiblemente mi trago favorito del mundo: una mezcla bien fresquita de ginebra, Campari, agua tónica, jugo de toronja y una suprema de toronja asemejando un salmón que nada a contracorriente. Los tacos son los mismos desde la apertura: tres con carne –costilla, chilorio y pollo rostizado– y tres vegetales: hongos, nopales y chayote. Se hacen en tortilla de harina con nopal y son verdaderamente fantásticos. El taco funge como una tapa o ración: te tomas un trago y te comes un taco. Representa para mí una de las mejores formas de resolver la parte de comida de un bar –muy poco atendida en México– al tiempo que habla del lugar donde se encuentra, en el corazón de la ciudad de los tacos.

No es una opinión popular, pero sí tengo un bar favorito. Desde su apertura hace cinco años, el Café Tacobar ha sufrido una evolución apenas perceptible, pero que hoy lo coloca como un negocio con permanencia. No es más un proyecto improvisado, ha tenido tiempo para madurar y lo ha hecho con gracia. Como el mismo Khristian, a quien hoy se le ve más enfocado, más tranquilo, más feliz. Ojalá que así sea.