Si no tienes auto o quieres evitarte el nudo vial de dos horas para llegar a tu trabajo, te rifas el físico al viajar en metro, metrobús, microbús, trolebús y tren ligero. Pero eso no impide el sufrimiento de situaciones cotidianas al interior de unidades y vagones que te estresan al grado de preguntarle a la vida por qué a ti te tiene que pasar eso. Son las cosas que odiamos del transporte público.

Las cosas que odiamos del transporte público

¿Qué gana con eso?

cosas que odiamos del transporte público

Foto: Leo Salazar

Nunca falta la persona que se para frente a la puerta y no hay poder humano que la mueva de ahí durante varias estaciones o paradas. Obstruye ascenso y descenso de pasajeros sin importarle que haya espacio en los pasillos, e incluso asientos, para dejar de estorbar. Por su culpa pierdes segundos valiosos que pueden dejarte atrapado al interior obligándote a bajar en la siguiente estación.

Desayuna en casa o la oficina, por fa

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Por si no fuera suficiente con el tradicional olor a ‘pasuco’, hay osados que se atreven a aportar más aromas indescriptibles y desagradables como consecuencia del hambre. La torta de pollo rostizado o el pescadito frito con salsa Valentina son cosa de nada cuando un godínez saca su lunch con papaya a las 7:30 de la mañana mientras no cabe un alma en el vagón, que además viene sin aire y con ventanas cerradas. Exacto, ¡guacala!

Tampoco se pasen de sanos

Está bien que quieran hacer ejercicio y tener cuerpos atléticos, pero de eso a seguir la dieta poniéndose a comer atún a pleno mediodía mientras el vagón o unidad se quedó detenida (vayan ustedes a saber por qué) ya es grado extremo de confrontación al sentido del olfato ajeno. Ni qué decir de quien se pone a pelar y comer mango sin tener remordimiento de embarrar los tubos para sujetarse. Bueno, entre las cosas que odiamos del transporte público añadan al tragón con sus patitas de pollo.

Una inexplicable cultura varonil

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Si viajas en metrobús entre 7 y 8 de la mañana en época de calor, notarás que en la sección destinada a los hombres suelen ir siempre cerradas las ventanillas. ¿Por qué? No hay ningún misterio salvo la flojera por estirar la mano para abrirlas. Puedes ir trajeado, con chamarra puesta, secándote el sudor, sin embargo, resistes ese martirio con tal de no hacer el mínimo esfuerzo. Total, pues pa’ qué.

El enigmático lugar vacío

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Típico que subes al micro, observas uno de los asientos dobles traseros vacío y das gracias a los santos porque ya la armaste. ¡Oh!, sorpresa. Te das cuenta que nadie se sienta porque no tiene piso, de que es un pasaporte al asfalto. En el mejor de los casos es porque alguien ya cantó Oaxaca encima, o le ganó la prisa con ya te imaginas qué.

Todos nos sentimos en primaria

Aquellos años de las mochilotas repletas de cuadernos y causantes de jorobados en la ciudad, nunca se fueron. Continúan tan vigentes como antes. Nomás es cuestión de echar ojo a los entes que no se la quitan en el metro y son la principal razón de que no haya más cupo para ir de pie. Prácticamente se apropian de su pequeña zona así se quejen del dolor de espalda por cargar un mochilón lleno de sepa qué.

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Seguro te has topado con ese melómano de enormes audífonos que cierra los ojos y se pone a cantar en voz alta rolas que ni se sabe. Balbucea o grita sonidos desafinados y extraños como “vratz”, “platlow”, “vishibishusbushi”, “vsvavavrbsvaa”. A veces mueve la cabeza o simula tocar una guitarra eléctrica. A este ejemplar lo padeces sí o sí cuando tú no traes audífonos.

Las anteriores fueron apenas unas cuantas de las cosas que odiamos del transporte público. ¿Te identificaste con alguna de ellas? Bien, la solución para esos instantes es que mires a uno de esos personajes fijamente a los ojos para que sienta vergüenza.

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