Para sus hijos todo ha sido un viaje, es una aventura que inició el 20 de noviembre de 2020 y está próxima a terminar. Eso es lo que ella les ha dicho a los niños para tenerlos tranquilos, para que a sus 7 y 4 años no sientan el temor de saber que cruzaron fronteras a pie, en autobuses, gracias al ride en carreteras y que llegaron a México huyendo de la violencia.

A sus 22 años, Nathaly* tuvo que salir de Honduras en donde fue secuestrada durante meses por un líder del crimen organizado. Logró escapar junto a sus dos niños y un bebé de tres meses nacido del abuso y quien no había sido registrado. Ella recuerda haber corrido, llegó a la municipalidad, reconoció a su bebé y una vez con los papeles en regla huyó de su país.

Para entender la migración en general y, particularmente, por qué las mujeres viajan con sus hijos, es necesario saber que las principales razones que las llevan a salir son la violencia, la pobreza y la necesidad de tener una mejor calidad de vida.

Matrix: Antimanual de maternidad

“Al entrevistarlas, la mayoría refiere la situación de pobreza y violencia generalizada en su país. Cuando llegan aquí ya traen más de un miembro de la familia perdido. Hay quien te refiere que mataron a su esposo, a sus hijos o los maras quieren llevarse a uno de ellos o hacer suya a una de las hijas, por eso tienen que salir. Hay quienes te dicen que llegaron a su casa y se las arrebataron con la amenaza de que si no se iban, los matarían y entonces deben huir, esconderse en los montes y migrar a otros países”, explica la madre María Soledad Morales Ríos, coordinadora del área de Vinculación de la Casa de Acogida Formación y Empoderamiento de la Mujer Migrante y Refugiada (CAFEMIN), un lugar de asistencia humanitaria para mujeres, niños y adolescentes en la CDMX.

De acuerdo con la madre Sol, las mujeres con niños suelen salir en caravanas o en pequeñas comunidades de amigos o conocidos y después se van dispersando cuando tienen cerca a Migración, pues al llevar niños no es tan fácil correr y no pueden dejarlos, entonces caminan en pequeños grupos o solas, se mueven en autobuses rodeando fronteras porque pasar ríos en llantas o balsas es difícil llevando a sus hijos e incluso es más común que paguen por alguien que las guíe, para tener un tránsito “más seguro”, aunque en ocasiones las dejan a su suerte en el camino.

“En mi caso no sé qué pasó, aún no lo entiendo pero gracias a Dios que pasamos por en medio de oficiales de Migración y no nos vieron. No sé cómo explicarlo porque traía a mis dos niños de la mano y al bebé cargando, yo venía rezando, pasé llorando pero feliz porque ya no íbamos a sufrir”, cuenta Nathaly a Chilango.Hasta ahora, dice, sus hijos lo han tomado como un viaje. En las próximas semanas, debido al peligro que corren, serán reubicados en Canadá con la familia de la joven.

Foto: Ilse Huesca/Chilango

“No te puedo decir que no tengo miedo (…) no puedo salir a la calle, no quiero poner a mis niños en riesgo. Pese a todo, estamos bien. Ellos ya no están viendo la violencia, ellos no tenían libertad y ese fue el motivo por el que yo salí, porque si no los tuviera, si hubiera estado sola, quizá seguiría ahí, no tendría nada que me hiciera darme cuenta que las cosas no estaban bien, no habría tenido por quién pelear”, dice.

Ser mamá a la distancia

A partir de 2014 empezaron a notarse cambios en cuanto a la forma en la que migran las mujeres, dice Gretchen Kunher, directora del Instituto para las Mujeres en la Migración A.C. (IMUMI), a partir de ese año se volvió más común verlas transitar con sus hijos, sobre todo porque aumentaron los problemas de inseguridad en el triángulo norte de Centroamérica, y es muy común ver que desde los 10 o 12 años, los niños son atraídos y reclutados por el crimen organizado, mientras que las niñas son secuestradas y violadas, por lo que es necesario sacarles de dicho contexto.

Aún así, la mayoría de los casos son mujeres que salen solas de Centroamérica, dejan a sus hijos con las abuelas, tías, con hermanas mayores y cuando no hay una red de apoyo, se quedan bajo la vigilancia de vecinas. Mientras que, cuando el motivo es la violencia familiar, los hijos suelen quedarse con los padres, y estos les prohíben establecer contacto.

Según datos de Cafemin, el principal país del que provienen las madres migrantes es Honduras, que equivale al 80% y le siguen de El Salvador y Guatemala. En años recientes, debido a la crisis económica, también arriban mujeres de Venezuela, Haití y Nicaragua, asimismo, de forma muy esporádica llegan provenientes de países africanos y de la India.

¡Aquí estamos las mamás trans!

Al respecto, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) publica cada mes las estadísticas de solicitudes de refugio en México. Tan sólo de enero a marzo de 2021 se registraron 22,606 y se han resuelto como positivos 2,983 personas en el mismo periodo; sin embargo, dichos números no están desagregados por género ni por edad por lo que no se indica cuántas son mujeres y si se incluyen a sus hijos.

