El mes del orgullo, los colores del arcoíris y una tradicional marcha multitudinaria han dado visibilidad a los miembros de la comunidad lésbica, gay, bisexual, trans, intersexual y queer. Estas son historias de la diversidad en la CDMX.

Y a pesar de que cada día enfrentan obstáculos, violencia y discriminación en los distintos ámbitos de la vida; también han conformado una comunidad que lucha por hacer que sus necesidades, orientaciones, identidades y expresiones de género sean respetadas y visibles.

Estas son unas historias de miembros de la comunidad LGBTIQ+ y cómo viven la diversidad en la Ciudad de México.

Las historias fragmentadas de la Intersexualidad

Hana Anoi conoce su historia en partes. Algunos recuerdos de infancia, confesiones de sus padres, ningún documento que le aclarara qué pasaba o por qué tenía la intuición de que habían “corregido” algo que estaba mal desde su nacimiento, pero fue hasta sus 30 años que confirmó lo que sospechaba: es intersexual.

“Las personas intersex nacimos con formas genitales que de pronto no resulta fácil identificar el cuerpo típico de un hombre o de una mujer y eso dificulta una asignación de género. Hay quienes nacen y sus genitales no resultan conflictivos pero al paso de los años pueden aparecer y hay otros casos en los que la ambigüedad genital es visible desde el alumbramiento y son motivo de intervenciones quirúrgicas para normalizar la corporalidad, a pesar de que no haya riesgos a la salud del bebé y, por el contrario, se puedan provocar consecuencias que van desde la insensibilidad, el dolor crónico, estrés postraumático e infertilidad”, explica.

Antes de la revelación, Hana recuerda haber sido sometida a tres cirugías antes de los 12 años, tiene en la memoria constantes visitas al médico y la incomodidad de tener que mostrar el cuerpo aún sin saber qué le ocurría. Nunca tuvo acceso a su expediente clínico y lo que sabe de su corporalidad y de la medicalización lo consiguió insistiendo a sus padres.

Aún queda mucho camino por hacer en el reconocimiento de las identidades en las infancias trans.
Foto: Cuartoscuro

Quienes son intersex aseguran tener dificultades para “poner el cuerpo” en el espacio político, y con eso tener una mayor presencia y representación en la comunidad LGBTIQ+; sin embargo, asumirlo implica ser visto como un caso clínico extraordinario, aunque dicha afirmación no sea cierta, pues se estima que casi dos de cada cien personas podría tener una variación genital, lo cual significa que todos nos hemos encontrado con alguien intersexual sin siquiera saberlo, incluso, sin que las propias personas lo supieran.

“Nuestros cuerpos siguen viéndose como anomalías, se nos trata con mucho paternalismo e infantiliza, las relaciones familiares se complican, se nos oculta información sobre nosotros mismos y eso es muy duro en un proceso de autodescubrimiento, de construcción de identidad. Por eso quienes nos presentamos como intersex en un espacio de demanda política hemos atravesado por cuestionamientos personales, reconocemos nuestras cicatrices y ahora el silencio nos causa molestia. Por eso hablar y escribir nuestras historias nos ayuda a sanar.”

Para Hana Aoi, estudiante de la maestría en Estudios de la Mujer en la UAM, autora del blog Vivir y Ser Intersex e integrante del colectivo Brújula Intersexual, resulta necesario que los miembros de esta comunidad sigan encontrándose, que tengan visibilidad para desmantelar las creencias de que tienen un problema. Solo así, con educación e información, explica, es que se podrán evitar cirugías innecesarias y cada persona, en el momento que lo decida, tendrá la posibilidad de elegir cómo vivir su identidad.

Ser Trans es resistir

Un viaje a Colombia, para estudiar en la Universidad de Antioquia sacudió su perspectiva de vida. Natalia Lane es una mujer trans de 29 años, comunicóloga y la primera estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM que accedió a la licenciatura ya transicionada, pues su proceso inició desde los 17 años.

“Me fui de intercambio académico a Colombia, ahí empecé a escribir crónicas y reportajes sobre trabajadoras sexuales trans y me di cuenta que había muchas desigualdades, que las compañeras y hermanas no accedían a los mismos derechos y eso causaba que su calidad de vida cada vez fuera más precaria y es que saberlo era una cosa, pero verlo de cerca y vivirlo hizo que me interesara por la defensa de los derechos y desde entonces eso hago”, dijo.

