(Tenemos que decir exDF y no CDMX, porque a nosotrxs nos tocó solo llamarle DF)

Fuimos jóvenes, y fuimos rockeritxs, a veces también fuimos fresas, hípsters o snobs y nos gustaba el reven a inicios de los dosmiles, ahora ya treintones, cuarentones, añoramos esos lugares que nos dieron patria y libertad y que se disolvieron con las luces de la ciudad de forma similar a la que se diluyeron nuestras ganas de salir cada fin de semana y aguantar la fiesta hasta que abrieran el Metro o llegara un TaxiMex. ¿Qué ha sido de esos lugares emblemáticos de la pachanga en la capital? Nos hundimos en nostalgia e investigamos sobándonos la rodilla derecha.

El Pasaje América

En el Centro Histórico el bullicio es contínuo, salvo cuando cae la noche. Bueno, eso podría pensarse, porque hay lugares que guardan los sonidos fuertes y el ajetreo de la fiesta entre los muros de algunos edificios coloniales. Justo así era el Pasaje América.

Entre la calle Madero y 5 de mayo hay un pasaje comercial que en los años 1920 fue un sitio para la fiesta de élite en la Ciudad de México, por medio de un elevador, se podía ingresar a ese salón VIP que ya en los dosmiles Ricardo Pandal, también dueño de El Pasagüero, remodeló para crear un espacio con tufo de fiesta clandestina, pero elitista (sí, había cadenero).

El Pasaje América fue un lugar de encuentro de djs escenosos y de sus acólitos. Estaba decorado como una antigua mansión colonial con una pista de baile central enmarcada en un techo ornamentado del que pendían candelabros enormes y bolas de discoteca cuyas luces se proyectaban en unas columnas griegas.

Ahí se podía bailar hasta las cinco de la mañana, había fiesta de jueves a sábado y las fiestas de año nuevo eran algo que “había que vivir”.

¿Dónde estaba?

Av. 5 de Mayo 7, Centro Histórico

¿Qué hay ahora ahí?

Un pasaje comercial

El Jacalito

Nunca llegaste a este lugar antes de la medianoche (esperamos), y qué bueno: más temprano, El Jacalito (el original, el de Medellín) era si acaso una cantina de viejitos. Pero a partir de las 12 (y, mejor, a eso de las 2) la cosa cambiaba: todos los exiliados de bares aledaños (y no tanto) caían al “Jacal” a seguirla, a nadar por entre la turba para conseguir un six o una cubeta de chelas.

A diferencia de otros bares, normalmente hechos para albergar una sola tribu, El Jacalito era un lugar de encuentro, casi un experimento antropológico: igual estaban los fresas pedísimos que no querían antro-antro, que los hipsters recién salidos de la Roma, que los extranjeros en modo Mexican curious, que los mismos viejitos de la tarde, y un largo y variopinto etcétera. Bustos de apaches y de ¿curanderas caribeñas? observaban desde la pared aquel desmadre como quien observa la creación del mundo, acaso de un nuevo mundo, en el que en esta ciudad no hay diferencias.

Una ilusión, por supuesto: El Jacalito cerraba y abría caprichosamente, y era difícil saber si su promesa nocturna nos sería fiel. Tanto así, que es imposible saber cuándo cerró definitivamente: en el mismo garage que lo albergaba han abierto otros bares, otros afters, otros nombres, pero el que se quedará por siempre en la memoria, el legendario, es el Jacal.

¿Dónde estaba?

Medellín 143, Roma

¿Qué hay ahora ahí?

Está cerrado. El último nombre que tuvo fue El Bote, pero por ahí pasaron también el Burbu, y cerquita tuvo un medio sustituto, el Malaidea, que todavía vive.

Hard Rock

El Hard Rock Café llegó al entonces DF a finales de los 1980, y fue un lugar de su época: el restaurante tenía hamburguesas, papas y refrescos gigantes, y uno iba a matar el tiempo en lo que bajaba el tráfico después de un concierto en el Auditorio

Fiel a sus hermanos internacionales, el restaurante tenía memorabilia rockera de estrellas nacionales e internacionales. La sucursal mexicana recibió a Michael Jackson, Ellton John, James Brown y hasta Lenny Kravitz como clientes.

Sin embargo, fue en el Hard Rock Live, foro pegado al restaurante-bar, donde se hicieron realidad nuestros sueños adolescentes. Era algo así como el Pepsi Center WTC o el Plaza Condesa de sus tiempos. Ahí escuchamos a Gustavo Cerati, Bunbury, Alanis Morissette, Deftones, Motörhead y Slash’s Snakepit; es decir, a todo lo que sonaba en la rocola de la prepa.

También vimos a San Pascualito Rey debutar en un show de la Barranca y prácticamente ni nos dimos cuenta de cuándo dejó de haber conciertos ahí. Hace 10 años se anunció que Hard Rock se iría de la ciudad debido a asuntos financieros.

