La mejor forma que encuentro para describir a Etgar Keret es compararlo con un mago. Puede leer tu mente, puede aparecer y desaparecer cosas con unas cuantas palabras, y, quizás lo más sorprendente, te hace reír con una de las historias más tristes que has escuchado o te hace llorar con el cuento más tierno e inocente que puedes imaginar.

Su historia en México comenzó hace unos 15 años, cuando un amigo de Diego y Eduardo Rabasa les dijo que leyeran un libro en francés del israelí. Y ahora, Keret es el autor más vendido de Sexto Piso (seguido por Valeria Luiselli) y de Extrañando a Kissinger, su primer título publicado en nuestro país, se han vendido más de 10,000 ejemplares.

Entrar en los cuentos de Keret puede ser peligroso, porque, como toda la buena literatura, te confronta contigo mismo y te obliga a cuestionar tus sentimientos, tu forma de entender y vivir el mundo. Pero también es muy gratificante, porque te permite descubrir que no estás solo y que hay otros afuera como tú.

Ahora, a propósito de su visita a la Ciudad de México para presentar La penúltima vez que fui hombre bala, su libro más reciente de cuentos, platicamos sobre la felicidad, los relatos que conforman el libro, la influencia del cine y la televisión en su obra, y su relación con los lectores mexicanos.

En otras entrevistas has contado que este libro está “inspirado” en un accidente automovilístico que sufriste cuando viajabas de Connecticut a Boston, durante un tour de promoción en Estados Unidos, y que pensaste que ibas a morir. ¿Sentiste que te dieron una segunda oportunidad? Si sí, ¿cómo decidiste qué hacer con ella?

Creo que esta situación de que pensé en que iba a morir aparece de una forma u otra en algunas de las historias del libro, pero un ejemplo que viene a mi mente es el cuento sobre el hombre bala. Pensaba en que, por una parte, estás aterrado y te preguntas qué va a pasar, al mismo tiempo, como alguien lanzado desde un cañón, puedes ver todo desde arriba, ves tu vida desde arriba. Pero hay una ventaja. Justo después de sobrevivir al accidente, me sentí mucho más capaz de evaluar mi vida y de apreciarla. Porque aunque justo en ese momento estaba preocupado pensando en que no habría vivido muchos años, al mismo tiempo sentí que había sido muy suertudo de poderme haber dedicado toda mi vida a hacer lo que más me gusta, de que la gente haya leído mis historias, de poder haber estado con la mujer que más amo y de tener un hijo al que amo, y tantas otras cosas de las que estaré agradecido por siempre. Y creo que cuando vivimos las pequeñas frustraciones de cada día, no nos detenemos a apreciar realmente todo lo bueno que tenemos. Así que creo que el accidente me convirtió, no sé si en una persona más feliz, pero sí en una persona que valora mucho más lo que tiene.

Una gran parte de los personajes de este libro (y creo que en la mayoría de tu obra) están buscando la felicidad. ¿Por qué estamos tan obsesionados con ese sentimiento?

Bueno, no sé si están buscando la felicidad o si están tratando de pelear contra la soledad, pero seguro tienen un sentimiento de estar incompletos. Y creo que esta sensación de que hay algo mejor, pero que es muy difícil de describir con palabras, es la esencia de la condición humana. Hay algunas personas que se conforman con decir que quieren mucho dinero o que quieren mucho poder, pero eso es realmente un abuso. En realidad creo que nuestra vida sería muy triste y melancólica si no tuviéramos aspiraciones como querer ser una mejor persona o querer comunicarnos mejor con los demás o soñar con tocar el cielo. El hecho de siempre desear que haya algo mejor, de imaginar que algo mejor existe, crea un horizonte optimista en nuestras vidas.

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A lo largo de la lectura de los cuentos de La penúltima vez que fui hombre bala me pareció que buscabas decir que la tristeza y la felicidad siempre vienen de la mano. Que no son opuestos, sino complementos.

Sí, claro. Para mí, el opuesto de ambos es la indiferencia. Si sientes algo, no importa si es felicidad, tristeza, un sentimiento de éxito o frustración, todo eso viene en el mismo paquete. No puedes estar feliz sin haber estado triste. Y solo hay dos elecciones: o corres el riesgo y te lanzas a ese océano de emociones, o te quedas seco en la orilla de la playa.

¿La felicidad es realmente alcanzable o es algo que simplemente buscamos sin saber realmente si podemos lograr?

Yo creo que la felicidad es alcanzable, pero por definición no puede ser una condición estática. Creo que la felicidad es como esos rayos de luz que hay entre las nubes. Y creo que incluso cuando no está, el hecho de que podamos recordarla y esperar a que vuelva, es algo que hace que valga la pena vivir.

¿Qué es lo que te hace más feliz?

Estar con mi familia, estar con mi conejo [que se llama Hanzo], escribir y estar con amigos. Siempre, las cosas que me hacen feliz tienen que ver con estrechar relaciones con otros seres humanos o con otros conejos.

