Personas indígenas en la CDMX nos compartieron cómo enfrentaron la discriminación cuando llegaron a la capital y en la rutina actual

Hace 50 años, Mercedes dejó su tierra en Huautla de Jiménez, Oaxaca, luego de que la gente del pueblo convenció a su papá de “probar suerte en la Ciudad de México”, ante la pobreza de la región, la falta de servicios básicos como agua y luz, así como la escasez de alimento.

“Mi mamá falleció cuando dio a luz a mi último hermano, fuimos seis, yo soy la mayor y única mujer. Vivíamos en la misma casa que los compadres de mis papás porque no teníamos dinero para construir nuestra propia casa”, recuerda. “Para tener agua potable caminábamos diario casi dos kilómetros. En el pueblo vendíamos frutas y verduras, pero no nos alcanzaba”.

Sin embargo, al llegar a la capital, la entonces adolescente de 15 años descubrió que su origen mazateco sería motivo de discriminación y un obstáculo para no ser contratada en algún trabajo, ni cuando buscó como trabajadora doméstica, por lo que ella y su familia pedían limosnas para reunir dinero y comprar fruta, para luego revenderla sobre una manta en el suelo de diversas calles.

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De acuerdo con el Informe Panorama Social de América Latina, publicado por CEPAL en 2016, el estatus socioeconómico, el género, la condición étnico-racial, el territorio y la edad son ejes estructurantes de la desigualdad social que se potencian entre sí. Datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2017 indican que 40.3% de la población indígena del país dijo que se le discriminó por su condición de persona indígena.

Los prejuicios siguen presentes entre los chilangos en contra de dicha comunidad. A pesar de que en la Ciudad de México habitan 786 mil indígenas, de 65 culturas diferentes, como mazahuas, otomíes, zapotecos, nahuas, tzeltales, tsotsiles y triquis. Incluso, 87.4% de los participantes en la Encuesta sobre Discriminación en la CDMX (EDIS 2017) consideró a los indígenas como el grupo más discriminado, por encima de los homosexuales, exprisioneros, pobres y prostitutas.

“Sí me han discriminado por ser indígena, hubo una vez que entré a una fondita y, justo cuando entré al lugar, la dueña del local me dijo que me saliera, que aquí no era lugar para limosneras, aunque yo traté de explicarle que quería comprar comida, ella me sacó del negocio, supongo lo hizo por mi vestimenta; nunca me había pasado en mi tierra”, mencionó Mercedes, quien actualmente tiene 65 años.

Indígenas en la CDMX: presentes pero apartados

La migración indígena a la capital se documentó en la década de 1970, según el Diagnóstico sobre la Población Indígena de la Ciudad De México, elaborado por la administración pasada, cuando la antropóloga Lourdes Arizpe investigó el arribo ya constante de la población femenina mazahua –a quien dice se les conoció como “Marías”–, lo que transformó el paisaje citadino.

La presencia de indígenas en la CDMX con su vestimenta originaria se hizo cotidiano. Así, la migración indígena pasó de combinar el trabajo asalariado en la ciudad con labores agrícolas en sus comunidades con periodos alternados de residencia en la capital, por un cambio de residencia permanente en la CDMX debido a la demanda de mano de obra y por el deseo de mejorar su calidad de vida.

No obstante, el ser blanco de maltratos, críticas, burlas, además de sentirse ignoradas, ha aislado a las personas indígenas que habitan en la ciudad, por lo que han conformado sus propias comunidades para poder sentirse libres de hablar sus lenguas y conservar sus tradiciones.

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“La discriminación que he vivido ha sido porque soy indígena, algunas ocasiones la gente me mira, más si voy vestida con la ropa que usamos en la comunidad. Por eso prefiero convivir con mi propia comunidad”, comentó Irene, originaria del pueblo Triqui, ubicado en el noroeste de Oaxaca.

“Prefiero mantener mis costumbres sobre la forma de vida de aquí, por eso a mi hija le he enseñado todo lo que sé de mi pueblo. Muchos estamos aquí por necesidad, accesibilidad a los servicios y en busca de oportunidades”, añade.