“¿A poco todavía existía?”, preguntó unx que otrx en aquel momento. Pues sí, y seguirá existiendo en esa parte del subconsciente que algunxs tenemos bloqueada.

¿Dónde estaba?

Campos Eliseos 290, Polanco

¿Qué hay ahora ahí?

Bocca Piano y Cantabar

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Bulldog Café

Ah, los tiempos simples: hubo una vez una década en la que todo lo que hacía falta para ser feliz era estirar la mano, sortearla por entre una multitud de flecos llenos de gel, entregar un boletito al bartender del “Bull”, gritarle en medio del escándalo y el headbangueo: “¡un Trapo!”. Ah, los tiempos simples: sí, bebíamos tragos que provenían del trapo que acababa de limpiar la barra; sí, íbamos a miles de tributos a Soda Stereo al mes, y sí, éramos felices. O al menos tan felices como era posible en aquel entonces.

El Bulldog Café de esa época, esa casa enorme en Av. Revolución y Rubens, era para muchxs una suerte de oasis en medio de la noche chilanga. La mayoría de los antros de los 90 y los dosmiles tenían cadena (y su consabido cadenero: mamón, racista, elitista –un mal del que, por desgracia, no libramos todavía–), exigían vestir de cierta manera, acomodar con cierto garbo los pelos, pagar covers a veces estratosféricos para divertirse. Pero no el Bull.

En el Bull bastaba con hacer fila y eventualmente, sin que nadie le hiciera el feo a tu playera de los Caifanes, entrabas. Y entrabas a rockear: desde 1997, el Bull fue bastión para los rockeros (o rockeritos, pues), uno de los pocos lugares nocturnos que eran rockeros y fresones a la vez, donde podías headbanguear, corear a una de las bandas que tocaban en vivo o bailar.

Mucho antes de que los dosmiles trajeran la euforia del mérol y la moda de hacer cuernitos en las fotos, el Bull estaba ahí, y a lo grande: además de ver millones de pedas, este antro vio tocar a bandas como Fobia, Café Tacvba, Molotov o Los Amigos Invisibles, y tributos a esas y muchas otras: Led Zeppelin, Metallica, Guns.

Como suele pasarle a todo aquello que toca el rock, en sus últimos años el Bulldog ya desvariaba: empezaron a cobrar cover y a ponerse más exigentes en la entrada, y desde entonces no fue lo mismo. Cerró en 2018, llevándose consigo los legendarios jochos que nos salvaron tantas veces la noche y nos permitieron sentir que íbamos a rockear forever.

¿Dónde estaba?

Rubens 6 (esq. Av. Revolución), Nonoalco

¿Qué hay ahora ahí?

La tienda de una marca de tenis que todos usábamos para entrar al Bull

Pedro Infante no ha muerto

El Pedro Infante siempre estuvo ahí para salvarnos la noche. Subías una escalera (luego de tres de pastor en El Gallito, la taquería a nivel de calle) y, siguiendo las voces agrias, entrabas a un bar con luces de colores, periqueras y un escenario. De ahí, el ritual del karaoke tradicional: pedir una cubeta de las chelas más baratas, hojear la carpeta de rolas y deleitar al respetable.

Las innumerables veces que escuchabas a algún enamorado sin remedio cantando una mala imitación de Reik se justificaban porque, una vez cada tanto, salía por ahí algúnx cantante de verdad a cantar con “Cielo rojo” sin desentonar una sola vez.

No te corrían antes de las cinco am: tocaba bajar las escaleras en medio de una modesta multitud y enfrentarse al día que empezaba a despuntar, al frío de la madrugada que se sentía más porque las gargantas venían calientes de tanto cantar.

¿Dónde estaba?

Insurgentes Sur 2351, San Ángel

¿Qué hay ahora ahí?

Todavía existe, pero ahora se llama El Peter

El Imperial

Entrar ahí era como hacer cita en un tugurio elegante, con recepción, una cadena recubierta con terciopelo que al bajar su rigidez, daba entrada a esa fiesta privada con música en vivo en la planta baja y con dj en en la planta alta: lo mejor de dos mundos.

Tal vez no muchas personas sepan, pero antes de ser el bar-foro con paredes tapizadas de negro, cortinas rojas y luces bajas, esta casona se llegó a rentar para fiestas; y después fue un bar llamado Piraña, cuyos asientos eran tambos de lámina y donde tocaban bandas menos taquilleras.

Al cambiar a El Imperial, en 2008, este proyecto del músico Atto Attié y el promotor Jorge González —también conocido como El Chamuco—se volvió ese foro donde toda banda independiente deseaba tocar, sobre todo porque en esa época los lugares con audio decente no eran precisamente la regla, sino la excepción. El éxito fue tal que hasta las internacionales se dejaron caer ahí. En 2017, se volvió centro de acopio, era imposible ser vecinos de uno de los inmuebles más dañados por el sismo y no solidarizarse.

