por Ana Paula Tovar / Fotos: Balam-ha’ Carrillo

Aunque la Ciudad de México es un monstruo con insomnio, hay momentos en los que parece que todas las estufas están apagadas. Las tortas y café La Perla es de las pocas excepciones. Esta esquinita de Mixcoac permanece abierta desde los años 60. Es como una fotografía antigua: tiene la misma barra, siguen sirviendo el café en vasos de cristal y desde hace más de una década es el segundo hogar de un grupo de jugadores de ajedrez.

–Venimos todos los días desde hace 15 años –dice Edgar Montufar, alias “el Internacional”.

–Estás exagerando, yo creo que tenemos unos seis años nada más –le responde Octavio Soria, alias “el Ingeniero”.

A pesar de ir diario, nadie recuerda con exactitud cuándo comenzaron a acomodarse en la orilla de la barra, que da a la calle Molinos, justo frente al Mercado Mixcoac. Uno se sienta en un banco, el contrincante permanece de pie por fuera del local, y así empieza una partida en un tablero plegable con una frase detrás: “Este ajedrez fue donado por el doctor Internacional para el legendario café La Perla”.

El legendario café

La Perla se inauguró en 1958. “Mi abuelo, José Fernández Lafuente, llegó de Galicia sin nada. Comenzó trabajando en varios lugares hasta que juntó dinero para comprar una tostadora”, me cuenta Paloma, su nieta, quien ahora es la encargada, y continúa: “Primero fue un café pequeñito en la esquina, luego lo agrandó y comenzó a vender tortas”.

El menú es casi idéntico al que creó su abuelo y las tortas favoritas son las tradicionales, como la de bacalao o la de pierna. Paloma continúa la tradición casi al pie de la letra; conserva el mobiliario, el molino y la cafetera original. Solo introdujo las tortas de chilaquil y ofrece leche deslactosada (“porque me la pedían”, explica).

La magia de La Perla reside en su abrumador olor a café recién tostado, en su aspecto inmóvil y en su gente. Durante el día es un punto de reunión del barrio y en la madrugada es parada para taxistas que buscan una torta de chorizo con huevo y un café cargado para mantenerse despiertos. El horario también se conserva: abiertos las 24 horas.

La Perla es una sobreviviente, un negocio familiar que funciona como la sala alterna para muchos de sus clientes, sobre todo esos ajedrecistas. El Ingeniero ejemplifica: “Venimos en la mañana a hacer crucigramas y en la tarde a jugar ajedrez; estamos tanto tiempo aquí que salimos en las fotos del lugar en Google Maps”.

Gilberto Moreno, “el Ciudadano”, fue quien fundó el club que convirtió al minirestaurante en un punto famoso al que se acercan profesionales y aficionados a este juego, pero pocos cuajan en tan distinguido grupo. Solo tienen un tablero porque se retan entre ellos. Vienen a divertirse, según me dice el Ingeniero: “Bromeamos; nunca nos enojamos”.

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Personajes en el café para la trasnoche

A pesar de tener un chat de Whatsapp llamado “Caballo blanco”, no se ponen de acuerdo para reunirse: van llegando y comienzan a mover las fichas. Ellos guardan vivas las leyendas de esta cafetería:

“Aquí venían muchos actores con sus amantes, porque está cerquita la Casa del Actor”.

“También venía seguido Octavio Paz”.

“Tenemos un compañero, ‘el Pelón’, tan parecido al Perro Bermúdez que da autógrafos falsos”.

Y así, continúan entre jugada y jugada al tiempo que beben café. No importa la hora: si acabas de levantarte o estás por rendirte e irte a la cama después de un día eterno, esta ciudad se abre como un menú interminable de opciones para satisfacerte cuando te hace ruido la tripa. La magia chilanga a la hora de comer no tiene trucos ocultos: hay para todos los gustos.

Este contenido es parte de “A MORDIDAS: comer a toda hora en la CDMX”, la edición de noviembre de Chilango. ¿Qué se te antoja? Te invitamos a buscar tu Chilango de noviembre en Starbucks, Sanborns, puestos de revistas y en el aeropuerto. O lee nuestros especiales online aquí.