Muere un bombero en la Ciudad de México

Foto: Edgar durán

Pudo pasarle a cualquiera. Cuando Carlos Tovar recuerde este momento —el olor a detergente, el rumor de fondo de los autos que corren por el Periférico, los tres o cuatro mirones—, se repetirá muchas veces esa frase: pudo pasarle a cualquiera.

Primer Oficial del Heroico Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de México; Carlos Tovar mira al cielo. A través de una maraña de cables, alcanza a ver a su compañero, el bombero Juan Carlos García, pasmado, aferrado con fuerza a la estructura metálica del

anuncio espectacular que se eleva desde el techo de este pequeño autolavado.

¿Ya tomaron los datos?—le pregunta a Sergio Flores, un bombero joven que recién ingresó a la institución.

—No, jefe— le responde el otro, todavía aturdido.

—¡No sean cabrones!

Carlos Tovar suspira, intenta tranquilizarse. Últimamente hay tantos bomberos nuevos. Qué culpa tienen ellos, se dice. En sus 30 años de servicio ha visto caer a más de un elemento en el cumplimiento de su deber. El último fue José Sacramento Hernández, en el 2011, a quien le aplastó la cabeza el tronco de un árbol gigantesco. Antes, en el 2007, Eduardo Chávez Vásquez murió cuando el techo de una fábrica en llamas se colapsó, junto con él.

Ahora, Carlos Tovar, Primer Oficial del Heroico Cuerpo de Bomberos, camina hacia el cuerpo del bombero Álvaro Jiménez, que yace en el suelo todavía con el uniforme puesto.

Pudo pasarle a cualquiera, se dice.

Una Carrera Accidentada

Camión de bomberos CDMX

Casi todo niño quiere crecer para ser uno de ellos. En el imaginario popular, los bomberos manejan camiones siempre brillantes, usan cascos rojos y, además de controlar el fuego, rescatan gatitos de las alturas. Entre las instituciones públicas, los ubicamos en el polo opuesto de los policías o los militares, de quienes desconfiamos con mucha más frecuencia; los bomberos, de alguna manera, conservan el heroico candor de nuestros primeros juguetes.

Pero ser bombero es una labor más compleja que lo que dicta el lugar común. Al menos en la Ciudad de México —la cuarta más poblada del mundo, según la ONU— las amenazas por fuego son menos recurrentes que otro tipo de emergencias: fugas de gas, árboles y cables caídos, cortos circuitos; los bomberos también rescatan personas que caen en alcantarillas, que quedan atascadas dentro de sus carros luego de un choque o atrapadas dentro de un elevador. Una ciudad tan grande es un constante peligro.

«A los chavos les gusta que les aplaudan», confirma Joel Burgos cuando se refiere a los 85 bomberos que están bajo sus órdenes en la Estación Tacubaya, un pequeño inmueble en las orillas de la delegación Miguel Hidalgo donde se exhiben motobombas y pipas motorizadas en el estacionamiento, y uniformes que cuelgan de las paredes cascadas.

Fue en este lugar donde Álvaro Jiménez pasó los últimos dos años de sus 38 de edad. Una de cada tres noches dormía en un catre no muy cómodo, junto a  sus 28 compañeros de guardia, en espera de la chicharra que anuncia una emergencia. Antes, había oficiado como policía y custodio penitenciario. «Ser bombero le pareció una labor más segura, porque no se exponía a las balas ni a otros peligros; es un trabajo más reconocido también», me confía uno de sus familiares cercanos, durante una de las misas que se celebraron después de su muerte.

La alarma sonó casi a las dos de la tarde. Era el primer viernes de marzo. Cuatro bomberos se alistaron con prisa para salir. Se trataba de una emergencia común  en esta temporada, cuando el viento sopla con fuerza: en la colonia San Pedro de los Pinos, a un lado del segundo piso del Periférico, la lámina de un anuncio espectacular estaba a punto de desprenderse y caer, desde más de 30 metros de altura, sobre un pequeño lavado de autos. Fue el último llamado que Álvaro atendió.

—Este es un trabajo de riesgo. Uno se expone a los accidentes —dice Joel Burgos, el jefe de estación en Tacubaya—. Lo que sucedió fue un accidente.  Y por más que le busquemos, ¿eh? Es como si yo me subiera a un chingado edificio y me resbalo. ¿Qué vas a decir? ¿Qué morí por irresponsabilidad?

