La jaula de las locas

Por: Roberto Marmolejo

Este musical no es cualquier musical. Además de ser una de las más juguetonas, felices y redondas partituras en la historia del teatro de Broadway, el autor, el grandísimo compositor Jerry Herman, se enfrentó a una época oscura y deprimida cuando la estrenó.

Son los 80, la pandemia de SIDA ha causado innumerables bajas entre bailarines, actores, cantantes y autores de musicales. Nueva York está deprimida. Todo huele a desesperanza: los primeros tratamientos contra la infección por VIH, que causa el SIDA, no llegarán hasta los 90.

Jerry Herman se sabe infectado y su reacción no es sombría, al contrario, escribe un musical divertido y confrontador detrás de su aparente superficialidad. La jaula de las locas sube a escena en 1983 para cantarle a la vida en medio de la devastación.

Todavía se pone la piel chinita con el legendario tema ‘I am what I am’. Recién, en México se repone este musical con fortuna irregular. Por un lado, la escenografía de Óscar Acosta parece escapada del Teatro Jorge Negrete o del Venustiano Carranza.

Roberto Blandón (George) y Mario Iván Martínez (Zazá/Albin) intentan tener gracia y chispa. Lo siento chicos, no lo logran. ¿Y saben por qué? Porque una obra que celebra la vida gay, la fantasía del travestismo y los estilos alternativos de familia, requiere una cosa –además de buena voz y la ligereza del actuar-, ganas de divertirse y jotear, jotear, jotear -ah pero con mucho glamour- como si no hubiera mañana. Blandón y Martínez se quedan cortos.

No puedo obviar la sorpresa del show: el talentosísimo ensamble. ¡Muy bien por ellos! Admiro a Matías Gorlero, que aquí hace las veces de director, por su sensibilidad para iluminar obras de teatro. A la cabeza de un musical, no canta mal las rancheras… Pero le dio miedo poner a su protagonistas a mariconear, cantar y divertirse. ¿En el 2015?