Durante esos años Natalia empezó a ejercer el trabajo sexual de manera autónoma y decidida, sin embargo, enfrentó los abusos de la policía y de la gente.

Todo eso le hizo notar la desigualdad estructural y la violencia especialmente dirigida a las personas trans, y entendió el dato de la Comisión Interamericana De Derechos Humanos que habla de una baja expectativa de vida al estimar que, en promedio, las mujeres trans de América Latina viven hasta los 35 años, lo cual es mucho más bajo en comparación con una persona cisgénero (74.9 años), incluso siendo lesbiana, gay o bisexual.

Las mujeres trans están en eterna lucha para que se reconozca su identidad en distintos espacios.
Foto: Cuartoscuro

“Desde ahí empezó la inquietud para involucrarme en la defensa de derechos humanos. En México me interesó lo que hacía el Centro de Apoyo a las Identidades Trans (CAIT) porque tienen una perspectiva comunitaria, de trabajo en territorio y en las calles. Ya llevo cinco años ahí, llevo la coordinación de comunicación y damos talleres de prevención en materia de salud, seguridad y acceso a la justicia. También desde hace diez años soy trabajadora sexual independiente”.

Otra de las razones de su activismo tiene que ver con la posibilidad de acercar información a las personas trans pues al iniciar su proceso a los 17 años se encontró con que no había espacios para hablar del tema, incluso durante su educación universitaria enfrentó esa ausencia de información, de análisis, de reflexión sobre las orientaciones, identidades y expresiones de género; sin embargo, en su transición contó con el apoyo de su familia y entendió que ser una persona trans y asumirlo es un profundo acto de amor propio, implica quererse tanto que se está dispuesta a defender lo que se es, a pesar de que la sociedad quiera imponer una manera “correcta” de ser.

“Aún con todo el apoyo y respaldo, también conozco la otra realidad, el trabajo en territorio, pararte en una esquina, vivir las mismas violencias institucionales y sociales en las noches, que muchas de mis compañeras trans viven todos los días. Por eso es importante sentar precedentes, sentirnos orgullosas de algo que aunque parece que no tiene mayor mérito, cuando eres una persona trans puede ser inaccesible”, dice Natalia Lane.

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No era por el vals, fue por nuestros derechos

Ambas llevaban vestidos blancos. Lol Kin portaba una chalina en color verde y Judith en morado. Las dos sostenían un ramillete flores mientras se fundían en un beso, teniendo de fondo los colores bandera de México. Esa fue una de las imágenes que el 12 de marzo circuló por todo el país y, quizás, por todo el mundo: era la primera vez que en América Latina se podían casar parejas del mismo sexo y es que un día antes cuatro parejas hicieron historia en el Palacio del Ayuntamiento de la CDMX.

Entre ellas estaban Lol Kin Castañeda y Judith Vázquez, dos activistas por los derechos de las mujeres lesbianas en México quienes pelearon por lograr que los matrimonios civiles igualitarios se volvieran una realidad; sin embargo, la historia inició tiempo atrás, con un problema de salud.

“Empecé en la defensa de los derechos de lesbianas en 2004 al darme cuenta que Judith y yo no teníamos los mismos derechos que las parejas heterosexuales. Todo empeoró cuando tuve un problema de salud muy fuerte ese mismo año al grado que Judith me llevó inconsciente al hospital. Era una clínica privada y cuando les dijo que era mi pareja le dijeron que si bien podía hacerse cargo de los gastos, no podría tomar ninguna decisión”, cuenta Lol Kin Castañeda.

En aquella ocasión, su papá era quien se encontraba más cerca y, aún así, demoró seis horas en llegar. No tenía familia más cercana que Judith y aún así su vida estuvo en riesgo por la falta de aceptación del hospital. “Afortunadamente superé ese problema de salud pero hay gente que no lo logra y es cuando el Estado queda a deber”.

A una década del primer matrimonio igualitario
Foto: Cuartoscuro

Desde ese momento ambas empezaron a luchar por sus derechos, hasta diciembre de 2009 que el matrimonio civil igualitario se aprobó. De acuerdo con la activista aunque en su momento se consideró que se trató de una medida frívola, el acceso al matrimonio no se peleó por tener un vals o una gran fiesta sino porque los derechos fueran iguales, para todos.

“Esto ha sido una gran responsabilidad y es algo que me define como persona. En aquel momento no solo era encontrarnos de frente con la historia sino que estuvimos expuestas a violencia y amenazas, pero también escuchamos voces que reconocían que con esto se fortalecía a nuestra sociedad.”

