En las páginas de la novela Los abismos, de Pilar Quintana, leí sobre un sonido muy particular: el que hacen las plantas al ser regadas dentro de un departamento, melodía melancólica y profunda que, según dicen, arrastra a la mayoría de las personas a cierta nostalgia, muchas veces a instantes de la propia infancia.

Quienes vivimos en grandes ciudades anhelamos la compañía de las plantas y nuestra conexión inmediata con ellas son los parques o las macetas de casa: ahí encontramos consuelo además de mucha paz y, sobre todo, oxígeno. El universo botánico tiene sus modos y verdades; a veces me gusta seguir esos ciclos naturales, incluso al escribir este texto… Cada palabra brota y toma forma, florece y se expande.

Nuestra historia a través de las plantas

Mi pensar se vuelve verde en relación con las plantas, un ejercicio que les recomiendo mucho: repasar nuestra historia personal desde las jacarandas que habitan esta ciudad hasta los grandes viveros y espacios verdes que nos brindan el aire necesario para respirar.

Soy una convencida de que las plantas forman parte de la familia, como un integrante más. Requieren atención, cuidado y palabras bonitas; en este sentido, también son como las amistades: puedes perderlas si no las cuidas y dolerá mucho esa ausencia.

Las plantas también son el mejor regalo: tendrás cerquita la vida misma, brotando y creciendo en forma de tallos, hojas y, según la estación, hermosas flores o maravillosos frutos.

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Las plantas, aunque así lo pareciera, no nos pertenecen. Siempre buscan su lugar feliz. Es bien sabido que muchas veces hay que cambiarlas de espacio hasta que se sientan a gusto, con luz suficiente, buena circulación de aire y la sombra necesaria. No es casualidad ver plantas que incluso rompen el pavimento y se manifiestan, proclamando su existencia.

Las plantas medicinales o plantas de poder son fuertes guías espirituales, maestras milenarias que nos recuerdan que siempre podemos aprender más y que el respeto a todas las especies es fundamental.

Además las plantas son el alma de la gastronomía: no hay platillo verde que pase inadvertido.

Valoremos todo lo verde que hay a nuestro alrededor

Pero lo más importante: cada planta es parte vital de nuestro entorno y debemos –o deberíamos– valorar más todo lo que nos ofrecen y atesorar su acompañamiento cotidiano.

A unos metros de mí, el helecho que ocupa un lugar central en mi sala me saluda y me hace pensar con cariño en la higuera de la casa de mi abuela Licha, el árbol de mango y los plátanos del “sitio” (como se le dice en Chiapas al jardín trasero) de la casa de mi abuela Elvira. Cada vez que riego el helecho, sonrío, pienso en ellas y me lleno de amor. 

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