Los eternos riesgos

Estación Tacubaya del Cuerpo de Bomeros

Foto: Edgar Durán

En junio del 2015, un carro de la estación Tacubaya chocó contra una barra de contención en avenida Parque Lira; hubo dos bomberos heridos. En esos mismos meses, Álvaro Jiménez tuvo que ser hospitalizado luego de que intentara rescatar a dos personas atrapadas dentro de una cisterna: «se desmayó por inhalación de gases —narra Moisés Jiménez, su primo y compañero de guardia en la estación—. Se rescataron a dos personas vivas de una cisterna: estaban pintando, inhalaron demasiado solvente. Era una cisterna profunda, con varios cubículos, en un espacio reducido y no lograron regresar. Álvaro perdió el conocimiento a mitad del rescate. Llevábamos equipo de protección, claro…, pero no todos».

Apenas el pasado 31 de marzo, un camión bomba terminó calcinado cuando intentaba controlar un incendio forestal, cerca de Canal de Chalco: «cambió la dirección del viento y el fuego nos envolvió», declaró uno de los elementos presentes. Un día antes, tres bomberos terminaron lesionados cuando una de sus camionetas se impactó contra un taxi en la colonia Agrícola Oriental.

Que la institución responsable de atender las tragedias sea, a su vez, incapaz de evitarlas para sus propios elementos, resulta paradójico. Los más incautos podríamos decir que todos pueden ser víctimas de la mala fortuna, y es cierto. No obstante, Chilango consultó a dos especialistas en gestión de riesgos y antiguos asesores del cuerpo de bomberos de la ciudad; ambos coinciden en que todo accidente tiene cuatro causas probables: el exceso de confianza (que impide reconocer el riesgo), la falta de entrenamiento (que se traduce en ignorancia ante los protocolos), el equipo insuficiente (o inadecuado)  y carecer de las aptitudes necesarias para el servicio (psicológicas o físicas). El peligro siempre está ahí: la principal misión del bombero es no olvidarlo nunca y saber exactamente cómo evitarlo.

Sólo los bomberos de mayor experiencia son conscientes de este problema, aunque suelen normalizarlo. Si se analiza a detalle las fotografías que el cuerpo de bomberos comparte en redes sociales, el hábito de atender emergencias sin el equipo reglamentario salta a la vista: incendios sin casco ni equipo de respiración, trabajos de altura sin ningún tipo de amarre de seguridad.

—Yo subí antes que él al espectacular —cuenta el bombero Juan Carlos García, la última persona que vio a Álvaro Jiménez con vida—. El problema es que, al subir la escalera, había un tubo que se interponía. Cuando estuve arriba, empecé a checar la lámina. Cuando regresé la mirada vi que Álvaro se impulsaba para subir: el tubo le pegó en el hombro… se alcanzó a sostener con una de sus manos. Lo vi caer. No pude hacer nada.

—Testigos aseguran que no tenía arnés ni línea de vida.

—Él contaba con arnés. Pero al llegar al final de la escalera había que desengancharse… fue en ese lapso que él cayó.

—La Ciudad de México cuenta con los vehículos escala más altos de Latinoamérica. ¿Por qué no se solicitaron?

—Uno nunca imagina que va a suceder algo así —responde Juan Carlos y mira sus zapatos, como si el vacío estuviera aún debajo de ellos—. Hasta la fecha todos nos hacemos esa pregunta: ¿por qué no se buscó una escala? ¿Por qué no solicitamos una de las tres que tenemos?

En llamas

Un día después de su muerte, se le rindió un homenaje póstumo a Álvaro Jiménez en la Estación Central de Bomberos. En un breve discurso, el secretario general del Sindicato, Ismael Figueroa, anunció que “con equipo o sin equipo” los bomberos seguirían atendiendo las miles de contingencias que se presentan en la ciudad.

Figueroa es señalado, por diversos actores, como uno de los principales responsables de la crisis que enfrentan los bomberos desde hace varios años.  El año pasado,   logró convertirse en el único diputado independiente en sesionar en la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México. En el diario El Universal, Ricardo Raphael  escribió  que, para conseguir las firmas necesarias para su candidatura, Figueroa «exigió a cada uno de los 2 mil bomberos que trabajan en la ciudad conseguir cincuenta firmas. Para ello, pidió que vistieran el uniforme de gala de la corporación y salieran a la calle (…), quienes protestaron contra esta operación fueron amenazados con despido». En otros diarios nacionales se reveló, además, que de las  más de 93 mil firmas presentadas por Figueroa, más de dos mil correspondían a difuntos, personas de otros estados y presos.

