Los chilangos sabemos que si algo afecta nuestra vida cotidiana son los problemas vinculados al agua. En época de lluvias porque nos inundamos, y en temporada de sequía porque resentimos su falta. Nuestra relación de amor-odio con el agua en la Ciudad de México data prácticamente desde la fundación de la ciudad hace más de cinco siglos. La historia es conocida: Tenochtitlán se estableció en un valle dominado por un sistema de grandes lagos, y la vida citadina guardaba cierta armonía con el agua, a través de un sistema de chinampas y diques que controlaba el nivel de los lagos y prevenía inundaciones. Con los siglos, esta relación se transformó: construimos obras hidráulicas para desecar los lagos y desalojar las aguas. Al mismo tiempo, sobreexplotamos nuestros acuíferos y traemos de otras cuencas miles de litros por segundo para satisfacer la demanda de la urbe. Poco hemos hecho para cambiar el sinsentido de este esquema lineal, en el que el agua es vista como un recurso ilimitado. El problema pide a gritos nuevas soluciones. ¿Estamos listos para ofrecerlas?

Por Cecilia Rosen / Ilustraciones: Eduardo Ramón

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El ciclo del agua en la Ciudad de México: exceso y escasez

A diferencia de otros estados marcados por las sequías, como Baja California Sur, Coahuila o Sonora, vivimos en una entidad con mucha agua. Cada año llueve en promedio más días que en Londres; sin embargo, estamos en estrés hídrico. El problema está en la distribución temporal de estas lluvias: mientras en diciembre solo llueve un día en promedio, de junio a septiembre no solo aumenta la frecuencia de las precipitaciones, sino también la intensidad. Prácticamente cae el doble de agua en la Ciudad de México cada vez que llueve. Por ejemplo, en un día promedio de lluvia en junio pueden caer unos 7 millones de metros cúbicos de agua, cantidad suficiente para inundarla casi 9 centímetros.

Se calcula que la lluvia que cae en la ciudad es 2.1 veces el volumen promedio suministrado anualmente por el Sistema Cutzamala, el cual representa el 27% del suministro de agua al valle.

Pero no llueve igual en todos lados: en las zonas con nivel socioeconómico alto y medio alto (Álvaro Obregón, Cuajimalpa, Magdalena Contreras, Miguel Hidalgo y Tlalpan), la lluvia promedio es 40% mayor que la que cae en el resto de la ciudad y duplica la registrada en zonas con un nivel bajo (Gustavo A. Madero, Iztacalco, Iztapalapa y Venustiano Carranza).

Irónicamente, la mayoría de las colonias consideradas de “alto riesgo de inundación” por el Sistema de Aguas de la Ciudad de México (SACMEX) están en el norte y noreste de la ciudad, donde el nivel de precipitación es bajo. Por encontrarse en zonas de menor altitud, reciben grandes cantidades de agua en poco tiempo.

Las inundaciones son causadas principalmente porque vivimos en una cuenca esencialmente endorreica, es decir, sin salidas naturales al mar, pero también porque al sistema de drenaje le cuesta cada vez más desalojar la gran cantidad de agua que recibe. Y la basura también juega un papel importante: según el gobierno de la CDMX, aproximadamente 50% de las inundaciones son provocadas por la acumulación de basura en las alcantarillas.

Abastecimiento, al límite

agua en El Valle de México

Ilustraciones: Eduardo Ramón.

Satisfacer la demanda de agua en la Ciudad de México no es sencillo. Pero para entender el problema del acceso hay que conocer cómo es nuestro sistema de abastecimiento, uno de los más complejos del mundo.

Según estimaciones generales de diversos expertos, de la lluvia que recibimos en el valle: 72% se evapora, 4% se recupera en aguas superficiales, 14% escurre y 10% se infiltra y recarga los acuíferos subterráneos. Es del escurrimiento y la recarga de donde obtenemos agua para nuestro consumo. Alrededor de 70% proviene de pozos de extracción subterránea, que se calcula son entre 400 y 600 en las distintas alcaldías.