Aunque es curioso que hayas elegido la escritura, ya que se trata de un oficio bastante solitario…

Sí, y justo esa es una de las razones por las que me gusta colaborar en películas o en obras de teatro. Pero, por otra parte, creo que cuando escribes asumes que hay alguien del otro lado, que alguien va a leer eso que estás haciendo, y que esa persona va a entender lo que estás sintiendo. Y, aunque estés físicamente solo, esa aspiración te hace estar consciente de la presencia humana que hay afuera, e intentas comunicarte y llegar a ella.

Hace 14 años, cuando se publicó la primera edición de Extrañando a Kissinger, te escribí un correo electrónico con algunas preguntas, y una de tus respuestas fue que escribir no era fácil para ti y que con el paso del tiempo se estaba volviendo aún más complicado. ¿Todavía te sientes de ese modo?

Sí. Creo que cuando era joven había algo de instintivo y audaz o temeroso en escribir. Como cuando eres chico y puedes dar una vuelta en el aire, pero cuando envejeces te da miedo porque sabes que te puedes golpear, y eso te detiene. Y justamente esa conciencia de mí mismo hace las cosas más difíciles, pero al mismo tiempo, aunque escribo menos, me siento menos dependiente de la escritura. Quizás, cuando era chico, escribía una historia cada tres días, y ahora, aunque no escriba, la sensación de que hay una historia afuera flotando en el aire y el deseo de querer atraparla, está siempre ahí.

Eres uno de esos pocos escritores que tienen fans en lugar de lectores. ¿Qué crees que es lo que disfrutamos tanto de tus historias o tu forma de escribir?

Quizás una historia que me pasó junto a Eduardo [Rabasa] sirva para explicarlo. Me parece que en una de las primeras visitas que hice a México, durante una firma de libros, un hombre grande se me acercó y me preguntó algo que no entendí, yo pensé que quería tomarse una selfie, pero en realidad lo que quería era darme un abrazo. Y cuando lo hizo, me sorprendí mucho, pero pensé que estaba bien, que solo era una cosa rara. Sin embargo, cada cierto número de personas, alguien pedía abrazarme. Y era agradable. Pero cuando terminé el tour, y Eduardo me llevó al aeropuerto, le dije que aunque había publicado mis libros en más de 15 países y había viajado bastante, me parecía que había algo muy especial en los lectores mexicanos porque era el único lugar del mundo donde la gente me daba abrazos, y le dije que me parecía una costumbre muy agradable por parte de los lectores mexicanos. Y él me contestó que no era una costumbre, que no abrazaban a nadie, solamente a mí. Y le pregunté que por qué pensaba que eso sucedía, a lo que respondió que quizás era porque al terminar de leer mis libros decían: “Guau, este tipo necesita un abrazo”. Y creo que esta historia habla sobre el tipo de relación que tengo con mis lectores, porque me parece que en gran parte de los casos, el vínculo entre escritor y lector tiene que ver con admiración. Se imaginan a un tipo muy limpio, atractivo, con un gran traje, que los ve para abajo y que se cree más inteligente que ellos y que puede dar grandes consejos. Pero creo que la relación que los lectores tienen conmigo se parece más como a la de un hermano pequeño o la oveja negra de la familia, así que no es una relación de autoridad. No me ven como el jefe, sino como el tipo que trabaja junto a ellos y tiene que aguantar exactamente lo mismo que ellos. Y me parece que esa relación crea un vínculo más humano e íntimo, que está basado en empatía. Creo que mis lectores y yo somos algo como un grupo de apoyo, como Alcohólicos Anónimos, que encuentran la vida un poco más complicada o que tenemos soluciones para los problemas que otros ven como extrañas. Y justamente eso crea un sentimiento de conexión y de compromiso, sabes, que quizás los lectores no tienen con otros autores, aunque les gusten igual.

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¿Crees que cada vez que escribes algo debe de ser sobre algo “importante” o “significativo”?

Me parece que es insensato por parte de un escritor pensar que debe escribir sobre algo que sea importante o significativo, porque hay cosas que pueden ser petrificantes y que pueden alejarte de tu verdad. Es un poco como si, al salir con una chica, empiezas a pensar que se trata de una cita muy importante y que tienes que decir cosas serias y que tienes que impresionarla, lo más probable es que falles. Pero si te permites ser tú mismo, y ser tonto y avergonzarte, serás honesto y podrás mostrarte. Cuando escribo no intento hacerme el interesante o importante, sino que busco ser sincero y decir la verdad.

Etgar Keret
Foto: Leonardo Pérez

En una entrevista con The Guardian dijiste que durante un año no leíste nada y que decidiste ver Netflix porque estabas trabajando en una serie de televisión. ¿Estás leyendo otra vez? ¿Qué series viste?

