Fotos: Saúl Castillo.

22 de septiembre 2019
Por: Colaborador

De perros del tutelar, a una nueva vida: dos historias de reinserción

¿Cómo es la vida en los tutelares de la CDMX? Dos jóvenes confiesan las razones por las que fueron recluidos y cómo cambió su vida desde entonces.

¿Cómo es la vida dentro de los tutelares de la CDMX? Dos jóvenes confiesan las razones por las que fueron recluidos, cómo han cambiado desde que recuperaron su libertad y la forma en que ayudan a otros delincuentes que salieron de la correccional.

Por: Ruth Barrios Fuentes / Fotos: Saúl Castillo

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Yohsimar y Abraham hicieron lo posible por evitar que los arrestaran, por evadir el tutelar. Cuando eran niños pensaron que juntarse con delincuentes les daría dinero suficiente para corromper a las autoridades y evitar llegar a prisión, pero ninguno de los dos acertó en el pronóstico. Ambos pasaron meses adentro de uno de los tutelares de la CDMX.

Los primeros días recluidos fueron una pesadilla para ambos jóvenes, pero con el paso del tiempo fueron ganando territorio.

Luego de recuperar su libertad, ambos confiesan cómo llegaron a la prisión para jóvenes, lo que vivieron ahí y la difícil decisión de alejarse de sus amigos criminales. Juran que rectificar, arrepentirse y elegir el buen camino no es una mentira, que lo puede lograr cualquiera, desde un ladrón de billeteras, hasta un asesino a sueldo.

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El camino a uno de los tutelares de la CDMX

Todavía se acuerda. Esa noche, Yohsimar fue testigo de cómo el cuerpo de un hombre se llenó de sangre y dio su último respiro. Una bala que él  disparó le quitó la vida.

En ese entonces, Yohsimar tenía apenas 12 años, pero ya era un asesino. Una “empresa” lo contrató para matar en la Ciudad de México. Sus jefes le apostaron a que si lo atrapaba la Policía, iba a salir pronto de prisión y podía volver a ser un matón.

Pero ese hombre no fue la única víctima de Yohsimar. Sus manos jalaron el gatillo más veces. Vio morir a otras seis personas.

—¿Qué organización era?, le pregunto.

Él solo atina a responder que a esas organizaciones criminales se les conocía como “empresas”.

La entrevista es en un parque de la Venustiano Carranza. Yohsimar lleva unos lentes cuadrados y una playera que delata su rutina de ejercicio.

—¿Qué te platico primero?, dice para romper el hielo.

Sin tener una respuesta, empieza a relatar que La Merced, uno de los barrios marginados de la capital mexicana, fue el lugar donde él creció. Ahí, confiesa, vivió la pobreza y la soledad le caló hasta los huesos.

Después hace un breve repaso por su niñez, dice que tiene un recuerdo muy profundo: cuando su papá le pedía que lo ayudara a deshacer la marihuana para armarse un toque. En ese entonces, el niño atendía las órdenes para sentirse apreciado.

Años después, afuera, en la calle, los que andaban drogados y armados eran sus amigos. Fue así que Yohsimar aceptó sin prextextos la “oferta de trabajo” que le hicieron. A cambio tendría dinero y una pistola.

Sin embargo, un día la suerte se le acabó. La policía lo atrapó y el joven no pudo hacer nada para escaparse. Un juez lo halló culpable de homicidio cuando tenía 17 años. Su sentencia: 60 meses en uno de los tutelares de la CDMX, por lo que fue recluido en la Comunidad para Adolescentes de San Fernando.

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Fotos: Saúl Castillo.

Abraham se quedó solo a los 12 años, cuando se murieron sus abuelos. La calle fue su cobijo y escuela, pues ahí aprendió a robar y a drogarse. En ese entonces su padre trabajaba como policía de la CDMX; sin embargo, no tuvieron una relación cercana durante la infancia.

“Dentro de la misma Policía, él se dedicaba a robar. Yo crecí viendo cómo mi papá traía muchas cosas a la casa, incluso droga de la que llegó a decomisar”, recuerda Abraham.

