El escritor Carlos Velázquez es un chavorruco al que le gustan las drogas. Así se define él mismo. No tiene empacho en hablar del tema y además, lo hace con humor. “Soy hijo de la comedia”, afirma, y en su último libro de cuentos, Despachador de pollo frito, publicado por Sexto Piso (editorial con la que cumple una relación de 10 años) vuelve a demostrarlo.

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Originario de (Pu)Torreón, Velázquez va y viene por el país, acude a ferias y eventos para presentar sus libros. En una de esas giras vino a la Ciudad de México para dejar claro que la literatura, para él, no representa desahogarse en la página en blanco, para eso “me emborracho y me drogo”, dice.

escritor Carlos Velázquez
Foto: Cortesía Sexto Piso

Pero no todo es fiesta, triquiñuelas, travestimos, delirios y sordidez. En esta plática con Chilango, el escritor mexicano también habló de su rol como padre y de cómo aborda temas como la misogina con su hija preadolescente.

¿Qué representa el humor y la comedia en tu vida y obra?

Los grandes cómicos son seres profundamente amargados y atormentados.Me han dicho en la jeta que les resulto cagante, pero en la página los divierto mucho. Creo que es un equilibrio: en la página puedo burlarme y reírme de lo que no me burlo en la vigilia. La comedia ha sido importante en mi formación porque desde niño he sido consumidor de comedia.Para escribir cuentos, por ejemplo, veo Seinfeld en loop. Cada capítulo plantea un modelo narrativo, una historia y cómo resolverla. Esto se emparenta con el relato: mis cuentos son realistas y crudos, pero sin esas dosis de humor terminarían siendo insoportables. El relato terminaría siendo un plomo.

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¿Es el show de la tragedia?

Es lo que plantea Despachador de pollo frito: los personajes se van haciendo cada vez peores cosas. Va subiendo el nivel del bullying entre ellos. Y para darle una conclusión a un relato en el cual los dos personajes se han hecho de todo, planteo un giro en la trama: Mr. Bimbo, por ejemplo, termina convirtiéndose en una figura mesiánica que está en contra de sus propias creencias: ama lo que el capitalismo hace a la gente y termina siendo un celebre activista. Ya no existe la tragedia por la tragedia, ahora es indisociable al show. Toda tragedia termina enespectáculo.

escritor Carlos Velázquez
Foto: Leo Pérez

¿Disfrutas la sordidez?

Es muy extraño, porque, (risa) En estos cuentos tengo dos amputaciones, en laMarrana negra…tengo dos amputaciones. Pero yo no veo gore, no me gusta el cine de terror, no me gustan las historias de zombies, no sé de dónde viene esto. Un gusto por la sordidez en sí misma, eso no. Pero la que viene acompañada de una experiencia estética, esa sí me interesa y a esa me he vuelto un poco adicto.

¿Un ejemplo?

La última película de Tarantino. Está la sala llena y en la escena final, en el enfrentamiento con los hippies… cuando viene esta escena muy sangrienta donde Brad Pitt comienza a azotar a la chica contra la chimenea y el perro desfigura a la otra chava y que termina DiCaprio con el lanzallamas… durante toda esa secuencia, todos en el cine estaban callados y yo estaba a carcajadas a todo volumen. Se me hizo que yo fuera la única persona que se estaba riendo, y a carcajadas. Pasó otro fenómeno muy cabrón. Mi hija de 12 años fue al cine a ver la misma película y me contó exactamente los mismo: que ella se estaba carcajeando mientras todos en la sala estaban impactados.

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Ahora que mencionas a tu hija, ¿cómo abordas con ella temas como el de la misoginia?

Sería muy canalla negar que existe un grado de machista en los hombres de este país, incluso en mí mismo. Es algo que está adherida culturalmente y sería muy canalla negarlo. Pero yo, ahora, como padre, respecto a la misoginia, sí quiero que las cosas cambien. A pesar de mi propio machismo y de mi propia estupidez, porque yo quiero decir: me voy un sábado a la cantina a la una, como es mi costumbre, y voy a regresar a casa por la noche y quiero tener la tranquilidad de saber que mi hija va a regresar a casa sin ser violentada. Por su seguridad, por mi tranquilidad. Pero esto es algo que tal vez no hubiera aprendido sino hubiera sido padre. Si no hubiera sido padre, mi grado de estupidez seguiría. Ahora soy consciente. En ese sentido, procuro que las mujeres de mis historias jueguen un papel similar al de los hombres: el de aniquilarse unos a otros, pero no hay una lucha, una vocación por ejercer el machismo en la página. Hombres y mujeres de mis relatos están buscando como liquidarse unos a otros, más allá de la cuestión de género.

escritor Carlos Velázquez
Foto: Leo Pérez

¿Qué opinas de la humanidad como especie?

