Si bien la Academia Real Española es la autoridad que orienta sobre los usos de la lengua, les hablantes podemos transformar al español para que nos represente.

Paulina Chavira

Nuestros modos y costumbres, nuestras herramientas y prácticas, nuestras instituciones y leyes cambian con el tiempo. La dimensión social de la especie humana se caracteriza por el cambio; de generación en generación se producen transformaciones en distintos aspectos de nuestras vidas. ¿Por qué el lenguaje se mantendría al margen?

En cada conversación, las personas intercambian ideas en forma de palabras y en ese ir y venir del diálogo se van produciendo cambios, algunos sutiles, otros más evidentes… Hay quienes perciben este fenómeno como una erosión o malformación, hay quienes lo consideran un proceso tan natural como el de una oruga que se convierte en mariposa.

El español es un mutante eterno

A principios del siglo XX, Ferdinand de Saussure, considerado el fundador de la lingüística contemporánea, en sus cursos, en los que analizaba científicamente la realidad del lenguaje, concluyó que este tiene una naturaleza cambiante.

Es decir, el lenguaje se transforma con el uso, experimenta variaciones en el tiempo y en el espacio. ¿Acaso hablamos igual que hace cuatrocientos años, vuesa merced? Tampoco el español que se habla en México es igual al de España o el de Uruguay. Y esas transformaciones, que se dan al hablar, son producidas por quienes hablan la lengua, los hablantes, que generan alteraciones y hacen que la lengua se convierta en ese mutante sujeto al cambio permanente. Así que ya sabes, si alguien reclama o se queja porque el lenguaje está cambiando, dile que no tendrá más que aceptar que así son las cosas… y así han sido siempre y lo seguirán siendo.

Pero en lugar de sucumbir ante la angustia del cambio, podemos pensar en el mágico poder de las palabras y en cómo nos permiten avanzar por medio de la renovación.

Con el cambio, viene la renovación

¿Has pensado que 200 años atrás ni siquiera existían las palabras video o wifi? Sin ir más lejos, hace menos de tres años ni se mencionaba la palabra covid y hace nomás unos meses se popularizó ómicron. Estos neologismos son palabras que nacen o se crean a partir de avances tecnológicos, nuevas enfermedades o cosas que antes no existían y ahora necesitan ser nombradas.

Detengámonos en la palabra covid, que es interesante para ilustrar la relación entre cómo usamos el lenguaje y de qué manera irrumpe la Academia para reglamentar su uso. Para evitar las estigmatizaciones alrededor del virus SARS-CoV-2, un organismo decidió que había que ponerle un nombre a la enfermedad que provocaba, y así, el 11 de febrero de 2020 llegó esta palabra a nuestras vidas, nuestras conversaciones e incluso a nuestras maldiciones. La empezamos a usar sin que una academia dijera que podía usarse, pues el organismo que bautizó a la enfermedad provocada por el SARS-CoV-2 no fue ninguna academia de la lengua, sino la mismísima Organización Mundial de la Salud. Después algunas academias e instituciones recomendaron cómo escribirla, si con mayúscula o minúsculas, con guion o sin guion… pero sí: las academias aparecieron días después para definir una forma “correcta” de uso de lo que ya había sido nombrado. Aunque parezca sorprendente, esto es lo que sucede en la mayoría de los casos con las palabras y usos que van creándose en nuestra lengua.

