Hace algunos años, en 2015 para ser exacto, Sabo Romo, legendario músico mexicano, ideó el Rock en tu idioma sinfónico, un experimento que arrojó importantes resultados comerciales. El disco, grabado en vivo, generó grandes ventas —lo cual resulta excepcional en estos tiempos en los que ya casi nadie compra discos— y el concierto fue capaz de retacar foros multitudinarios, como el Auditorio Nacional o el Palacio de los Deportes. El concepto, en caso de que no sepan de qué les estoy hablando, es el siguiente: un grupo base de instrumentistas curtidos, acompañado de una orquesta, interpreta los grandes éxitos del rock en español de finales de los 80 y principios de los 90. Aparecen de invitados especiales los cantantes de las bandas que originalmente interpretaron esas canciones. Decidió, además de las bandas que fueron publicadas por el sello BMG Ariola bajo esa etiqueta, incluir canciones y cantantes de otras que estuvieron firmadas en otras compañías, como Ritmo Peligroso, La Unión, Rostros Ocultos o Bon y los Enemigos del Silencio. “Son las mismas canciones que hemos oído a lo largo de la vida”, me dijo en una entrevista Romo. “Canciones que tenemos 30 años escuchando, clásicas en muchos sentidos. Pero esta cosa lujosa de la sinfónica las lleva a un sitio donde nunca las habíamos escuchado”.

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El proyecto me genera un sentimiento agridulce. Por un lado celebro que muchos músicos que no habían tenido a la fortuna de su lado en años recientes puedan de nueva cuenta ganarse la vida de manera digna con su talento. Pero por el otro, me desalienta que las grandes audiencias solo se emocionen con la nostalgia. Me parece un poco cínico recalentar el pasado y venderlo en un nuevo empaque, sabiendo que hay un público dispuesto a devorarlo. Es decir, me parece que detrás del proyecto hay más un cálculo mercantil que cualquier tipo de ambición artística

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Como mencionaba hace unos párrafos, la industria de la música desde siempre suele copiar fórmulas exitosas propias o de la competencia, da igual: si pegó uno, pueden pegar dos o tres. Bajo esa mentalidad han surgido proyectos como Ska reggae sinfónico y Avanzada sinfónica. El primero, como su nombre lo dice, presentó a artistas latinos como Fidel Nadal, Big Javy, de Inspector; Pinocho, de los Estrambóticos; Juanchi Baleirón, de Los Pericos; Gustavo Cordera, de Bersuit, y varios cantantes más. Ahora sigue de gira otra versión, All star reggae sinfónico, pero muy mermada, ya sin las figuras internacionales. No he podido ir a ver este espectáculo. Bueno, tampoco he querido, pero en los videos que uno encuentra en la red se alcanza a ver un experimento forzado, que deja serias dudas sobre la compatibilidad del ska mexicano y una orquesta.

La Avanzada sinfónica, de creación más reciente, solo se ha presentado en Monterrey. Pero no dudo que pronto llegará a México. En ese show participan vocalistas (y algunos pocos músicos) de bandas emblemáticas del rock regiomontano de los 90: Chetes, Pato Machete, El Gran Silencio, Castillo y Charly Castro, de Jumbo; Gil Cerezo y Omar Góngora, de Kinky, y Plastilina Mosh. Encuentro en internet una versión del “Chúntaro Style” y no se escucha tan mal, aunque no supera la original. Mientras la escucho, pienso que me gustaría que El Gran Silencio dedicara tiempo y esfuerzo a hacer discos tan buenos como los que los convirtieron en un fenómeno. Siento que muchos artistas que se entregan a estos proyectos sin seguir adelante con su carrera ya asumieron que su pasado fue mejor. Que hay que cambiarle de etiqueta para venderlo a sus viejos entusiastas. Me hacen sentir que ya tiraron la toalla. Y eso me parece francamente triste. Pero cada quien hace con su carrera y su vida lo que se le da la gana. Si ese es el modo en el que logran seguir haciendo lo que les gusta, poco importa lo que uno piense. Pero como admirador que he sido de muchas de las bandas que he mencionado acá, yo quisiera que recuperaran la ambición.

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