De acuerdo con datos de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec), la mayor parte de las poblaciones indígenas en la CDMX se concentran en las alcaldías Cuauhtémoc, Gustavo A. Madero, Iztapalapa, Miguel Hidalgo, Iztacalco y Venustiano Carranza. Y la mayoría de ellos son originarios de comunidades de Oaxaca, Puebla, Hidalgo, Veracruz, Chiapas, Chihuahua y el Estado de México.

Pero también, las nuevas generaciones indígenas que nacieron en la capital del país continúan luchando contra la diferencia social y la falta de oportunidades. Incluso, personas como Iliana, la hija de Irene, lamentan no tener una casa propia o acceso a seguro médico, pues sienten que “parece que se olvidan de nosotros”.

“La situación para nosotros es difícil aquí porque nuestro principal sustento se basa en los productos que hacemos y vendemos ¿de qué más podemos vivir? Si dices que vienes de una comunidad indígena no te quieren dar trabajo (…) Sí hay gente que me ha discriminado en la calle por ser indígena y me molesta eso de la gente”.

Más que artesanos, una enciclopedia de cultura

Los grupos indígenas en la CDMX viven actualmente una revalorización de su civilización y desarrollo en sus nuevas comunidades chilangas, donde tratan de conservar elementos de su cultura, incluso, esta integración de distintos pueblos originarios permite el intercambio cultural.

Sin embargo, muchas generaciones no cuentan con preparación escolar, papeles oficiales, ni manejan el castellano, por lo que históricamente se han dedicado a la venta de artesanías, al ambulantaje, o empleos donde no se les requiera escolaridad como limpieza de zapatos o trabajos de albañilería.

Irene, quien llegó a la ciudad hace 30 años, junto con su hermana y su mamá, reconoce que vivir en la capital ha sido una experiencia difícil para poder salir adelante, pues aunque su situación ha mejorado a comparación de su pueblo, ha tardado muchos años en poder tener cierta tranquilidad.

“Una de las cosas más complicadas de estar aquí es que no contamos con un espacio para poder trabajar y vender nuestras cosas, casi siempre dependemos de lugares que nos llegan a asignar (…) No cuento con un seguro médico, más que nada a veces hay que vivir al día”, señaló.

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Aunque Irene vive en un edificio con más personas de la comunidad indígena, destaca que la generación más joven ha empezado a adoptar la vida de la capital, unos pocos estudian y otros, como su hija de 14 años, anhelan hacerlo.

“Ahorita no estudio porque ya no pudieron apoyarme mis papás, por eso le ayudo a mi mamá en la venta de sus productos y entre las dos ya nos abastecemos más. Mi mamá y yo nos dedicamos, sobre todo, a vender café”, mencionó la joven Iliana.

“A mí me gusta tratar de juntar mis creencias con lo que he conocido aquí en la Ciudad de México; es por eso quiero estudiar y conocer más cosas. Además, sí quiero seguir adelante y tener algo que sea mío”.

Sin embargo, otra lucha de los indígenas en las escuelas es no olvidar su lengua, puesto que en la mayoría de las escuelas no encuentran retroalimentación en su lengua materna, por lo que empiezan a perderla.

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En México existen 68 lenguas originarias –55 de ellas se hablan en la Ciudad de México– de las cuales 31 están el alto riesgo de desaparecer, de acuerdo con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali).

Con este panorama se realizará la Feria de las Lenguas Indígenas Nacionales (FLIN) 2019, en el Centro Nacional de las Artes del 9 al 11 de agosto, para estrechar lazos entre todos los habitantes de la CDMX y frenar la extinción de las lenguas, ello en el marco del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, establecido por la ONU el 9 de agosto, que busca fortalecer la cooperación internacional para la solución de los problemas de derechos humanos, medio ambiente, desarrollo, educación y salud que enfrentan.

Por Tollani Alamillo y Cynthia Peralta

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