Sobre la Academia y les hablantes

Para muchas personas hay un dilema de “Quién fue primero: ¿el huevo o la gallina?” ¿La lengua o la Academia? Bueno, pues la lengua es empollada por quienes la hablan y la academia apenas puede después recoger y seleccionar los huevos 😉

Ante la siempre cambiante naturaleza del lenguaje se han creado estas instituciones, que plantean normas para regular el funcionamiento de la lengua; el problema comienza cuando las academias intentan poner reglas como diques para frenar la corriente de cambio de ese río que es el lenguaje y ahí surgen acaloradas polarizaciones sobre qué es lo que dice la academia versus lo que hacen quienes hablan la lengua…

Justamente eso está sucediendo con el lenguaje inclusivo. Hay a quienes les parece que usar el lenguaje incluyente es deformar al español: que no hay manera en que se pueda hablar bien o cuidar nuestra expresión a través del lenguaje inclusivo, que va en contra de todas las reglas gramaticales, que solo responde a los deseos de expresión de un grupo de personas. Sin embargo, el lenguaje inclusivo es una realidad que está presente y, más allá de lo que la Academia tenga que decir, hay sectores de la sociedad que lo usan a diario en diferentes ámbitos. Y la tendencia de uso va en aumento.

Si lo dice la Academia… ¿o las Academias?

En el mundo hispanohablante hay 23 academias de la lengua española… ¡Exacto! La Real Academia Española (que tantas personas invocan como garante de lo que debemos decir, escribir o hablar en español) no es la única institución con opiniones sobre cómo deberíamos usar la lengua. Vale la pena recordar que el objetivo de estas academias es llevar un registro de las palabras que usamos y cómo las usamos. Es más, la misma academia se define como descriptivista, es decir, que solo describe lo que sucede con nuestra lengua.

Pero su modo es por lo general bastante imperativo: no suele abrirse al debate sobre los usos y casi siempre termina imponiendo su visión como una regla a seguir.

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A pesar de que se ha agilizado un poco, el proceso de admisión de una palabra al diccionario requiere que haya sido usada en diferentes espacios; (en la literatura, en medios de comunicación como periódicos impresos o la radio) para probar que no se trata solo de una “moda pasajera”.

Hay quienes se oponen a ciertos nuevos usos de la lengua porque no están “aprobados” por la Real Academia Española (RAE). Sin embargo, ¿sabías que muchas de las palabras que usamos en México no tienen el “sello RAE” y sin embargo son parte de nuestra realidad idiomática, nuestras conversaciones y nuestro modo de expresarnos? Los siguientes mexicanismos aún no cuentan con el reconocimiento de la RAE:

Bomberazo: esa tarea imprevista que debe resolverse urgentemente

Coperacha: la famosa vaquita entre familiares o amistades

Jocho: ¿lo prefieres con o sin queso?

Nel: antónimo de “Simón”

Teporocho: alguien que le da a la bebida

●  Cruzazulear: el amor por los segundos lugares


La RAE bajo la lupa… o la mejor definición de patriarcado

Cada vez que alguien siente la amenaza del avance del lenguaje inclusivo, para oponerse invoca a la RAE y su fuerza protectora. ¿Pero qué sabemos de la RAE? ¿Cuál es su historia, quiénes la conforman?

La RAE fue creada por la monarquía española allá por 1713 con la misión de trabajar al servicio del idioma español. A lo largo de sus más de trescientos años, fue dirigida por 31 directores… ¿Alguna mujer? Ninguna. Desde su fundación un total de 485 académicos han formado parte de ella, pero recién en 1978 se incorporó la primera mujer y desde entonces solo 11 mujeres han ocupado uno de sus sillones.

Las profesiones más comunes entre sus integrantes son la escritura, la filosofía y la abogacía. Las plazas son vitalicias. La edad promedio de los académicos de la RAE es de 73 años. El miembro actual más joven tiene 56 años; los dos de mayor edad tienen 94.

Hoy día, de sus 40 miembros en funciones solo ocho son mujeres. Este déficit histórico y estructural en la institución ha sido el foco de las críticas de los movimientos feministas y disidentes que la cuestionan por ser un ente regulador con una visión arcaica y totalmente patriarcal.

Lenguaje inclusivo con Paulina Chavira

Hablamos de la importancia del lenguaje inclusivo con Paulina Chavira 117errores para #ChilanguesDelAño

Publicado por Chilango en Miércoles, 1 de diciembre de 2021

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