por Elena Reygadas / foto: Ana Hop

Una tarde cualquiera. Después de pasar el día en Rosetta, vuelvo a casa. El ajetreo continúa. Bombardeo de mensajes. Pendientes y más pendientes. Pero abandono el celular. Lea, mi hija mayor, me quiere preguntar algo. Se acercan las vacaciones y está emocionada. Nos sentamos en la sala. Llega Julieta, mi hija menor. Trae en la mano un dibujo que acaba de terminar. Quiere mostrárnoslo. Empezamos a platicar las tres desordenadamente. Estamos apartadas del mundo. Hablamos de todo y de nada. Estamos en nuestro mundo. De repente, suena a lo lejos. Yo, siempre un poco distraída, no lo oigo. Ellas, en cambio, lo escuchan de inmediato. “Acérquese y pida sus ricos tamales…”. No ha terminado de sonar la frase por los altavoces y ellas ya están de pie pidiéndome dinero. Les doy unas monedas y bajan corriendo a la calle. Unos minutos después regresan con tres tortas de tamal. Lea pidió tamal de salsa verde, Julieta de mole, y a mí me traen de rajas, mi favorito. Desde pequeñas, a Lea y Julieta les encantan las tortas de tamal. Cada que oyen la voz que ofrece ricos tamales oaxaqueños quieren una. Se ha convertido en una especie de reacción automática, casi diría que intuitiva.

La torta de tamal es uno de los platillos mexicanos que más me maravillan. A ciertas personas les escandaliza el hecho de que sea un carbohidrato dentro de otro carbohidrato. Sin embargo, a mí me parece un gesto barroco único que, en realidad, funciona de manera genial. La salsa del tamal humedece ligeramente el bolillo. El bolillo nos ayuda a comer el tamal sin la necesidad de usar cubiertos. Es un platillo reconfortante que llena de energía.

Pero, además, la torta de tamal es un reflejo de la compleja mezcla de tradiciones que componen lo que actualmente llamamos comida mexicana. Por un lado, el tamal es una forma de consumir maíz de origen mesoamericano (la palabra proviene del náhuatl tamalli, que significa envuelto). Por el otro, el bolillo, que hoy en día es uno de los panes típicos de nuestro país, se remonta a la introducción del trigo por los españoles tras la Conquista. La torta de tamal es el universo del maíz en diálogo con el universo del trigo. Es un platillo que es producto de nuestra historia y, al mismo tiempo, una imagen de lo que somos.

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Soy Elena Reygadas, madre de Lea y Julieta y cocinera. Nací en la Ciudad de México en 1976. Vivo en la Colonia Roma, alrededor de la cual están mis restaurantes y mi panadería.

Este contenido es parte de “A MORDIDAS: comer a toda hora en la CDMX”, la edición de noviembre de Chilango. ¿Qué se te antoja? Te invitamos a buscar tu Chilango de noviembre en Starbucks, Sanborns, puestos de revistas y en el aeropuerto. O lee nuestros especiales online aquí.