Ilustración: Manuel Cetina

29 de abril 2019
Por: Gabriel Rodríguez Liceaga

Lluvia de spoilers

Martín, a sus más de 60 años, es taxista toda la noche. Lo prefiere: hay menos tráfico, menos competencia y, según él, menos peligro. Forma su unidad en un sitio afuera de Plaza Universidad esperando pasajeros. La epidemia de complejos cinematográficos en la zona ha provocado que siempre haya chamba. Odia a los uberinos, como él les llama. No lo sabe, pero será una noche muy agitada. Inmediatamente nota que la gente sale de las funciones con los corazones exaltados y ganas de platicar, en vez de prescindir de la realidad enajenados con sus teléfonos luminosos.

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Primero, poco antes de las ocho de la noche, le toca una pareja de novios:

“Matando a la mitad de la existencia”, “Guadalajara o Nayarit dejan de existir”… Martín no entiende de qué demonios están hablando. Regresa al sitio y lleva a un hombre solo. Joven y casi obeso. Este va en silencio un buen tramo, pero después de un rato hace una llamada por teléfono.

Poco antes de la medianoche, Martín sube a su vehículo a un grupo de chavitos. Vienen todos encimados en la parte de atrás. Prefieren eso a que uno se suba adelante. Así son los jóvenes ahora. Vienen como saliendo de una fiesta de disfraces. Pero, ¿fiestas de Halloween en abril? Maquillados de verde, de morado, con capas y juguetes que centellean. Uno dice que a Hulk lo volvieron Shrek y a Thor, Obelix. De plano Martín no entiende el idioma en que hablan hoy en día. Uno de ellos comenta: “pues bueno, al mundo a fin de cuentas lo salva una pinche rata”. La cantaleta de nombres extraños y expresiones salidas de un idioma impreciso marea a nuestro conductor. Si mal no escuchó entre los protagonistas del filme referido hay un mapache que vuela. Martín imagina que todos sus pasajeros asistieron a películas distintas. O que ninguno estaba poniendo atención a lo que ocurría y nomás andan inventando. Es muy raro todo esto.

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Este diálogo lo extrae de otro par de amigos a quienes lleva a sus casas. Ha sido una noche pesada. Ya es de madrugada. Siguen saliendo espectadores de un delirio que se sale por completo de su comprensión. Martín sólo ve en la tele el fut. Oye boleros en el radio. Se echa un par de rones en martes, los miércoles descansa y juega con sus nietecitos.

Al mundo lo salva una rata. Eso no lo vio venir.

Otra parejita:

¿Estaré vivo dentro de ocho años? Martín se va a casa a las cuatro de la madrugada. No habrá más funciones hoy, le comentan los colegas. Recuerda cuando llevó a sus hijos a ver Por mis Pistolas de Cantinflas, hasta les compró unas marionetas saliendo. ¡Estaba a color! La película estaba a color. Definitivamente eran tiempos más sencillos. Definitivamente se siente expulsado del mundo. Anacrónico. Aunque obvio él lo diría con otras palabras. Estaciona el auto y camina a casa. Le duelen las falanges, los párpados. Los perros madrugadores ladran a su paso. Detrás de él se hace irreparablemente de día. Entra a casa. Su mujer le dejó el desayuno listo. Come sin prisa. Va y la besa en la frente, despertándola dulcemente.

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