El servicio de agua y saneamiento en el Valle de México se caracteriza por la alta presión que ejercemos sobre los recursos hídricos, y esto se ve claramente en la explotación de los acuíferos subterráneos. Idealmente deberíamos mantener un balance entre la cantidad de agua que extraemos del subsuelo y la que recargamos (natural o artificialmente). Según Eugenio Gómez, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Iztapalapa, el déficit de extracción de los pozos es casi del triple: se extraen 58.8 metros cúbicos por segundo y se recargan 20 metros cúbicos por segundo. O sea que hay un déficit de más de 60%.

“No deberíamos estar sacando tanta agua como estamos haciendo. La sobreexplotación de los acuíferos de la Ciudad de México es un problema especialmente grave que hay que atacar de manera inmediata”, dice Manuel Perló, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM.

La sobrexplotación de los acuíferos causa el hundimiento de la CDMX y otros municipios. Según SACMEX, en las diversas zonas de la ciudad donde la mayor parte de los suelos son arcillosos, los hundimientos van desde los 6 centímetros hasta más de 30 centímetros por año. Aunque no existen cifras oficiales sobre los costos de este hundimiento, diversos expertos coinciden en que son considerables si tomamos en cuenta que por esta razón las redes de agua potable se fracturan y el drenaje puede perder pendiente.

Como el acuífero citadino no es suficiente para satisfacer la demanda, desde hace casi medio siglo traemos agua de otras cuencas. Este suministro adicional proviene del Sistema Lerma (administrado por el gobierno de la CDMX) y del Sistema Cutzamala (administrado por la CONAGUA) principalmente.

El sistema Cutzamala, el más grande de los dos, se localiza a 150 kilómetros de la ciudad. Traer agua desde allí implica una inversión de aproximadamente 1,500 millones de pesos por año, solo por gastos de bombeo, de acuerdo con estimaciones de Óscar Monroy, investigador de la UAM Iztapalapa. A eso hay que sumarle el gasto energético necesario para bombear el líquido a 3,600 metros sobre el nivel del mar. Esto equivale al consumo de energía anual de una ciudad de 8.3 millones de habitantes. Para distribuirla, SACMEX gasta aproximadamente 1,600 millones de pesos al año.

Diversos expertos coinciden en que, aunque la demanda actual se cumple en términos generales, el esquema es insostenible a largo plazo.

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Agua de muchos, privilegio de pocos

No hace falta proyectar escenarios muy lejanos. Pese a que en la ciudad llueve, el suministro ya es irregular en muchas zonas y la escasez o el servicio intermitente son una realidad cotidiana. Una de las causas de este déficit está en la distribución. “Los habitantes de la Ciudad de México consumen en promedio 311 litros, pero es un engaño estadístico porque ese dato sale de dividir como si todos consumieran lo mismo. Tenemos mucha agua pero muy mal distribuida”, explica Manuel Perló.

Ramón Aguirre, exdirector de SACMEX, estima que hay falta de agua en aproximadamente el 15% de la ciudad, alrededor de un millón 300 mil personas.

Como en el resto de los grandes desafíos de la urbe, el del agua en la Ciudad de México está atravesado por la desigualdad: mientras que los sectores más marginados cuentan en promedio con 28 litros al día por persona, en los sectores de ingresos medios dicho promedio es de entre 275 y 410 litros diarios, y en los sectores más ricos es de entre 800 a 1,000 litros. Se calcula que los habitantes de mayores ingresos consumen en promedio 144% más agua que la población de ingresos medios.

La desigualdad tiene su origen en las propias fuentes de abastecimiento: de acuerdo con Jorge Legorreta, investigador de la UAM, más de 50% de los pozos de extracción están distribuidos en el poniente de la ciudad, donde se localiza la población con mayores recursos económicos.

“La CDMX tiene un consumo per cápita superior a la mayoría de las ciudades del mundo. Pero estar conectado a la red no significa que se reciba en cantidad y calidad. El tema del abastecimiento es bastante grave y genera muchas preocupaciones en términos sociales y de bienestar”, explica Manuel Perló a Chilango.

El agua que dejamos ir

Agua Zona Metropolitana

Ilustraciones: Eduardo Ramón.

Además de la inequidad en la cantidad y calidad del líquido que recibimos, tenemos otro gran problema: desperdiciamos muchísima del agua que tanto trabajo nos cuesta obtener. Las cifras oficiales de SACMEX señalan que perdemos entre 35 y 40% del agua potable en fugas dentro del sistema de distribución y abasto. En las redes de distribución se desperdicia hasta 40% y en las tomas domiciliarias la pérdida llega a 60%. Las causas incluyen la antigüedad de las tuberías y el mantenimiento deficiente de la infraestructura de distribución, pero también las miles de pequeñas fugas que ocurren a nivel doméstico e industrial.

