¿Por qué el repertorio del Siglo de Oro español y novohispano ha pasado a ser rara avis en los escenarios de la capital? En mi experiencia, cuando se presenta a públicos rurales, por ejemplo, La dama boba de Lope de Vega, los niños se aprenden los versos y los recitan si la ven en más de dos ocasiones. Vejestorio, pues, no es; ineficaz tampoco. Pero lo cierto es que en las últimas tres décadas se ha ausentado de la cartelera el legado que nos ha dado patria teatral en nuestra lengua.

Francisco Hernández es fundador de la compañía Fénix Novohispano y uno de los mayores defensores de esta tradición. Ha llegado a representar un Auto Sacramental del Vía Crucis en pleno Zócalo capitalino. Considera que “el teatro novohispano y Siglo de Oro en la Ciudad de México está en una época de bonanza en las escuelas de teatro, pero no en los espacios teatrales. Se ve poco a Juan Ruiz, nada a González de Eslava, Eusebio Vela, Fray Juan de La Anunciación, y menos aún el teatro de evangelización del siglo XVI. ¡Es un imposible! O el teatro renacentista de los jesuitas: una utopía”.

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El director de escena Antonio Algarra, profesor de la Escuela Nacional de Arte Teatral, apunta a otro factor: la falta de una materia obligatoria dedicada al Siglo de Oro. “Implica una exigencia en el nivel de formación; si no en la licenciatura, ¿cuándo van a adquirir las capacidades para representarlo? Exige rendimiento vocal, corporal e interpretativo. Quien dice verso en el teatro ya puede enfrentar prácticamente cualquier cosa”.

Una de las múltiples funciones de la Compañía Nacional de Teatro, en palabras de su director Enrique Singer, es revisar cada tanto el catálogo áureo. “Aunque está presente en el repertorio, el verso es una dificultad, y otra muy grande es lo que ha cambiado el mundo. Temas centrales, como la relación con la monarquía, la honra de la mujer y el trato a ésta, que son centrales en la contrarreforma en España, no son parte del imaginario contemporáneo”.

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Francisco Hernández contrapuntea: “Hay ediciones limitadas de universidades y gobierno y hay grandes maestros enseñando, como José Luis Ibáñez, pero no basta para sentirnos orgullosos de una tradición teatral que comenzó 10 años después de la Conquista. El teatro novohispano es hijo de las plazas, los tablados y los edificios religiosos. Hay un mar de maravillas esperando en archivos y bibliotecas. Conocerlo sería saber nuestro origen ante un teatro globalizado en el que impera el ambicioso mercado de divertir a las masas y no formar al espectador nuestro de cada día”.

Cierto es que, al cambiar el sistema de producción, se ha hecho cada vez más difícil pagar elencos grandes, que implican también agendas saturadas e incompatibles de actores siempre ocupados en tres o cuatro montajes a la vez (o series de televisión y películas). La fascinación con las nuevas tendencias de la teatralidad, así como la explosión del canon a fines del siglo XX, son otros factores que han contribuido al bajo aprecio por la tradición.