Por eso, al cumplir 15 años, a Abraham le pareció buena idea proponerle a su papá que delinquieran juntos. El señor aceptó.

Su primer golpe fue en una joyería de Polanco. Después atacaron una bodega en Eje Central. Todo había salido bien.

Ya con más experiencia, Abraham propuso robar un departamento en la colonia Doctores. En ese lugar almacenaban películas piratas. Parte del dinero del botín sería para meterse cocaína y éxtasis.

Días antes del atraco, el joven inspeccionó el lugar. Había aprendido que era necesario detectar los movimientos en el edificio, qué vecinos estaban a ciertas horas y cuáles eran las probabilidades de ser atrapado.

Ni Abraham ni su papá sabían que el departamento tenía cámaras de seguridad y alarmas y que, aquella noche, la del robo, estaría uno de los vecinos.

Justo cuando salieron del lugar, ambos escucharon un ruido: eran los policías. En un acto de desesperación, Abraham quiso sacar su pistola, pero le fue imposible. Todo sucedió en un parpadeo.

Su papá intentó sobornar a los agentes, pero no pudo. Ese atraco fue el que lo llevó al encierro. Abraham fue declarado culpable de robo a casa habitación y enviado a uno de los tutelares de la CDMX, el de San Fernando, al sur de la ciudad.

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Los “perros” de los tutelares de la CDMX

Una vez recluidos, Abraham y Yohsimar fueron “perros”, apodo que se le pone a los jóvenes de recién ingreso al tutelar que deben atender todas las órdenes de otros presos con mayor jerarquía, en el tutelar de San Fernando.

Su estancia adentro fue como una pesadilla. De entrada, ambos fueron desnudados y golpeados tantas veces hasta que perdieron la cuenta, pero los dos recuerdan que, entre las paredes descoloridas de San Fernando, decenas de jóvenes intentan subir en el escalafón para evitar malos tratos. Pasan de ser el “Chicha”, que hace el aseo con un trapo, a ser el “Cepillo”, responsable de tallar los pisos, para luego ser el “Jalador”, que solo arrastra el agua.

Los jóvenes presos que tienen más suerte y voluntad logran ascender a otro nivel: “Cuentas”, “Bañero” y “Desformado”. Ninguno de ellos necesita hacer fila para conseguir algo.

Hasta arriba de la cadena está “El Padrino”, el rango de mayor poder en la correccional. A él le tienden la cama, le lavan el plato de la comida y tiene el poder de decidir quién hace qué cosa.

“Todos te dicen que lo peor que te puede pasar es que te lleven a ‘La Corre’. Cuando yo llegué, me puse a chillar, pero no puedes demostrarlo, porque te llueven los madrazos”, señala Abraham.

Quienes cumplen una sentencia en San Fernando saben lo complicada que es la vida en ese lugar. Hay que levantarse a las 5:00 de la mañana para hacer ejercicio. Una hora después ya deben estar bañados, vestidos y con la cama lista. A las 7 en punto se sirve el desayuno.

También es obligatorio tomar un taller: carpintería, hojalatería y pintura, encuadernación, panadería…

El plan del Sistema Penitenciario para que los jóvenes no reincidan se basa en enseñarles algún oficio para que, afuera, ya no regresen a robar.

Pero Abraham dice que son pocos los que toman esas clases con seriedad. La mayoría imagina que una vez que salga del encierro en uno de los tutelares de la CDMX, volverá a las filas del crimen.

Yohsimar fue “Padrino” de San Fernando. No fue fácil llegar ahí. Pero recuerda que lo logró gracias a que sabía pelear.

“Siempre que decían que quién se aventaba tiros con alguien, yo levantaba la mano. Estaba enojado con la vida y necesitaba desquitarme con alguien”, explica.

Ambos jóvenes coinciden en que en el interior del tutelar circulan drogas y alcohol, así como celulares. Para tener eso, dicen, basta con sobornar a algún policía.

También señalan que mientras algunos ven el tutelar como una escuela del crimen, hay otros que sí ven una posibilidad para componer el camino.

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“Yo era una basura”

Fotos: Saúl Castillo.