“El problema de las fugas no se ha podido resolver. Es un absurdo imperdonable. Debe de atenderse sistemática y masivamente. Hay ciudades que ya lo han logrado: Estambul ha pasado de pérdidas de 50 a 25% en su sistema”, dice Manuel Perló.

Por si esto fuera poco, del agua de lluvia que recibimos la mitad del año —que como decíamos, es mucha— aprovechamos casi nada. Y es que nuestro sistema de drenaje no está diseñado para separar las aguas pluviales de las negras: mezclamos ambas sin distinción.

La deforestación casi indiscriminada que hemos hecho de las zonas aledañas al Valle, en conjunto con la rápida conversión del suelo de áreas verdes a zonas de concreto al interior del mismo también impacta en el agua disponible. La reducción de zonas naturales de inflitración disminuye las posibilidades de recarga de los mantos acuíferos y provoca, además, que las inundaciones sean cada vez peores.

La Ciudad de México está perdiendo su área de recarga natural por el crecimiento urbano, planeado y espontáneo. Según los cálculos de Óscar Monroy, solamente 11% de la lluvia queda atrapada en el acuífero, mientras que 34% se pierde como escurrimientos urbanos en el drenaje.

Pero nosotros también contribuimos a la escasez de agua en la Ciudad de México. Según el exdirector de SACMEX, Ramón Aguirre, el consumo razonable de un ciudadano tiene que rondar los 100 litros por persona al día. En promedio consumimos 300 litros de agua diariamente, lo que equivale a 15 garrafones. Esto es el doble de lo que utilizan habitantes de ciudades como París, Londres o Nueva York, de acuerdo con datos de la Secretaría del Medio Ambiente de la ciudad (Sedema).

Hay quien sostiene que nuestros malos hábitos en el terreno hídrico tienen que ver con lo poco que nos cuesta el líquido. Según un análisis realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en 2011 nuestro país tenía una de las tarifas más bajas de agua del mundo, con 0.49 dólares por cada metro cúbico, en promedio. En países como Dinamarca se pagan hasta 6.40 dólares por metro cúbico.

Es difícil estimar cuánto cuesta el servicio en la ciudad, pero se sabe que el gobierno local subsidia entre 65 y 80% el agua que consumimos los chilangos.

Según datos de 2017 de la Gaceta Oficial de la CDMX, el gobierno está autorizado a cobrar una cuota fija bimestral según el estrato socioeconómico en el que se ubique cada domicilio. Las cuotas son de 102.71 pesos para el sector popular; 163 pesos para sector bajo; 412.37 pesos para sector medio y 705.79 pesos para el sector de mayores ingresos.

“No pagamos lo que cuesta. El agua recibe un subsidio de 80% con respecto a lo que pagamos en nuestras boletas. Pagamos 2 por cada 10 pesos que cuesta el agua. Pero como el servicio no es bueno, la mayoría de la gente no está dispuesta a pagar más”, dice Perló.

El Valle de México cuenta con una red de tuberías de más de 26 mil kilómetros de longitud, muchos tramos tienen más de 50 años de antigüedad y no funcionan adecuadamente. El costo de renovar esta red, según el exdirector de SACMEX, es de 270 mil millones de pesos. “Es muy difícil que un organismo como el sistema de aguas, que no tiene tarifas de autosuficiencia, pueda estar atendiendo las cosas a base de subsidios. Porque los subsidios generalmente te dan lo suficiente para que sobrevivas, pero no para que estés bajo condiciones óptimas. Una buena alternativa son empresas públicas. El problema de aquí es que SACMEX es parte del gobierno”, dice Ramón Aguirre.

Por si faltara algo, pese a que el sistema de abasto de agua en la Ciudad de México es económica y ambientalmente costosísimo, somos una de las ciudades del mundo que menos trata sus aguas residuales.

Según los cálculos de Óscar Monroy, exportamos 36.6 metros cúbicos de agua por segundo, de los cuales 15 provienen del consumo doméstico y tres del industrial. Este caudal es enviado a las regiones agrícolas de los Valles de Alfajayucan y del Mezquital. Únicamente 3.3 m3/s (alrededor de 10% del agua del drenaje) es usado en el riego agrícola metropolitano, principalmente en Tláhuac y Xochimilco.

