Chilango que se respeta sabe tirar labia por naturaleza. El juego de palabras es una habilidad que traemos impresa en nuestro código genético (o postal). Si ya andas en busca del buen fin y quieres entrarle a la negociación de los dineros, checa estas frases para decir que está caro.

Y es que no basta con hablar bonito hay que hacerle honor a nuestra juerga lingüística, a nuestras habilidades de hablantes dicharacheros.

Octavio Paz, a propósito del habla popular, apuntaba en El laberinto de la soledad, que se trata de un “único lenguaje vivo en un mundo de vocablos anémicos. La poesía al alcance de todos”.

Cantinflas, chilango hasta el tuétano, es la prueba más fehaciente de que el choro mareador puede ser todo un arte. Tan es así que su habilidad por enrevesar las palabras y llevarlas al límite, hoy es un verbo con todas las de la ley: Cantinflear.

12 frases para decir que está caro

Los oriundos de la Ciudad de México sabemos que verbo mata carita y de ello puede depender que nuestra cartera no sufra cuando vayamos a los tianguis y mercados a hacernos de alguna merca.

Todos llevamos en el alma un pequeño Cantinflas dispuesto a salir al rescate de nuestra economía.

Si no nos crees, revisemos algunas de las expresiones que nos caracterizan cuando le entramos al fino arte del regateo.

Un chilango no dice “está caro”, un chilango dice…

“A la vuelta paso… ¿a qué hora cierran?”

Una frase clásica cuando algo está claramente fuera de nuestro alcance. Por supuesto no hay intención alguna de regresar. Nosotros lo sabemos y el vendedor lo sabe también.

Es un fino pacto en el que ambos tenemos conocimiento de que la transacción no se realizará, pero de alguna forma le hacemos saber al vendedor que su precio está algo elevado. Una variante de esta es: “¿abren todos los días?”, y ahí la sentencia es clara: al menos ese día, mejor que no nos esperen.

“Achis achis los mariachis, ¿y mi cartera?”

Una expresión de indudable inconformidad monetaria que comunica al vendedor o vendedora que a) no nos esperábamos ese precio y b) nos sentimos poco menos que asaltados por sus pretensiones económicas.

El efecto se potencia si hacemos el ademán de buscarnos nuestro depósito de dinero en los bolsillos. 

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“¿Pues qué caminan solos o qué?”

Exclamamos cuando vemos unos bonitos zapatos o tenis a los que les echamos ojo, pero que dejarían nuestra cartera o monedero más flacos que un perro callejero.

Una variante de esta frase sería “¿pues qué se lavan solos?”, “¿qué vuelan?” o alguna otra capacidad que los zapatos claramente no tienen, pero nos ayudan a externar que por ese precio estaríamos esperando comprar casi un robot o algo similar.

También podemos usar las variantes: “¿traen WiFi o qué onda?” o el inmortal: “¿qué tranza, son de oro?”.

¿Y ya con ganas de vender?”

Es el preámbulo para comenzar ese estira y afloja del regateo. La frase insinúa que el vendedor no anda muy dispuesto a deshacerse de su mercancía, pues el precio es elevado.

La respuesta es una navaja de doble filo: tanto podemos obtener un mejor monto y salirnos con la nuestra, como un rotundo: “ya es precio, joven —o güerita—, en otros lados está más caro”. Dependiendo de quién sea el hueso más duro de roer, el comprador o el vendedor, el precio final será fijado.

“¿De a cómo y por qué tan caro?”

Decimos cuando vemos algo que nos interesa. Es un buen rompehielos y a veces es la manera de decir que andamos algo cortos de lana y tenemos la esperanza de que el vendedor nos haga una rebajita, aunque sea simbólica.

Se expresa en tono de chiste y si le caemos bien al dueño del puesto, a lo mejor conseguimos un precio mejor.

“Ah caray, ¿no le pierde(s)?”

