Es mediodía en la ciudad. El calor invernal está a todo lo que da. Mientras nos internamos en el tianguis del Rosario, la música, el griterío, todo tipo productos, colores y sabores nos invaden, nuestra piel morena brilla con el sol y se torna roja cuando atravesamos por las lonas que dan sombra a los marchantes. Una vez dentro, surgen cerros de prendas de todos los colores y texturas imaginables, mareas de ropa en las que dan ganas de zambullirse y explorar. Aquí quien busca encuentra, y para hallar auténticas joyas no hacen falta brújula, mucha experiencia, ni olfato de sabueso: ya sea en forma de ropa, accesorios o alimentos, en los tianguis encuentras algo, vayas buscando o no.

Avanzamos entre puestos de perfumes, cosméticos que prometen embellecer y rejuvenecer, pero más que nada ropa de todos los precios. Aquí no son necesarios los consejos de las youtubers o tiktokers: las reglas de las pacas son bastante simples y están escritas en varios puestos: no hay cambios, no tirar la ropa, no revolverla (esa nadie la sigue) y, sobre todo, no apartar prendas que no vas a comprar.

La paca en la sangre

Mario Huerta, conocido como el Pacas en el mundo del stand up, otra de sus ocupaciones, me guía hasta un puesto grande en el que hay por igual bolsas, chamarras de marca, filas de lentes de todos los estilos y juguetes para niñxs. El linaje tianguero recorre sus venas: sus hermanas y él son la tercera generación de vendedores que han crecido y trabajado entre puestos y lonas; toda la familia chambea ahí, también su pareja. Tíos y primos están regados en otros puestos del lugar, y su abuela, de más de 70 años, trabaja en Neza en un puesto el doble de grande, donde, según su nieto, “se trae en chinga a los trabajadores”.

Le pregunto a mi guía si hay peleas muy seguido y qué se hace en esos casos. “Pasa bastante –responde socarrón–; les decimos que por favor no se maten y que se calmen, hay que llevarla tranquila; queremos que la gente tenga una buena experiencia y regresen a comprar, hay para todxs”, explica al tiempo que saluda y bromea con otros puesteros.

El recorrido del Pacas en el mundo del comercio informal es tan largo como el tianguis en el que estamos: a los nueve años ya revendía flanes para sacar 150 o 200 varos al día, que posteriormente gastaba en chucherías y videojuegos. De los postres brincó a los tenis y a la ropa: mamelucos, chamarras, sombreros, guantes y hasta mochilas. “La ropa es un buen negocio”, me dice mientras da precios, entrega cambio y hace de halcón para evitar robos, ya que la clientela a veces es manolarga.

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La banda siempre te apoya

Un día de trabajo de Mario comienza a las 3:40 de la madrugada, pero una vez que el puesto está colocado, la cosa se pone buena. “Todo el día estás en el desmadre, no es un trabajo tedioso, como en una oficina: aquí hay ambiente chido y mercancía chida”. También presume de tener buenos amigos y de haber visto en los pasillos del tianguis a Rubén Albarrán y al boxeador Juan Manuel Márquez. Ha conseguido objetos que jamás habría encontrado en otro lado y que no entiende cómo llegaron al tianguis, como los tenis Jordan que compró por 700 pesos (una verdadera ganga, ya que su precio es de 25 mil en tiendas), además de un Nintendo 64 y una Playstation que funcionaban a la perfección. Otra cosa que le gusta del tianguis es que en la peda y en los pedos todxs se echan la mano: si falta un lazo, si no traes ganchos o espejo, alguien te va a prestar, o te ayudan a vender si estás solx. Si se te descompone el carro, la banda no te deja solo.

En el tianguis lo que abunda es el amor

El amor aguarda en los lugares más insospechados. Aunque mucha gente no lo crea, el tianguis está lleno de él. Se dice que de la vista nace el amor, pero el tianguis involucra a todos los sentidos y las experiencias que ahí generamos. La antropóloga Alina Lozada Rosillo, especialista en el tema, explica que los vínculos establecidos en ellos se basan en la confianza y el cariño: cuando se trata de frutas y verduras, lxs vendendorxs ya saben lo que nos gusta y que vamos a estar ahí cada ocho días, así van aprendiendo a atenderte y a expresarse contigo.

La entrevistada señala que eso se logra a medida que ambas partes se conocen. Las mamás le dicen a los hijxs dónde comprar si no les gusta en otro lugar. Si algún producto te sale mal puedes quejarte, pero incluso en esos reclamos hay calidez, no se hacen como se harían en una gran cadena. “Eso es porque hay respeto y confianza”, asegura. Según la antropóloga , todo esto se reflejó en la pandemia, pues, debido a la solidaridad, la lealtad y el amor hacia sus marchantxs de confianza, la gente no dejó de acudir.

De amor, amistad y confianza

Sus palabras coinciden con las de Xóchitl Ventura Alvarado, fundadora de Xochiquetzal Productos Artesanales, quien hace cuatro años, después de divorciarse, llegó al tianguis Las Jacarandas a vender bebidas con ingredientes prehispánicos. No solo creó un negocio exitoso, sino que ahí reconstruyó su vida, su autoestima y, sí, volvió a encontrar el amor. “Hasta con novio salí”, dice entre carcajadas.

Xóchitl sostiene que en los tianguis se construyen lazos de amistad que no consigues en ningún otro lado, pues además de venderles un producto a sus clientes, conoce sus historias de vida, lo mismo con sus compañerxs. “En el tianguis todos nos conocemos y siempre nos decimos ‘Que vendas mucho’; también nos consolamos cuando no vendemos”.

El tianguis es una cadena, explica, pues si a uno le va bien, a todxs les va bien: “Las señoras van a comprar verduras; de ahí se pasan a los tacos; luego les da sed y llegan conmigo a las aguas. Así todos vendemos”. Recalca que durante el pico de la pandemia nunca le faltó dinero ni comida gracias al apoyo y al cariño de la gente. “Esa fuerza y ese amor no existe en ningún otro lado”, concluye.

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En la guerra, en el amor y en el tianguis todo se vale

La seducción también ocurre en los tianguis: nunca eres más atractivx ni luces mejor que cuando alguien del tianguis está tratando de lograr una venta. El Pacas observa el estilo de la gente; cuenta que luego siguen los cumplidos, unos personalizados, otros más clásicos como el famosísimo “Se te ve bonito” o el toque prêt-à-porter: “Te queda muy bien”. El verbo funciona especialmente con la mujeres; “el chiste es chulearlas sin que se sientan acosadas”, comenta con la seguridad que brinda la experiencia. Si hay buena respuesta, empieza la labor de convencimiento: “Mi trabajo es hablar, mi forma de vender es haciéndolos reír para convencerlos de que el producto les queda, les gusta”. Y casi siempre funciona. Además, intentarlo tantas veces y llevarse uno que otro rechazo también tiene sus ventajas: “Te acostumbras y sabes que no es personal”, dice el vendedor.

Según la antropóloga Alina Lozada la riqueza verbal de los tianguis es un elemento urbano y del ADN chilango. La dinámica, señala, es muy distinta en otros sitios del país. “He estado fuera de la ciudad y la gente no es tan dicharachera”.

De acuerdo con la experta en los tianguis de la CDMX, lxs vendedorxs son más atrevidxs, incluso en sus letreros están muy presentes el doble sentido, las groserías y la clásica amenaza de tirarse al vicio si no hay ventas. Eso, cuenta, no se ve en tianguis de pueblos más tradicionales. La razón la sabemos: les falta barrio.

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