Uno de los personajes más importantes en la historia del rock mexicano; de la poesía mexicana y de la cultura del barrio es sin duda Rockdrigo González. El sacerdote rupestre está a la misma altura que Melquiades, Monsivais, Pacheco y que MC Dinero. Con una verborrea que mezclaba momentos de reflexión sobre la Ciudad de México con cuentos sin sentido, surrealistas y un poco burlones a veces hasta mensos y carentes de sentido. 

Para Rockdrigo y para los rupestres no hubo nunca un reconocimiento mediático tan grande. Tal vez llegó realmente hasta después de la muerte del mismo Rockdrigo; que venía con muchas otras historias de desaparecidos de aquel fatídico sismo del 85. Ese cuento raro que para algunas generaciones es tan lejano y mítico. Ese momento que nos hereda el sentimiento de angustia y miedo de aquella mañana del 19 de septiembre, hasta la tierra se acuerda. Para los herederos del rupestre esa angustia y sus remediaciones hasta terminan siendo inspiración para hacer canciones que exorcicen ese miedo.

El aprendiz del profeta del nopal, tuvo un cambio de domicilio el día de su muerte. Y es que alamejor, hasta para la muerte hay todavía un poco de carisma y ego. Y sí, definitivamente suena más crudo y místico y aparatoso morir en Tlatelolco que morir en la Colonia Juárez en la esquina de Bruselas y Liverpool. Chance demasiado eurocentrista para este trovador callejero, el mero mero de los rupestres. 

Para Rockdrigo no hubo Alicia, pero es uno de los pilares de todo lo que pasó y va a pasar ahí. Tampoco hubo Vive Latino, pero es su ADN el que define al festival y sus rituales; se podría decir que Rodrigo está hasta en el Corona Capital. Rockdrigo coleccionaba momentos de la vida y hacía sus matemáticas con lo que fuera que fumara o tomara y le resultaban las profecías. 

Para muchos el representante más importante del movimiento rupestre, es más como un fantasma, un anónimo, probablemente no lo sepan, pero mucho de lo chilango, de lo ñero, de lo chido y de lo gacho viene de Rockdrigo. Algunos le rinden homenaje con sus canciones, las cantan y las hacen suyas. Y se sienten diferentes, porque las canciones del Sacerdote están vivas. Canciones como “Metro Balderas”, se han hecho grandes gracias a bandas como el Tri, Heavy Nopal y todo el movimiento del rock y el blues mexicano. Movimiento que existe en parte gracias a la resistencia. Al comité de rupestres que unieron varios aspectos de la vida cotidiana y “chafa” con rock y subversión.

Y hoy lo recordamos no sólo caminando por el Metro Balderas, donde sus seguidores lo siguen extrañando y le siguen llevando flores a su figura. La Ciudad de México está plagada de Rodrigo González; en lugares rebeldes como el Rancho Electrónico, pero también en los asaltos chidos, Rockrigo vive en el mal llamado rock urbano, rock mexicano, más bien. Aunque le duela a la industria musical. Vive en todos esos que dicen haberlo descubierto, aunque no haya descubierto por nadie. Vive en en esos equipos del barrio que terminan siendo campeones en la temporada de milagro, bien panzones porque toman más caguamas que entrenamientos. 

Rockdrigo vive en el miedo de los mexicanos en la esquizofrenia colectiva de no querer salir y no querer entrar a ningún lado. En el teatrito de ser o querer ser un wey de la ciudad. Como perro en el periférico, desorientado pero decidido y a merced de todo. Vulnerable. 

El enviado por el profeta vio la Ciudad sin sol, contaminada llena de ratas y roedores. Vio todas esas construcciones en la ciudad abandonadas sin sentido como si plantaran flores de concreto para envenenar y acelerar el fin del Valle de México. Vio todo con su máquina del tiempo; a pesar de que sólo la quería para poder ser feliz. En está Ciudad es un golpe de suerte ser feliz, aunque viajes en el tiempo es difícil atinarle, Rodrigo. Y como a los que viven mucho, o los viven poco o viven poco… Rockdrigo, como todos nosotros y como todo el mundo. tampoco tuvo tiempo de cambiar su vida.  

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