Parejas bailando al son del danzón, bajo luces que revolotean entre espejos, las percusiones llevan el vaivén de quienes, devotamente, dejan el corazón en los salones de baile de la Ciudad de México. ¿Quién no ha disfrutado una noche en uno de estos palacios? Incluso si no sabes bailar la experiencia es un derroche de gozo y candela. Desde tiempos inmemoriales el baile ha formado parte de la vida social de lxs chilangues, así que hoy toca viajar en el tiempo para taconear por algunas de las pistas más antiguas de la capital.

No me baile el Chuchumbé

Una cosa es que el baile corra por nuestras venas y otra que haya lugares para darle vuelo a la hilacha. ¿Cómo está eso? No siempre han existido salones para echar el bailongo ni han estado abiertos a todo el público, de hecho, en alguna época estuvieron reservados para la high socialité. La historia de los salones de baile se remonta a las grandes ciudades renacentistas en las cuales se llevaban a cabo fastuosos bailes palaciegos movidos por intereses políticos. Con la conquista española llegaron a México y se instauraron en las casonas de peninsulares y criollos, únicos que podían asistir a los jolgorios.

La prensa siguió muy de cerca estos eventos aristocráticos, típico, por lo que hay un vasto registro de ellos, no obstante, las clases bajas también le entraban a los guateques. Estos se organizaban en las pulquerías y calles, con copita en mano y bailando el Chuchumbé —son derivado de África— de forma muy sugestiva. Claro que a la iglesia no le pareció, imagínense, ¡¿Cómo iban a permitir tales movimientos indecentes y sus letras blasfemas?! ¡Pum! Prohibidos. Pero las ganas de bailar no las arrancaron y pronto se celebraron las “jamaicas” o bailongos dentro de vecindades.

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Los bailongos del porfiriato

La ansia por sacarle brillo a la pista de baile no cesaba, tampoco la diametral división raciclasista. Durante el porfiriato los bailes comenzaron a llevarse a cabo en lugares establecidos para este fin: los tívolis y las quintas. Los primeros eran espacios pomposos en la zona centro que contaban con jardín, salón de baile, restaurante, boliche, bar y hasta cabaret —aunque bien disfrazado, ¿verdad?— para la burguesía. Mientras que las quintas se encontraban en el sur oriente de la ciudad, a la orilla de los canales, y ofrecían, baile, espectáculo y comida por un precio mucho menor.

Vaya que se gozaron, sin embargo, su vida fue algo fugaz ya que la Revolución estalló y puso fin al estilo de vida porfiriano. Al ser negocios de extranjeros, los tívolis cerraron sus puertas; la afluencia en las quintas decreció ante la incertidumbre de la guerra. El baile bajó su ritmo para después echar vuelo y dar lugar a los salones de baile como los conocemos hoy en día: dentro de un inmueble, con tarima para presentaciones musicales y una enorme pista. Uff, y vaya entrada triunfal, ya que el primero que se tiene registrado es “la catedral del danzón”, el gran Salón México.

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Fotografía Centro Historico de la Ciudad de México

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Bienvenidos sean los salones de baile

¿Cuántas historias no se han contado del Salón México? Inspiró la canción de Aaron Copland que lleva su nombre y Emilio “el indio” Fernández le hizo una película —que salió contraproducente, pero ya les contaré por qué—. La antropóloga Anita Brenner lo describió así: “Club Nocturno tipo Harlem con orquesta cubana, El Salón México. Tres salones: uno para la gente vestida a tu manera, otro para los obreros en overol pero con zapatos, y otro para los descalzos”. Así empezó la era de los salones de baile de la capirucha.

Según la investigadora Amparo Sevilla, en los albores de la época de oro abrieron 30 salones más, como La Playa en la calle de Argentina, el Centro Social Los Ángeles en la Guerrero, el Smyrna en San Jerónimo y el Unión en Calzada Guadalupe. Había para todos los gustos, cada uno funcionaba ciertos días y tocaba cierta música: danzones, sones, mambo, cha cha chá, ¡hasta swing! La ciudad se encontraba en un periodo muy intenso de modernización que se reflejaba a la hora del baile, además, de una marcada internacionalización donde los ritmos con ascendencia afroyanqui y caribeña se posicionaban como favoritos.

La persecución moralista vs el baile

Muy bonito, pero, ¿dónde quedaron los salones de baile? Tras veintitantos años de gloria, vino el declive. Una suerte de persecución moralista, políticas absurdas y prohibiciones impuestas por “el regente de hierro” hirieron profundamente estos recintos. Años más tarde, tecnologías como la radio y la televisión fueron el tiro de gracia de la época donde los salones de baile eran el medio público de convivencia y escape.

¿Acaso este es el fin? De los primeros palacios de baile sólo sobrevive el Salón Los Ángeles ¡Y casi de milagro! La cacería en contra de los lugares que fomentaran vicios o denigraran la moral fue brutal, hasta los besos en la vía pública se prohibieron. Pero donde hubo fuego, cenizas quedan, a partir de los años cincuenta vino la segunda oleada, porque, aunque habían nuevas distracciones, más actividades y un ritmo de vida diferente, ese paraíso artificial que genera la danza es necesario.

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Los salones de baile más antiguos de la ciudad

Pasa el tiempo, la vida, las generaciones… pero el frenesí nocturno de la ciudad no cambia. Aunque hay opciones hasta para aventar al cielo, los salones de baile siguen siendo socorridos por chilangues de todas las edades, incluso aquellos que ya tienen sus añitos. ¿A quién llevarías a bailar?