Con estos derechos ganados Lol Kin y Judith se convirtieron en laboratorios sociales pues una vez unidas en matrimonio tendrían que acudir a las instituciones a validar los derechos adquiridos. El primero fue el IMSS y un trámite de alta a un beneficiario que normalmente tarda 15 minutos, a ellas les costó nueve meses de reuniones para obtener un carnet y a afiliación de Judith, pues, asegura que por órdenes presidenciales de Felipe Calderón, no se facilitarían dichos estos procesos.

“En juntas con el entonces director del IMSS, Daniel Karam, acordamos hacer peticiones por escrito para nos las rechazaran por escrito y tuviéramos un soporte para tramitar un amparo. Lo hicimos y lo ganamos, y luego de una serie de rechazos y recursos de revisión de parte del ex presidente mexicano nos convertimos en la primera pareja del mismo sexo en obtener un registro y acceder a la seguridad social”, señaló Castañeda.

A partir de ahí, cuenta, tocaron cada puerta que les asegurara igualdad de derechos y a la par del trabajo de otras y otros activistas, asociaciones, sociedad civil organizada y actores políticos, se ha visibilizado la lucha y es que ahora se pueden obtener beneficios como préstamos bancarios mancomunados y créditos del Infonavit, entre otras cosas. “No pedimos privilegios o que a otros se los resten, solo que nos dejen formarnos en las mismas filas para acceder a los mismos derechos”.

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Desestigmatizar la Bisexualidad

A mitad de su fiesta de cumpleaños 23, Martín Ayala decidió confesar que era bisexual. A pesar de que lo sabía desde la adolescencia, había decidido no mencionarlo, pues sus padres le inculcaron una educación conservadora y, al ser originarios de un poblado en el estado de Guerrero, creció sin muchas opciones para asumir libremente su orientación sin ser estigmatizado.

“Nunca lo dije, ni siquiera cuando a los 18 me vine a estudiar la universidad a la ciudad, en el fondo había algo que me decía que podía haber algo mal, peor aún cuando en una reunión con compañeros de la universidad insinué el tema y recuerdo que alguien dijo ‘la bisexualidad no existe, es un pretexto para andar de joto’, eso me hizo ocultar quién soy y encerrarme en el clóset otros dos años.”

A sus 20 años se quedó sin el empleo que le permitía pagar la mitad de renta y sus gastos, pues el resto se lo mandaban sus papás con tal de seguir estudiando. Para cubrir el faltante, integró a un roomie a su departamento: se trataba de un joven gay, estudiante de diseño, que se convirtió en su mejor amigo y también fue la primera persona a quien le confesó que era bisexual.

La comunidad LGBTIQ+ lucha por ejercer su sexualidad con libertad
Foto: Cuartoscuro

“Antes de eso tenía la imagen de ser un tipo sin mucho éxito en las relaciones, alguien tímido al que solo le conocieron una novia y aunque también salía con chicos, no me sentía seguro de que me vieran con un hombre, que me encasillaran en ser gay, en que estaba confundido o que se burlaran diciendo que me daba igual con quién me acostaba.”

Sin embargo, aunque la confesión en la noche de su cumpleaños causó sorpresa, se dio cuenta que al menos para sus amigos, su orientación y sus parejas no definían su amistad y lo hizo cuestionarse si el hecho de no querer hablar eran, más bien, miedos propios y prejuicios por la educación que había recibido y no un rechazo de las relaciones que había establecido desde que empezó a vivir en la CDMX.

Asegura que, aunque desde hace dos años vive su bisexualidad con libertad y responsabilidad, aún se encuentra con gente que lo cuestiona como si tuvieran un derecho sobre él, hay otros que muestran agresividad, los que hacen preguntas con interés en cómo vive su sexualidad y hay muchos más que consideran que su orientación lo vuelve promiscuo, que le atraen todos y todas y que es incapaz de tener una relación estable.

“Hay mucha desinformación y, sobre todo, hay mucho miedo al autodescubrimiento. Ahorita salgo con una chica que sabe lo que soy y me respeta y mis amigos me apoyan; aún así hay entornos en los que me sigo sintiendo desconfiado como en mi empleo, donde no saben de mi orientación y en mi casa, en Guerrero, pues mi familia tampoco está enterada, y aunque quiero decírselos, no he encontrado el momento, pero pronto lo haré porque quiero sentirme libre”, dice.

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