Del agua que se desecha en la ciudad solo se trata entre 7 y 10%, mientras que el promedio nacional de tratamiento está por encima de 40%.

“Tenemos sistemas separados. No hay una conexión entre el sistema de abastecimiento y el de drenaje. Tenemos una red de drenaje combinado, de agua de lluvia con agua usada y el sistema de agua de desecho no recibe el tratamiento para volver a ser incorporada para agua de consumo. No hay un sistema que esté regenerando y limpiando el agua constantemente”, explica Manuel Perló.

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Presente insostenible, futuro incierto

El esquema actual es insostenible a largo plazo, porque tanto en la extracción como en lo que hacemos con ella una vez que la desechamos impera una lógica lineal, que compromete día a día el agua disponible en el futuro.

De acuerdo con Saúl Rodríguez, investigador del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), de mantener el ritmo actual de consumo de agua en la Ciudad de México, se espera que, para 2025, 35% de las colonias reciba diariamente agua por tandeo —es decir, solo a ciertas horas del día—, y 20% por tandeo semanal, cifras que eran de 15 y 10% respectivamente en 2010.

Un estudio realizado por el Banco Mundial y autoridades mexicanas en 2013 afirma que, de mantenerse las prácticas actuales, las fuentes sostenibles que tenemos representarían solo la mitad de la demanda para 2030. El 23% seguiría proviniendo de la sobreexplotación de los acuíferos, asumiendo que los mismos no se agoten antes, y 27% restante sería necesario buscar nuevas fuentes.

En ese escenario, la calidad del servicio probablemente empeoraría por carencia de agua, y la importación cada vez mayor al Valle podría generar conflictos sociales en las cuencas vecinas y con otros usuarios, como los agricultores. Además, el gobierno estaría obligado a aumentar aún más sus subsidios al sector.

Oscar Escolero, investigador del Instituto de Geología de la UNAM, realizó junto con colegas un análisis de los principales factores que comprometerán a futuro la disponibilidad de agua en la ciudad. El sistema de abastecimiento, concluyen, ya está al límite de la operatividad física y económica, por lo que se debe atender el envejecimiento de la infraestructura, hacer más eficientes los costos de operación, invertir más en mantenimiento y rehabilitación, así como mejorar la calidad del agua.

abasto de agua

Ilustraciones: Eduardo Ramón.

Problema de muchos, soluciones para todos

El problema del agua en la Ciudad de México es de una gran complejidad. La pregunta es qué alternativas, soluciones y enfoques podrían orientar una nueva política de manejo. ¿Qué medidas a nivel individual y social permitirían un uso más sustentable?

Manuel Perló, quien ha analizado el problema del agua en la Ciudad de México durante décadas, está convencido en que el error ha estado en la forma en que hemos diseñado y operado nuestro sistema de abastecimiento y desecho. “Las fuentes están sobreexplotadas. Las fuentes externas operan con un costo muy elevado y con tensiones sociales y políticas muy serias porque las zonas que ‘exportan’ el agua cada vez la necesitan más. Este sistema hidráulico, que es grandioso por un lado, porque le permite sobrevivir a la ciudad, al mismo tiempo es sumamente costoso e ineficiente. A mediano y largo plazo no tiene un buen futuro. Si no se hacen los correctivos fundamentales, estructurales, este sistema va a ser cada vez más costoso, con más consecuencias negativas, y no va a ser capaz de satisfacer las necesidades de la población.”

Diversos análisis coinciden en que una de las prioridades es reducir las fugas del sistema de abastecimiento. Aunque en los últimos años se ha invertido un aproximado de 2 mil 800 millones de pesos en el sistema de abastecimiento, según Ramón Aguirre, “ese monto no sirve para poder ni siquiera darle mantenimiento a la infraestructura y mucho menos para resolver el problema. Para poder avanzar en un programa de largo plazo, para que en 40 o 50 años el problema se haya resuelto en todas sus aristas, estamos hablando de 5 mil 500 millones para poder avanzar poco a poco en una solución de fondo”, detalla.