En El Imperial brincamos, cantamos y bailamos con Fobia, Hello Seahorse!, Simplifires, Agrupación Cariño, Enjambre, Descartes a Kant, Dënver, Quiero Club… Así empezó su historia y siguió durante 10 años —mucho más que el establecimiento promedio en la capital— hasta que los dueños anunciaron el cierre en julio de 2018, agradeciendo por haber sido parte del soundtrack de la Ciudad de México.

¿Dónde estaba?

Alvaro Obregón 293, Roma Norte

¿Qué hay ahora ahí?

Juncal Tablao Flamenco, lugar con shows y comida española

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Rockotitlán Sur

Su nombre lo decía: era el lugar del rock de la gran Tenochtitlan. El establecimiento original fue fundado en 1985 —una noche antes del gran terremoto del 19 de septiembre— por Fernando y Sergio Arau, director de Un día sin mexicanos y miembro fundador de Botellita de Jerez. Aunque su inicio fue trágico, los años que estuvo ubicado en Ciudad de los Deportes fueron prósperos.

En ese icónico foro crecieron leyendas como Jaime López, Caifanes, Javier Bátiz, Maldita Vecindad, Los Amantes de Lola, Las Víctimas del Doctor Cerebro, La Castañeda, Los Héroes del Silencio, La Lupita y Café Tacvba. Claro, eso fue en una época en la que lxs chavorrucxs actuales aún éramos muy jóvenes y pobres para salir de noche, pero nuestra historia coming of age se desarrolló leyendo y escuchando historias sobre este sitio.

Ya en los dosmiles, para beneplácito de quienes vivían en zonas aledañas a Coapa, Rockotitlán llegó, con Tony Méndez (Kerigma) al frente, a la que sería su última ubicación. Tal vez ahí no nació el “rock en tu idioma”, pero fue lo que nos tocó.

El recinto de Miramontes todavía fue testigo de la grabación de un disco de Kenny en vivo —en el que regaló CASSETTES al público—, de una recaudación de fondos para un exintegrante de Santa Sabina y de los inicios solistas de José Fors. En ese galerón también construimos nuestra propia historia, peinadxs con fleco de lado, al ritmo de Pastilla y de bandas regias que eran parte del colectivo Happy-fi en sus gloriosos inicios.

“El lugar del rock” cerró el 28 de marzo del 2004, al parecer porque existían muchas deudas que ya era imposible costear. Fieles a su historia, las últimas bandas que ahí se presentaron fueron Kenny y los Eléctricos y El Tri. La empresa que es el emporio de los conciertos en el mundo se comió a Rockotitlán, que poco pudo hacer para conservar sus tocadas independientes.

¿Dónde estaba?

Canal de Miramontes 2640, Los Ciruelos

¿Qué hay ahora ahí?

Un Office Depot y un Petco

Foro Cultural Alicia

A falta de espacios culturales delegacionales —mucho antes de las alcaldías—, Nacho Pineda y compañía crearon este foro en 1995. Vantroi, Limbo Zamba y Antidoping inauguraron el lugar. El Alicia se hizo icónico en la contracultura, tenía conciertos con mujeres antes de que el porcentaje de participación femenina en la música estuviera en boca de todxs.

Este sucesor de los hoyos funky potencializó la escena del ska, consolidó el surf mexa y hasta sirvió como continuación para el movimiento rupestre. También llamó la atención de artistas más grandes y en su escenario desfilaron Manu Chao, Jaguares, Babasónicos y Fermín Muguruza, entre otros.

Pero no todo fue miel sobre hojuelas, el Alicia también sufrió varios portazos —el primero en un show de Sekta Core— y más de una clausura. También ofrecían un espacio para dejar discos físicos a consignación, en el mostrador donde estaban las propuestas de Grabaxiones Alicia, tales como el Prueba Esto!, acoplado de punk rock en el que estaba la última banda que se presentaría en el foro en 2023: Gula.

Durante un tiempo en el Alicia ya casi no había conciertos, pero sí presentaciones de libros, mesas de debate y mucho más, hasta que Nacho anunció que —ahora sí— le dirían adiós al público de CDMX. Durante 2022 tuvieron un montón de conciertos y el regreso de bandas que crecieron en sus instalaciones. La convocatoria fue tanta que algunos grupos siguieron tocando a principios de este año, en el que se organizaron diferentes eventos en el lugar, donde hasta bodas hubo.

¿Dónde estaba?

Cuauhtémoc 91-A, Roma Norte

¿Qué hay ahora ahí?

Siguen los restos del Alicia