No solo tuvo que ver con la serie, también estaba el hecho de que mi madre estaba muy enferma y murió. Y creo que hay algo en la lectura que demanda generosidad: tienes que dejar a un lado tus problemas e intereses y escuchar a alguien más. Y para ser honesto, con mi madre enferma, no pude encontrar esa generosidad. Mientras que ver televisión o películas implica menor compromiso de tu parte. Porque cuando lees un libro tienes que crear un mundo junto con el autor. Creo que durante el último año leer fue difícil para mí, no sé si estoy deprimido o solo triste, pero porque estoy muy inmerso en muchas emociones. Me parece que hay cosas increíbles en la televisión, pero las cosas que me hacen más fácil ver la televisión son justo las mismas que hacen que se trate de un medio “más débil” en comparación con los libros. El público es mucho menos participativo, es más pasivo. Así que demanda menos de ti, pero al mismo tiempo, a veces, te da menos. Me gustan muchas series de tv, The Wire, Breaking Bad, Rick and Morty, que veo con mi hijo.

¿Y cómo influyen en tu escritura el cine y la televisión?

Siempre, cuando experimento con la escritura a través de otro medio, me hace un mejor autor. Por ejemplo, hubo un tiempo en el que escribía letras para canciones y eso me hizo mucho más consciente de la métrica. Hay casos en los que, cuando estoy escribiendo un relato, me imagino todo gráficamente, como un story board. Si te fijas, en el cuento “¡No lo haga!”, hay una toma en la que un niño mira hacia arriba muy feliz y un hombre que mira hacia el piso, y conforme él mira hacia arriba, la toma cambia y describe los edificios, así que no sabemos qué es lo que va a ver. Y después vemos al niño sonriendo y al hombre lleno de ansiedad cuando descubre a una persona parada en el borde del edificio, de una forma muy cinematográfica, y creo que si no lo hubiese escrito así, toda la información sobre el hombre que está a punto de saltar hubiera salido desde el principio.

Sé que continuamente estás escribiendo historias y que, de repente, ocurre algo que las une todas y te indica que se trata de un libro de cuentos.

Si puedo recurrir a una metáfora astronómica, creo que los cuentos son como rocas que flotan en el espacio, y que en algún momento escribes una historia que es como un sol, alrededor del cual empiezan a girar las otras, y puedes crear toda una constelación. Creo que en el caso de La penúltima vez que fui hombre bala, el cuento “¡No lo haga!” me ayudó a definir este universo. Creo también que la historia de los emails, sobre el escape room, fue también determinante, y la del hombre bala. Así que creo que estas tres historias sirvieron para crear un tema en torno al cual giran el resto.

Han pasado más de 35 años desde que escribiste “Tuberías”, tu primer relato. ¿Cuál crees que es el cambio más grande que ha sufrido tu forma de trabajar o tu escritura o tu forma de entender la literatura?

Siento que la forma en la que avanzo en la literatura se parece a un movimiento en espiral. En un plano de dos dimensiones aparentemente estoy en el mismo lugar, pero en realidad estoy en otro lugar porque me estoy moviendo hacia adelante. Y creo que mi escritura ha cambiado de dirección de un lugar en el que confrontaba al mundo a un lugar en el que busco reconciliarme con el mundo. Cuando confrontaba al mundo no iba a ganar. No era capaz de golpearlo y obligarlo a hacer lo que yo quería. Pero ahora que intento reconciliarme, aunque la mayoría de las veces no tengo éxito, creo que encuentro algo de paz. Y creo que el más grande cambio en mi vida fue convertirme en padre, y al hacerlo, mi sensación del futuro se hizo más fuerte. Escribo más sobre avances tecnológicos, cosas más de ciencia ficción, y creo que eso tiene que ver con mi preocupación con el mundo en el que va a vivir mi hijo.

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Justamente hablando sobre ser padre. Yo no tengo hijos, pero dicen que hay una tendencia a sentir preferencia por alguno de ellos. Entre todo lo que has publicado, ¿tienes alguna historia favorita o alguna que desearas no haber escrito?

No hay ningún cuento que deseara no haber publicado, porque creo que lo bueno de las historias es que, aunque no sean muy buenas, no hacen un hoyo en la capa de ozono, ni nadie va a morir por eso. Sí hay algunas historias a las que me siento más cercano y otras a las que no tanto, pero de ninguna me arrepiento. Creo “Tuberías” será siempre la más especial para mí, porque fue la primera que escribí, y siempre voy a estar agradecido con ella porque me mostró la forma de comunicarme a través de la ficción. Y creo que en este libro la historia que más me gusta es “Hierba”, porque creo que la mayoría de las veces intento retratar algo y fallo. Y lo que siempre me cuesta más trabajo es intentar escribir sobre la relación entre la vida hípster en Tel Aviv y ser parte del Medio Oriente, y todos los conflictos, el racismo, la xenofobia, y al terminar de escribirlo sentí que realmente había logrado transmitir lo que es vivir esa dualidad.

Finalmente, ¿estás trabajando en un libro nuevo?

Ahora estoy en el proceso en el que escribo cuentos que son rocas en el espacio. No estoy trabajando en un libro, pero sí escribo historias de vez en cuando. Y estoy esperando el Big Bang, de estas historias, que le pongan al resto en contexto.