Concepción* es una de las mujeres que salió de Honduras, es madre soltera de dos niños que se quedaron en su país. Ella salió porque el dinero no le alcanzaba para mantener a su familia.Vivía en una isla que forma parte de Honduras en donde no había trabajo y trasladarse al centro de la ciudad o alguna otra área de mayor movilidad era riesgoso a causa del crimen y debido al alto costo del transporte. Eso la llevó a encargar a sus hijos con su mamá y empezar su camino rumbo a Estados Unidos.

“Para las madres que deciden transitar solas, la red de apoyo es primordial. Encontramos que las abuelas son la principal fuente de ayuda mientras las mamás trabajan y envían remesas a su familia para que en el país de origen puedan sobrevivir; sin embargo, no todo es tan fácil porque tanto en el tránsito como en el proceso de establecerse enfrentan inseguridad, violencia y revictimización de las autoridades”, explica Gretchen Kunher, directora de IMUMI.

En su camino Concepción terminó sola, aunque inició con algunos familiares y amigos, ellos se quedaron sin dinero y tuvieron que regresar. Al continuar por su cuenta y tras llegar a Chiapas, fue secuestrada.

“Llegué a Chiapas y me llevaron a Guerrero, ahí estuve secuestrada tres meses. Mi familia me daba por muerta o por desaparecida, no sabían nada de mí. Como pude logré escaparme, pero las personas que me tenían conocen mi nombre, de dónde soy y hasta tienen información de mi familia. Me entregué a Migración para que me deportaran pero en ese tiempo que me retuvieron quedé embarazada de gemelos y en lugar de regresarme a Honduras me mandaron a Cafemin en la ciudad”, cuenta a Chilango.

Aunque ya en la CDMX le ofrecieron interrumpir su embarazo, decidió no hacerlo y, por el contrario, se ha dedicado a cuidar de ella y de sus bebés mientras piensa qué sigue, pues actualmente no está trabajando ni enviando dinero a su familia. Tampoco quiere salir del albergue por el miedo de vivir una experiencia similar a su secuestro y por la misma razón no puede ir por sus hijos para no exponerlos.

“Es muy duro estar lejos de ellos porque nos hablamos y me dicen que me extrañan, ya me quieren ver y yo a ellos, pero aquí me han ayudado mucho. Ahorita estoy tratando de estar mejor, de establecerme un poco, quiero trabajar y hacer todos los trámites ante Comar para tener mi tarjeta y pedir una reubicación. Mi propósito era irme a Estados Unidos, pero ahora sólo quiero sentirme segura y estar en un buen lugar para tener cerca a mis hijos de 12 y 4 años”, dice.

Madres migrantes en busca de una nueva vida

Todas las personas que salen de sus lugares de origen, sin importar la razón, buscan una mejor calidad de vida, sin embargo no es fácil conseguirlo cuando están empezando de nuevo en un país distindo, en el que enfrentan la pobreza, la discriminación, desigualdades e incluso trabas al momento de hacer trámites.

De acuerdo con la madre María Soledad Morales Ríos, coordinadora de Vinculación de Cafemin, al intentar establecerse en México, las madres migrantes que transitaron con sus hijos enfrentan diversos obstáculos, el más importante, dice, es no tener con quién dejarlos cuando se van a trabajar.

Foto: Ilse Huesca/Chilango

“La principal dificultad es saber dónde o con quién dejan a sus hijos, también el tener que hacer los trámites para obtener su tarjeta como residente y aunque la consigan, no es sencillo que les den un empleo y sin importar que sean profesionistas se emplean en limpieza de cines y en hospitales o en trabajos eventuales mal remunerados. También tienen problemas para abrir una cuenta bancaria y se les da acompañamiento, lo mismo en otros trámites como al rentar un cuarto o inscribir a los niños a la escuela”, dice.

A eso se le suma la retórica política, dice Gretchen Kunher, directora de IMUMI porque a las autoridades les parece que todo era más “sencillo” cuando no venían familias sino hombres trabajadores.

“Entonces ha aumentado no sólo la criminalización sino la revictimización y escuchamos discursos que cuestionan por qué vienen con niños, por qué tienen tantos hijos, les dicen que se vayan a trabajar pero al mismo tiempo que los tienen muy desprotegidos, como si todo fuera culpa de las mujeres. Es una situación muy grave y el Estado mexicano debería hacer todo lo posible para darles las herramientas, los documentos migratorios y un lugar seguro donde dejar a sus hijos mientras trabajan para que ellas mismas puedan salir adelante”, explica.

Foto: Ilse Huesca/Chilango

En esa búsqueda de una nueva vida está Rosa. Una mujer que salió hace casi tres años de El Salvador a causa de la inseguridad, dejando a su hija de 9 y sin saber que venía embarazada.

Un día salió a trabajar, como cada día, pero no regresó. Se sumó a una caravana y entre ride y caminando llegó a México. Su objetivo era Estados Unidos pero al enterarse que tenía dos meses de gestación, decidió quedarse.

“Ahorita ya no tengo ganas de seguir, prefiero cuidar a mi bebé y he recibido ayuda del IMUMI. Quisiera traer a mi hija para acá pero tengo poca comunicación con ella, su papá no me permite verla y sólo cuando está con su abuela me mandan fotos y audios de WhatsApp en los que me dice que me extraña y que le hago falta. Quiere venir conmigo y conocer a su hermanito. A veces imagino que los tengo aquí a los dos, que vivimos tranquilos, que se quieren y que son buenos estudiantes. Todo eso lo veo, lo imagino y hasta lo sueño”.