No podría hablar en términos de humanidad.

Bueno, de los mexicanos, de nuestro país:

Tal vez suene muy chovinista pero creo que el mexicano es, por definición, un ser muy chingón. Capaz de sobreponerse a muchas cosas, solidario, pero que desafortunadamente no ha tenido los suficientes huevos para revelarse a la clase política que está llevando este país a la mierda. El mexicano promedio es un sobreviviente.

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¿Cuáles son nuestros peores males?

En México, la clase política.Ahora, una de mis obsesiones es Mark Fisher, lo he estado leyendo muy obsesivamente, se ha convertido en uno de mis autores de cabecera. Habla de enfermedades como la depresión, la ansiedad, que son producto de la estructura capitalista: estamos tan preocupados por seguirle el paso al capitalismo que nos encontramos haciendo cosas estúpidas todo el tiempo. Por ejemplo, tengo unos vecinos que un día llegan a la casa con un pinche Dodge del año, un pinche carrazo de, qué te gusta, 600 mil pesos. Y ese fin de semana llega mi vecino, el vato me toca y me dice: ‘oye cabrón, no seas gacho, préstame 4 mil baros para completar la nómina’. Le digo: ‘Puta madre, wey, porqué chinga’os te compras un puto Dodge del año si no puedes sufragar los gastos de tu empresa’. O sea, es una cosa bastante pendeja. En ese sentido estamos angustiados por no poder seguir el paso al capitalismo: queremos el pinche celular de 30 mil baros, queremos una pinche pantalla de 60 pulgadas, pero no es suficiente, sale la de 62 pulgadas y también la queremos. Eso genera angustia, presión sobre cada uno de nosotros, es lo que dice Mark Fisher. Y no es que me vaya a hacer chairo, pero mi consumo sí se ha modificado. Veo las cosas de otra manera y trato, en la medida de lo posible, no caer en el juego y no seguir ese ritmo que es imposible seguir.

Cinco bandas favoritas:

Uf… Los Who. Por supuesto los Manic Street Preachers, Wilco (a huevo), Los Ramones y Sonic Youth.

Bonus:Nirvana

¿Quiénes son tus principales referentes como cuentistas en nuestro idioma?

En nuestro idioma… no todo, pero algunos textos de Borges. “El Inmortal” me sigue pareciendo un texto deslumbrante. Una cosa que yo creo que nunca nadie va a llegar a superar. No todo, pero alguna parte de Cortázar, por ejemplo, “El Perseguidor”, que más que un cuento es un relato extenso –sin ser novela corta– que indaga en la condición humana de manera única e irrepetible. Ya un poco más chavacano, que no quiere decir que no tenga rigor literario, pero digamos que un poco más de la calle: Pedro Juan Gutiérrez, la Trilogía sucia de La Habana, es un librazo. Son relatitos más ligeros en su propuesta formal, pero en su propuesta de fondo son terribles.

¿Qué escribes ahora?

En marzo-abril queremos sacar un libro de textos sobre música. Crónicas que subí a una página de una revista que tenía la editorial Sexto Piso, Reporte SP: Una selección de esos textos y otros inéditos sobre música, pero no reseñas, más bien como historias personales con tal o cual figura o disco. Contar una historia a partir de algún tema, de algún personaje.

escritor Carlos Velázquez
Foto: Leo Pérez

Ejercicio de asociación sobre las siguientes sustancias:

LSD: Reparador de circuitos emocionales.

Cocaína: Matrimonio, con todo lo que implica, buenos y malos momentos.

DMT: Experiencia muy interesante.

MDMA: Misaños dorados.

Alcohol: Híjoles, mi terapeuta.

Marihuana: Esa madre nomás sirve pa’ dormir.

Carlos Velázquez, Despachador de pollo frito, Sexto Piso, 2019, 136 pp, $225