Para platicar con Abraham hay que llegar a la alcaldía Iztapalapa y luego sortear un laberinto de casas en El Hoyo, un barrio peligroso si no se camina en compañía de un conocido por los lugareños.

Saluda tímidamente y luego se ofrece platicar en una casa que ahora funciona como una asociación civil dedicada a ayudar a chicos que salen de los tutelares de la CDMX y que tienen la voluntad de cambiar.

Segundos después aparece Vincent, un exconvicto que pasó cinco años en el Penal Bordo Neza por robo con violencia. Su saludo es más efusivo. Da un fuerte apretón de manos y luego invita una taza de café.

En el primer piso de la vivienda hay un centenar de libros ordenados en un estante. Ahí están Platón, Sócrates, Paz.

Vicent toma asiento, mira los libros y suspira: “Yo era una basura. Nadie creía en mí”.

Mientras habla, Abraham lo observa como si mirara a un mentor. No es para menos. Vincent le ofreció una cama y alimento en los días difíciles. Ese gesto le ayudó a dar un salto abismal en su vida.

Abraham, ahora de 21 años, trabaja para esta organización llamada Rectificando tu Camino. Ahí ha visto pasar a decenas de chicos con un anhelo incontenible de no volver a la correccional, de encontrar un trabajo y olvidarse de las malas compañías.

Él mismo se dice arrepentido. Asegura que hace lo humanamente posible por restañar las heridas que provocó.

Su papá purga una condena de ocho años de prisión en el Reclusorio Norte. Su sentencia fue más grave porque se le incluyó el delito de corrupción de menores, debido a que, cuando fueron detenidos, Abraham era un adolescente.

Cinco años después, Abraham repite las palabras que le soltó su papá cuando iban juntos en la patrulla: “Ni modo, hijo, ya sabíamos lo que iba a pasar”. Desde ese entonces, no se han visto.

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De la cárcel a la universidad

Fotos: Saúl Castillo.

Actualmente, Yohsimar ya tiene 27 años. De asesino pasó a ser estudiante del Tecnológico de Monterrey, una de las escuelas privadas más caras del país, donde acabó la preparatoria, para luego estudiar Ingeniería en Mecatrónica, en la Universidad Tecnológica de Nezahualcóyotl. En un año se graduará, pero mientras ya está en busca de hacer una maestría en Canadá.

Todavía se siente conmovido cuando platica que alguien le dijo que no era un tipo tonto.

Su cambio ocurrió casi de milagro, dice. Un día, adentro del tutelar, halló una Biblia y encontró una respuesta a sus cuestionamientos. Leyó un proverbio: “El principio de la sabiduría es el temor a Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza”. El fragmento apagó un fuego en su pecho. Supo que, si quería ser otro, tenía que empezar por la humildad y el perdón.

Entonces vino la transformación. Ya no le interesó ganar las discusiones a golpes. Durante el tiempo en reclusión, encontró una especie de control mental.

Detalla que los chicos encerrados en los tutelares de la CDMX viven golpes, humillaciones e insultos, pero asegura que el panorama una vez que recuperan la libertad no es más prometedor, puesto que se sufre abandono y, muchas veces, el que la debe, la paga. Por eso volver a prisión es casi como una salvación.

Para Yohsimar fue diferente. Una vez que salió, su hermano ya lo esperaba. Lo acompañó a comprar ropa y después le ayudaron a poner un puesto de tacos.

Con el paso de los meses, le entusiasmó el plan de ayudar a quienes, como él, no tuvieron un buen consejero para orientarlo. Así fue como decidió poner en marcha una asociación llamada Movimiento Vida Digna -Moviding- que ayuda a la reinserción de los chicos que salen de los tutelares de la CDMX.

Cuando lo platica, ni él mismo se la cree. Le parece inverosímil que se haya convertido en una persona tan ajena a lo que solía ser. Dice que ya no es ni la sombra del chico acelerado y altivo que fue hace unos años.

Casi al final de la entrevista, un señor se acerca para preguntar qué hora es. Yohsimar mira su reloj, responde y agrega un: “Que Dios te bendiga”. Dice que Jesucristo lo salvó y él promete que ya no le volverá a fallar.

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