Uriel realiza sus amarres tipográficos en uno de los puentes que conectan las bodegas Q y R de la Central de Abasto. Entre los “Golpe avisa” y los chiflidos que anteceden el paso de toneladas de mercancía en diablitos, los marcadores de Laura y Uriel plasman promociones imposibles de ignorar, frases pícaras y enormes números que seducirán a la clientela de algún comercio. 

Uriel: Rotulista de la Central de Abastos

“Ya llevo más de ocho años en esto, mucho más de lo que imaginé cuando empecé –afirma Uriel con una voz firme que se cuela entre los rechinidos del acero y el concreto, mientras me tiende la mano con una gorra que imperativamente lleva estampada la leyenda “Aguacates de calidad”–. Empecé aquí porque antes vendía fruta y les hacía los letreros a mis productos. Yo ya sabía algo de dibujo y diseño”.

Los rótulos populares de la Ciudad de México son el color y la personalidad del comercio local. Son letras juguetonas que se dibujan a mano suelta y responsable, muy a la chilanga. Son ese soporte de muchos negocios, en madera, lámina o muro, siempre a disposición del transeúnte que los cruce. 

Desfachatados e irreverentes, sofisticados y elegantes, los rótulos de esta ciudad parecen caricaturas de las personas que la habitamos: unas más espigadas que otras, otras con más prisa y muchas a las que nos faltó espacio para expresarnos mejor. Las letras de esta ciudad son los rasgos urbanos de nuestras personalidades convertidos en tipografía callejera.

“La mejor publicidad para tu negocio” se encuentra en el pasillo que conecta las bodegas Q y R de la Central de Abasto de la Ciudad de México. Si te pierdes, puedes preguntar por los letreros una vez que estés cerca: prácticamente todas las personas de ahí conocen a Uriel Sánchez. Lleva ocho años en esta actividad. Además de rótulos y anuncios hechos a mano, trabaja de forma digital y hace gorras, plumas, calendarios, bolsas, relojes y un sinfín de productos que puedes enchular con tu marca. Otro aspecto chido de Uriel es que trabaja al momento, así que si llegas temprano, puedes llevarte tus rótulos el mismo día. 

IG: @dmtpublicidad

LA TRADICIÓN PERDURA: ROTULISTAS CHILANGOS

A 13 kilómetros de la Central de Abasto se esconde otra institución rotulista activa desde 1940. Entre tiendas de muebles y vestidos para 15 años, Martín Hernández aún conserva su taller, donde desafía la realidad digital con herramientas gráficas tradicionales y una frase que se impone en la fachada: “Oficio de letras, al servicio de su negocio”. Con menos prisa y más tiempo en el oficio, Martín derrapa sus pinceles sobre lámina y madera desde hace décadas, dependiendo del presupuesto y la intención del letrero. Un día más en La Lagunilla, sobre República de Perú, en lo que alguna vez fue “la calle de los rotulistas”, Martín será el encargado de darle soporte, letra y color a una nueva oportunidad de negocio.

El rótulo no pidió permiso ni pedirá perdón, porque muy confiado de sí mismo se nos coló por donde quiso: tlapalerías, misceláneas, tortillerías, taquerías, barberías, verdulerías, talleres, pulquerías, promocionales y cualquier otro establecimiento, con o sin licencia, de giro comercial. Y así como llegó, se quedó grabado en la mente y la dermis de millones de personas y establecimientos, algunos activos y otros ya cerrados, ofreciéndonos la oferta del millón o el pilón de memorias de lo que alguna vez estuvo ahí. 

“Oficio de letras, al servicio de su negocio”. El encargado de convertir en magia el nombre de tu negocio es Martín Hernández. Su taller está en el número 58 de la calle República de Perú, en La Lagunilla, muy cerca del Zócalo. Si visitas la Dulcería de Celaya del Centro Histórico podrás ver un letrero hecho por el papá de Martín.Es el único taller que aún se conserva en esta calle, que durante mucho tiempo fue domicilio de varios talleres de rotulación, muy cerca de Santo Domingo, otro lugar de la Ciudad de México conocido por sus imprentas y oficios gráficos locales. Martín, además de trabajar proyectos particulares, ha colaborado con museos y ferias de arte.

TEL: 55 3679 2083


“Por disposición oficial, ya no se darán bolsas hasta el 18 de enero”, se lee en el cartel al que Laura afina los últimos detalles con un corrector blanco, que utiliza para darles volumen a las letras. Esta mujer, originaria de Nezahualcóyotl, también se dedica a crear, diseñar y redactar los letreros de mercados, esos que les dan color a los puestos de frutas, verduras, taquerías y demás changarros chilangos. Hacer mercadotecnia con cartulinas es un negocio que está lejos de extinguirse: “En enero todo mundo se queja, pero aquí es vendible todo el año”, platica Laura. Cada letrero tiene un costo de entre $15 y $25, dependiendo del tamaño del texto. En un día normal, Laura diseña hasta 60 de esos anuncios. Tiene clientes de toda la república, incluso hay comerciantes que vienen desde Guanajuato, Guerrero o Veracruz solo por sus letreros de mercados.

Entre las naves Q y R de la Central de Abasto


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