Salón Los Ángeles

“Quien no conoce ‘Los Ángeles’, no conoce México”, dicen por ahí. Desde 1937, el legado de los salones de baile en la ciudad quedó en manos de Los Ángeles, quien resguarda celosamente historias dignas de los libros de texto. Por su pista han taconeado Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, el Che Guevara, Frida Kahlo, Diego Rivera… ¡y la lista continúa! El emblemático salón se muestra perenne ante las embestidas del tiempo —como la sufrieron en la pandemia—, aunque el inmueble ha sufrido algunas restauraciones mantiene su estética original.

De acuerdo a algunos investigadores, antes de ser un salón de baile fue una fábrica de carbón que quedó en desuso. Tras la transformación del lugar, su vida se consagró a la música y danza, de acuerdo al gerente del lugar el éxito fue la introducción de música en vivo. “Fue más a propósito porque antes no se podía poner música grabada, pero a la gente le gustó bailar con las orquestas en vivo”. Martes de danzón, viernes de sonoras, ¿tú qué prefieres bailar?

Dónde: Lerdo #206, colonia Guerrero

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Salón San Luis

Posiblemente el más fresita de los salones de baile. No es para menos, lejos de las colonias populares el Salón San Luis abrió sus puertas en pleno corazón de la Roma en 1940. Que no los engañe, pese a su locación la fiesta se pone buena en este lugar, ya que quienes acuden lo hacen con toda la intención de sacarle brillo a la pista. Además, los enredos amorosos van garantizados ya que es conocido como “el lugar más romántico de México”. ¡Ámonos!

El San Luis es como entrar en una máquina del tiempo: meseros trajeados con moño blanco, un enorme letrero luminoso, muros oscuros, luces rojas y los clásicos tragos cantineros. Aquí debes venir sin miedo y con ganas de hacer un viaje musical, ya que el repertorio va desde la salsa hasta el merengue. Lo más importante es ponerse flojito, agarrar valor con un tequila y luego a conseguir pareja para taconear.

Dónde: San Luis Potosí #28, colonia Roma Sur


Barba Azul

Otro de los salones de baile más antiguos de la Ciudad de México es el Barba Azul. Son 72 años los que avalan a este bar, cabaret y salón de baile con ficheras que ha dado pie a una infinidad de historias —algunas de ellas truculentas—. Su historia comenzó en una época de desarrollo y crecimiento poblacional, por lo que el ánimo fiestero de los chilangues estaba a tope. La noche era su aliada, junto con la oscuridad llegaba la hora de romper tabúes en la pista de baile. Fuera el recato. Se trataba de aflorar el erotismo y la sensualidad.

El Barba Azul comenzó como una cervecería que pronto se adaptó a las nuevas formas de entretenimiento. Años más tarde llegaron los shows de vedettes, rumberas y cabarets que embobaban a los asistentes; otros más pudorosos se limitan a ver de reojo mientras bailan. Aquí aún se estilan las ficheras, damas que por una módica cantidad ofrecen algunos acercamientos con los asistentes. Nuestra queja acerca del lugar es su nombre, inspirado en el francés Barba Azul. Busquen ustedes la historia del ‘noble’ Barba Azul, tremendo gañán y asesino de la literatura.

Dónde: Gutiérrez Nájera #291, colonia Obrera

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California Dancing Club

Dirán lo que quieran de la calzada de Tlalpan, pero en esta caótica avenida se encuentra el inigualable California Dancing Club, un salón de baile atrapado en los años cincuenta. Antes de convertirse en el palacio de la música, este inmueble albergó al cine Gran Bretaña, para 1954 comenzó a recibir a parejas que gustan de mover los pies al ritmo del danzón, swing y también de las cumbias. Hoy en día sigue operando con la mejor clientela de la ciudad: personas que, sin importar el evento, llegan vestidos como pachucos, con vestidos de lentejuelas y zapatos de tacón.

El interior del California está tapizado de recortes de periódico y cuadros que presumen a las personalidades, orquestas y grupos que han desfilado por su escenario. A su interior resalta la enorme pista rodeada por mesas del siglo pasado, así como una barra en la cual se sirven refrescos y lonches. ¿Qué? Sí, este lugar es el último salón de baile que parece regido por la ley de 1944 que les prohibió la venta de alcohol.

Dónde: Calzada de Tlalpan #1189, colonia Portales


La Maraka

El Palacio de la Salsa está en la Narvarte y dicen que aquí la rumba se pone sabrosa, ¿ya lo conoces? Su vida ha sido multifacética, nació bajo el nombre de Salón Maxime en 1955 con la consigna de llevar los ritmos caribeños a las colonias aledañas. Posteriormente cambió al Salón Margó y finalmente adoptó su última forma, La Maraka. Eso sí, siempre se ha encargado de llevar la salsa, cumbia y merengue a los oídos de sus asistentes.

Su apodo está bien ganado y el guardia de la entrada nos confirma: “Aquí las damas salen con sus zapatos en mano de tanto bailar. Se les hinchan los pies”, se ríe, “antes se daba más seguido, pero ahora pocas veces vemos que las cargan sus novios a la salida”. La música en vivo es lo que termina de amarrar el ambiente de este mágico lugar, a la entrada puedes ver los flyers de las agrupaciones que se han presentado aquí y, aunque la salsa es la reina de la casa, también hay noches de rock and roll y swing.

Dónde: Mitla #410, colonia Narvarte Poniente