Gracias a la maqueta del Huey Teocalli en el Centro Histórico, podemos imaginar cómo lucía el centro de Tenochtitlán hace más de medio milenio. ¿Te has preguntado qué sacrificios y ofrendas se celebraban en su interior? Para que no te quedes con las dudas, hoy te contaremos más sobre las ceremonias en el Templo Mayor.

Han transcurrido 500 años desde la Resistencia Indígena en México. A pesar de la barrera del tiempo, nuestros especialistas e historiadores han logrado reconstruir buena parte de la vida en Tenochtitlán, así como descifrar el esplendor que guardaba el centro ceremonial más importante de la época. ¡Alístate para viajar hacia el pasado mexica! 

Templo Mayor, la casa de los dioses

Tal como lo describe el libro La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista de Jacques Soustelle, el Huey Teocalli constituía el centro de la vida religiosa en Tenochtitlán. No solo era el punto donde convergían las cuatro secciones de la ciudad, sino también el santuario de los dos dioses más importantes de la época: Tláloc y Huitzilopochtli.

“Tláloc era el dios supremo de los campesinos, así como Huitzilopochtli era el dios supremo de los guerreros. Sol y lluvia, las dos grandes fuerzas que dominan al mundo, se asociaban en la parte más alta de una ciudad fundada por nómadas guerreros convertidos en sedentarios”, explica Jacques Soustelle.

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En efecto, el espacio del Templo Mayor en realidad contenía dos santuarios religiosos en los que se llevaban a cabo diversas ceremonias en función del calendario. A su alrededor había una amplia cantidad de templos llamados teocalli o teopan; asimismo, cerca de allí se hallaban los recintos de otras divinidades como Texcatlipoca y Quetzalcóatl.

Acerca de su ornamentación, Soustelle asegura que, “Sobre ese enorme basamento se levantaban, uno junto al otro en la plataforma, dos santuarios: Del lado norte, pintado de blanco y azul, el de Tláloc, antiguo dios de la lluvia y de la vegetación; del lado sur, el de Huitzilopochtli, adornado con cráneos esculpidos y pintados de blanco sobre un fondo rojo”.

Ceremonias en el Templo Mayor

Delante de cada altar se encontraba una piedra redonda llamada téchcatl, sobre la cual se realizaban sacrificios humanos y animales; así lo relata Fray Bernardino de Sahagún, el cronista de la Nueva España: “Desde la piedra hasta abajo había un regajal de sangre de los que mataban en él y así estaba en todas las otras torres”.

Cabe destacar que el sacrificio de vidas humanas no estaba inspirado por la crueldad o el odio. Por el contrario, la ofrenda de sangre constituía el único modo posible de apaciguar la inestabilidad de su mundo, el cual constantemente estaba amenazado y requería de ofrendas humanas para sobrevivir. 

Tal como explica Soustelle, “El sacrificio es un deber sagrado que se ha contraído con el sol y una necesidad para el bien mismo de los hombres. Sin él, la vida misma del universo se detiene”. Bajo este principio, a lo largo de todo el año se llevaban a cabo numerosas ceremonias rituales que terminaban con la vida de individuos libres y esclavos.

Cada ritual ocurría en distintos espacios de la plaza principal y seguía las disposiciones del calendario (Tonalámatl). Continuamente variaban sus formas, contenido y duración, según la divinidad a quien le fuera dedicada. De acuerdo con Fray Bernardino de Sahagún, al menos se realizaban tres fiestas anualmente para Huitzilopochtli y otras tantas para Tláloc.

Aunque podía haber variantes en las ceremonias, el principio ritual era siempre el mismo: Morir para nacer y morir para satisfacer a los dioses de Tenochtitlán.

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Ofrendas humanas en el Templo Mayor

Sobre los altares de Huitzilopochtli y Tláloc solían morir personas de distintas edades y oficios, tales como los guerreros mexicas. Todos ellos recibían hermosas vestimentas y adornos particulares del dios para el ritual: después de dar su vida en el altar, emprendían su vuelo hacia el sol, advocación del dios de la guerra.

Los mexicas también celebraban el sacrificio “gladiatorio”. Este consistía en hacer pelear a un prisionero distinguido contra un guerrero bien armado. Si era derrotado, un sacerdote lo conducía al altar del sacrificio y le arrancaba su corazón. Si, por el contrario, derrotaba a seis combatientes seguidos, recibía de forma inmediata la libertad.

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El autosacrificio también era una práctica común en el centro de Tenochtitlán; prueba de ello son los punzones o navajas que se han encontrado en las excavaciones del Templo Mayor. Esta ceremonia consistía en perforarse ciertas partes del cuerpo con navajas de obsidiana, puntas de maguey o huesos animales para convertirse en una ofrenda a los dioses.

A su vez, también solían realizarse sacrificios de niños, quienes podían morir ahogados o por derramamiento de sangre. Sus cuerpos constituían generalmente un sacrificio para Tláloc en tiempos de sequía o de inundación.

Cabe destacar que todas las víctimas portaban vestiduras, adornos y pintura con los atributos de la divinidad a la cual le rendía culto: “de esa manera era el dios mismo quien perecía ante su propia imagen y en su propio templo, tal cual los dioses habían aceptado perecer, en los primeros tiempos, para salvar el mundo”, afirma Soustelle.

Además de los sacrificios humanos, las ceremonias en el Templo Mayor también podían consistir en la ofrenda de animales. Por ejemplo, en el interior del recinto se han encontrado aves, peces, reptiles, felinos y otras especies. Asimismo, se han hallado collares, joyas, braseros y otros instrumentos rituales. 

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