De
vuelta en México tras la luna de miel, Lizette oyó de sus amigas lo impensable:
su historia de novela estaba a punto de oscurecerse. La familia de su esposo no
la quería. «En la fiesta dijeron que habías embrujado a Mauri. Que está
cegado…», le contaron. Para los Gebara, la excitación le ganó a la razón.
Para Lizette comenzaba la guerra.

Pedirle
una entrevista a Lizzete no es fácil. Su primera reacción es un no rotundo.
Amenaza y manotea. Fuma y alza la voz acusando a los medios de comunicación de
«echar a perder su vida». Le explico que hago un reportaje para Chilango sobre los Gebara Farah y que
necesito su versión para tener la historia completa. Le pido 10 minutos; pero
Lizette está molesta. Camina de un extremo a otro de la oficina de Virgilio Tanús,
su amigo y abogado.

-¿Qué
les importa mi vida? No voy a hablar contigo, escriban lo que quieran pero te
juro que demando si me acusan de asesina.

-No
es eso. Entrevisté a amigos y conocidos tuyos, pero necesito que tú hables.

Lizette
enciende el tercer cigarro en 10 minutos. Se acomoda el cabello y advierte:
«Sólo contestaré sí o no. No quiero cámaras ni grabadoras; estoy harta de los
medios. Destruyeron mi vida». Le digo que sé lo difícil que es hablar del tema.
«Nadie tiene idea. Estoy sola, me quedé sin nada», dice. La entrevista comienza
con preguntas sobre su niñez y su familia. Cortante, contesta con hastío. La
cuestiono sobre su matrimonio, y entonces consigo captar su atención.