“El problema de las fugas no se ha podido resolver. Es un absurdo imperdonable. Debe de atenderse sistemática y masivamente. La empresa privada debería participar en la reparación de fugas. Sin que se privaticen los sistemas”, sugiere Manuel Perló.

Óscar Monroy ha propuesto instalar un sistema de medición y control de presión y flujo en la red de agua potable, de manera que se puedan reducir las pérdidas del caudal a la mitad.

Además de mejorar la tasa de tratamiento de aguas residuales, que actualmente es de las más bajas en el país, los especialistas consultados creen que un nuevo sistema tarifario que penalice el uso por arriba de los estándares de confort podría servir para estimular un manejo más equitativo.

“Hay una ecuación infalible que es: tarifas altas, consumo bajo, tarifas bajas, consumo alto. Hay que poner medidores y un sistema de cobranza donde tengas dos tipos de tarifas: la tarifa del consumo básico (400 litros por día o 30 metros cúbicos al bimestre por hogar) y después de eso hay que disparar la tarifa para que no tenga nada de subsidio. Por arriba del derecho ciudadano responsable. Nosotros tenemos las tarifas diferenciadas pero no son lo suficiente. A partir de cierto consumo debería ser mucho más caro”, opina Aguirre.

Pero una de las ideas más difundidas es la de captar el agua de lluvia como estrategia de sustento a nivel doméstico, sin descartar que eventualmente pueda adoptarse también en una escala mayor.

“La mitad del año la prioridad en la CDMX es cómo traer agua y la otra mitad es cómo sacarla. ¿Por qué no cambiar los objetivos y buscar que el agua de lluvia se quede y sirva en las actividades diarias de hogares, industria y comercios?”, escribe Saúl Rodríguez en un artículo sobre captación pluvial publicado en Animal Político en 2017.

De acuerdo con Rodríguez, una casa con un techo de 120 m2 en una zona con un nivel de precipitación alto podría llegar a captar hasta 128 mil litros de agua por año, volumen equivalente a 6,387 garrafones. Esto generaría un ahorro potencial para la red de $1,354 pesos.

Ramón Aguirre es menos optimista respecto al potencial del agua de lluvia para resolver los problemas del agua en la Ciudad de México: “Si nosotros quisiéramos captar el agua que llueve en la ciudad, tendríamos que hacer inversiones a lo mejor de 200 mil millones de pesos para poder captar esa agua y mandarla a no sé dónde; no sé dónde se podría almacenar, y después hay un tema de calidad. El agua que podemos ver en un charco en la época de lluvias tiene más contaminantes que el agua del drenaje”.

“La única opción real de captación de agua de lluvia (…) es cuando captas el agua de lluvia en los techos de las casas. Y esa agua de lluvia no te resuelve el problema, pero sí te puede ayudar en mucho. De todas maneras se requiere un sistema formal de abastecimiento, porque la temporada de secas a veces se alarga y a veces se acorta”, dice.

Los cálculos sobre el potencial de la captación difieren entre los entrevistados por Chilango. Mientras que para Aguirre no podría aportar más de 10%, los análisis del investigador de la UAM Eugenio Gómez indican que se podría llegar a satisfacer 25% de la demanda, si se capta durante la temporada de lluvias.

El gobierno citadino ya considera la cosecha de agua como parte de sus políticas hídricas. En enero de este año, presentó el programa Captación de Agua de Lluvia en Viviendas de la Ciudad de México, del cual participa activamente Isla Urbana, organización pionera en sistemas de captación en México. El programa busca instalar 100 mil sistemas durante el sexenio. En su primera fase instalará una décima parte de este total en las alcaldías de Iztapalapa y Xochimilco, a un costo de 200 millones de pesos. Es un buen comienzo, aunque la solución de los distintos problemas hídricos en nuestra urbe involucra mucho más que esto.

Es claro que los ciudadanos tenemos una responsabilidad sobre la forma en que usamos el agua en la Ciudad de México, pero también el gobierno y la iniciativa privada deben hacer lo suyo para generar un nuevo esquema de manejo del líquido en nuestro valle. El tiempo se acaba y el agua se nos va: urge poner en marcha diversas soluciones que nos alejen de los sombríos escenarios que se nos presentan con el modelo actual.

Línea de tiempo del agua en el Valle de México

agua CDMX

Ilustraciones: Eduardo Ramón.

