Lo que comenzó hace décadas como una humilde miscelánea, se convirtió en un lugar de culto para los amantes de la carne. Tanto de los old school como las nuevas generaciones que aprecian lo clásico y la sazón de los “buenos tiempos”. A pesar de lo moderno de la ambientación, la tradición se le nota: carne a la parrilla en una cocina abierta, personal atento que se esfuerza en saber tus gustos y una carta que sólo ofrece seis opciones de ensalada (y una de ellas, con tocino), es decir, un paraíso carnívoro. Hablando de cortes, dos imperdibles son: el filete al mezcal, traducido en 350 gramos de corazón de filete preparado en tu mesa y flameado con el destilado sobre una piedra de sal del Himalaya; y la arrachera, acompañada con guacamole, frijoles de olla, papa al horno, cebollas cambray y chiles toreados. Pero como no todo puede ser carne en esta vida (bueno, sí), la carta te ofrece una suculenta pechuga de pollo, aderezada con pulpa de tamarindo, ajo, chile guajillo, sal, flameada con Controy. Toda una experiencia si lo tuyo son las aves y no las vaquitas. Los platillos van acompañados por un pan elaborado en casa, detalle que promete hacer de tu día uno muy bueno. Ahora, si nos disculpan, iremos con nuestros tenedores a seguir comiendo un buen pedazo de carne.