Es un clásico de clásicos. Sabemos que la persona probablemente sea un detallista, es decir, un revendedor del producto, cuyo precio original en realidad es mucho más bajo que el que nos está ofreciendo.

El “¿no le pierde?” es nuestra manera de hacerle notar que tenemos pleno conocimiento del costo real y que podría ser más razonable en otro lado. 

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“Este… ahorita vengo, voy al cajero”

Una más de nuestro top de frases para decir que está caro. Más que para expresar lo costoso, es una manera de zafarnos elegantemente de una compra en los mercados sobre ruedas.

Pero ojo, esta no siempre funciona, porque con la llegada de los aparatos lectores móviles, es probable que te suelten un: “no se preocupe, ya aceptamos tarjeta”. Ahí sí, ¡acorralado!

En esos casos, solo hay de dos sopas: admitir que no te alcanza y emprender la graciosa huida o aceptar que no fue la mejor estrategia, sacar la cartera y con todo el dolor de tu corazón, aceptar el sablazo.

¡Ah Caracas, Venezuela, alguien quiere sacar su aguinaldo!”

La poderosa que aplicamos como una forma jocosa de decir “¡ay caramba!”. Esta se la podemos decir directo al vendedor o a nuestro acompañante (si lo llevamos), pero asegurándonos bien de que quien nos oferta el producto nos escuche bien y le caiga la pedrada duro y macizo.

“Chi…spas, ¿pues qué rompí?”

Exclamamos con los ojos bien abiertos cuando el precio final no era el que esperábamos. Este no es tanto para regatear; generalmente lo utilizamos cuando nos llega la cuenta en un puesto de comida o fondita que no creíamos que fuera caro (también aplica para los bares o cantinas).

Así que ya sabes: no juzgues un libro por su portada y mejor pregunta por los precios antes de consumir para evitar una sorpresa desagradable. 

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“Me trae la cuenta y un bombero, por favor”

Esta es una de las más finas, porque requiere de la participación del vendedor. Claramente quien esté ofreciendo el producto o servicio se sacará de onda y preguntará: “¿un bombero?”, pensando que no escuchó bien.

El chiste de esta es que cuando te pregunte, le revires: “¡sí, un bombero para que la-apague”. Dicha respuesta funciona con efectividad solo si pronuncias con claridad: “la-apague”, así, juntito, como una sola palabra.

Se aplica cuando ya ves venir el golpe a tu cartera y aunque estás dispuesto a pagarlo, quieres sacar tu lado de comediante. A veces la risa es una buena manera de hacer catarsis ante nuestra triste realidad. ¡Ay dolor, ya me volviste a dar!

“¡Mejor me lo gasto en caguamas!”

Le espetamos al vendedor cuando claramente su precio es exorbitante. Aquí no buscamos regatear, sino expresar nuestra inconformidad y no quedarnos con el coraje entripado ante semejante piquete de ojos.

Y hablando de la defensa a nuestros preciados oclayos, también podemos decir: “ora, ¡si nomás traigo dos ojos!”, para exclamar que el precio pretendido va a costarnos un ojo de la cara.

Este, a diferencia del anterior, sí da pie al regateo. El objetivo consiste en que el vendedor nos haga alguna contraoferta un poco más razonable. 

“Gracias, nada más estoy viendo”

Es quizá una de las más triste de todas, porque nos trae de vuelta a nuestra precarizada realidad. Casi siempre viene después de un: “está en_____, ¿quiere que se lo muestre?”.

El “nada más estoy viendo” es una manera de decir que ni se moleste en bajar la mercancía de donde está —regularmente en una reja o estante— porque nomás no nos alcanzará, por mucho que el dueño del puesto tenga buenas intenciones y se muestre dispuesto a mejorarnos el precio original. 

Como chilango o chilanga de coraza, ¿tú qué otras aplicas cuando vas a los tianguis o mercados y tus finanzas andan flojas?

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