  • Durante la época prehispánica, el paisaje predominante del Valle de México eran cinco lagos que durante los meses de lluvia se volvían uno: Zumpango y Xaltocan al norte; Texcoco al centro, y Xochimilco y Chalco al sur. Los lagos ocupaban una quinta parte de la superficie total del Valle (entre 1,500 y 2,000 km2)
  • Los habitantes de la ciudad prehispánica dependían del agua para el transporte, la vivienda y la agricultura, pero desde esa época se sufrían lluvias e inundaciones que mezclaban las aguas del lago de Texcoco con las del resto de los lagos.
  • Ante las constantes inundaciones se construyeron acueductos y diques, como el famoso dique o albarradón de 16 kilómetros que ordenó construir Nezahualcóyotl, y que cumplía con una doble función: evitar inundaciones y separar las aguas saladas del oriente y de las dulces en el occidente.
  • Durante la conquista, los españoles se enfrentaron al agua como un elemento enemigo, que tenían que dominar o expulsar para poder construir la nueva capital del virreinato.
  • Se sufrieron inundaciones devastadoras en el siglo 16 y 17, por lo que se convocó a expertos en ingeniería hidráulica para encontrar soluciones definitivas. El cosmógrafo alemán Enrico Martínez abogó por desaguar el Valle; mientras que el holandés Andrés Boot, enviado por el rey Felipe III, propuso un plan de coexistencia con los lagos sin necesidad de drenarlos.
  • Gana la propuesta de Martínez y se empieza a drenar el Valle en 1607. El proyecto era construir un túnel que sacaría del Valle de México sus ríos más caudalosos, principalmente el Cuautitlán, y drenaría al mismo tiempo el lago de Zumpango. Esta primera salida artificial es conocida como el Tajo de Nochistongo.
  • Aunque libró a la capital de las inundaciones ocasionadas por el rebalse de ríos y lagos del norte, no controló las crecidas de las cuencas del oriente, sur y centro. A partir de ese momento, la cuenca del Valle de México dejó de ser una cuenca endorreica, para comenzar a ser una cuenca artificialmente abierta hacia la vertiente del Golfo de México.
  • Las inundaciones continuaron: de 1629 a 1634 provocaron destrucción y pérdida de vidas. La “Tromba de San Mateo” en 1629 inundó por completo la ciudad, provocando la muerte de 30 mil personas según las crónicas de la época. De 20,000 familias que habitaban la ciudad sólo quedaron 400.
  • En 1866 Francisco de Garay comenzó los trabajos del Gran Canal del Desagüe, los cuales se suspendieron un año después y se retomaron durante el mandato de Porfirio Díaz. A principios de 1900 fue concluido el Gran Canal, la primera red de drenaje por gravedad, y que continuó con la idea de expulsión del agua. El canal conduciría el exceso de agua a lo largo de 39.5 kilómetros.
  • La explosión demográfica del siglo 20 (pasamos de ser 500 mil a 20 millones de habitantes) aumentó la demanda acuífera, al tiempo que las inundaciones continuaron. Como solución, de 1937 a 1975 se entubaron decenas de ríos y canales en la Ciudad de México. Los principales ríos entubados son: Churubusco, La Magdalena, San Ángel, Tequilazco, Barranca del Muerto, Mixcoac, La Piedad, Becerra, Tacubaya, Consulado, San Joaquín y Miramontes.
  • En 1967 se aprueba y da inicio a la construcción del Drenaje Profundo. A partir de 1992, como resultado de la pérdida de nivel del Gran Canal se conducen también aguas negras que recibe del interceptor oriente y del central. Actualmente el sistema cuenta con 153.3 kilómetros de túneles en operación, siendo la tercera salida de desalojo de aguas residuales y pluviales fuera del valle.
  • Como las fuentes locales de abastecimiento no eran suficientes para la mitad del siglo 20, se optó por importar agua. El Sistema Lerma fue construido entre 1942 y 1951 y abastece desde el Estado de México 6 metros cúbicos por segundo de agua a la Ciudad de México. En 1976 se inició la construcción del sistema Cutzamala. El líquido recorre 127 kilómetros y provee al Valle de 14.4 metros cúbicos por segundo. Lerma y Cutzamala representan el 30% de todo el abastecimiento de agua de la ciudad. El resto proviene de pozos de explotación.

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