El líder del sindicato puede intervenir en prácticamente todas las decisiones de la institución por medio del contrato colectivo. Esto ha derivado en cientos de despidos injustificados y  falta de capacitación para los nuevos integrantes; además, hay serias acusaciones de desvío de recursos y actos de corrupción. Según la Procuraduría General de Justicia del DF, hasta mediados de septiembre del 2016,  Figueroa tenía por lo menos 24 averiguaciones abiertas por los delitos de fraude, daño a la propiedad, abuso de autoridad y  negar derechos laborales a sus elementos.

«Me tiene sin cuidado lo que opinen —me dice Figueroa en entrevista—. Cuando llegas a un sindicato y metes orden, esto es lo pasa. Si el cuerpo de bomberos estuviera en crisis, lo veríamos en cada servicio».

El tema no es nuevo. En 2009, la Junta de Gobierno del Heroico Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal presentó un informe detallado —del cual Chilango tiene copias— en el que se reporta una larga serie de problemáticas que se repiten de una estación a otra. Entre las carencias más graves se documenta el desconocimiento de los elementos sobre el uso del equipo de protección personal, del equipo de respiración autónoma y del equipo de detección y monitoreo de sustancias químicas peligrosas. En los últimos seis años, de acuerdo a una solicitud de información hecha por Chilango, más de 700 bomberos han sufrido lesiones durante su trabajo.

Basta recordar la explosión del Hospital de Cuajimalpa, ocurrida en enero del 2015, para entender lo  que está en juego.  Los testimonios y reportes oficiales establecen que los bomberos llegaron al menos seis minutos antes de la explosión. Según especialistas certificados por la Asociación Nacional de Protección contra el Fuego (NFPA, por sus siglas en inglés), los bomberos hubieran podido  evitarla o aminorar el daño si hubieran conocido los protocolos adecuados, como crear una cortina de agua para disipar  el gas; en cambio «intentaron disminuir la fuga por varios medios, incluso tapando con las manos y con sus cuerpos el punto de salida del gas», según reportó Excélsior.

Aquel día hubo tres muertos, además de decenas de heridos, entre ellos dos bomberos con quemaduras severas, pues no portaban el uniforme reglamentario al momento del siniestro.  Por medio de una solicitud de transparencia, hecha por el diario Eje Central, la institución tuvo que reconocer que sus elementos sólo reciben un curso de seis horas para controlar fugas de gas.

Con todo, los bomberos atienden un estimado de 150 eventos al día, casi siempre con éxito. Hay quien habla de un exceso de buena suerte. Otros explican el milagro apelando a la buena disposición el heroísmo de los bomberos rasos, quienes operan con casi todo en contra.

No más héroes, por favor

Interior de un casillero en la estación de bomberos

Foto: Edgar Durán

Ocurrió el mismo día, casi en el mismo lugar. Durante diez minutos, un video porno fue trasmitido en la pantalla de otro espectacular, en la esquina de San Antonio con Periférico, apenas a un kilómetro de distancia del autolavado donde murió Álvaro. De inmediato,  el suceso se volvió viral y los medios de comunicación no tardaron en relacionar ambos eventos: «Bombero muere al intentar apagar pantalla que transmitía pornografía».

Pocos se enteraron de  que la muerte de Álvaro nada tuvo que ver con el tema. Mucho menos que Álvaro dejó una viuda y un hijo de catorce años, y que, en Tacubaya, era uno de los elementos con mejor disposición —le apodaban “el comandante” por la ligereza con la que solía dar órdenes a sus superiores—. Campeón de frontón, ayudante de cocina, nativo de Xochimilco, Álvaro Jiménez, 38 años; los detalles de su vida se perdieron en el ritmo noticioso y el trending topic.

La familia de Álvaro rechazó hablar conmigo en dos ocasiones. Algunos hermanos y primos suyos pertenecen también al Cuerpo de Bomberos, y su recelo es natural. Sólo unos pocos elementos señalan, en voz baja, las razones de su muerte. «Ya no necesitamos ser héroes —me dice Esteban Maiza, quien ahora es bombero en España, luego de renunciar a sus deseos de serlo en la Ciudad de México, pues afirma, como muchos, que las plazas se venden a 200 mil pesos—; necesitamos ser profesionales, por el bien de todos».