Tenia 7 años cuando el Juan Pablo entró al 2A. Un galanazo de dientes enormes, moreno, ojos profundos, hábil en los deportes y excelentes notas. Sentí un amor inmediato pero luego un profundo odio. Resultó ser un niño malo y grosero -ahora sé que era un líder tóxico, hijo del patriarcado, un marchito en toda la extensión de la palabra-. De “gordo”, “joto” y “tonto” no bajaba a la mayoría, siempre con dos o tres amigos validando sus “bromitas”, a espaldas de la miss gritaba y zapeaba a otros niños. Siempre a otros varones. 

Un martes cualquiera en 2A, era difícil, pongo el contexto: colegio mixto, uniforme forzoso, hombres pelo corto y pantalón , niñas coletas con moño blanco y falda abajo de la rodilla, obviamente de monjas. Hace treinta años el bullying no se nombraba, ni siquiera  existía el término, las infancias nos cuidábamos y defendíamos de nuestros pares como podíamos. 

Nosotres, les otres | Provocadorxs del cambio

“Las comadres”

Jonas y Carlos eran los más dulces del salón; sonrientes, cariñosos, peinados a la moda, muy chidos, la verdad, eran mis grandes amigos. Miss Silvia entre risas se dirigía a Jonas y Carlos como “las comadres” porque preferían jugar con las niñas; a mis siete años me enfurecía escucharla pero no contaba con las herramientas que la vida adulta me brindó para expresar mi molestia, mi enojo, mi impotencia, lo dejaba pasar.

Me dolía la forma en que la profesora lo decía, un tono abusivo algo más o menos así:  “A ver, comadri-tassss,  están muy buenas para el chisme pero cuánto es 9×9. Seguro ni saben, jajaja, ahh pero no fuera la chorcha (…) 

La violencia en las aulas estaba tristemente normalizada

Este tipo de comentarios violentos normalizados hacia las infancias nos ponían en evidencia constante, éramos foco de chistes y por supuesto que impactaba en nuestra autoestima; cuando la maestra salía al baño Juan Pablo y sus secuaces golpeaban con todas sus fuerzas a los “novios” les daban reglazos, patadas, cuadernazos, y ahí estábamos las niñas gritando entre lágrimas ¡Ya párale Juan, ya estuvo bueno, Gonzalo” déjalos en paz, no te están haciendo nada. 

Para tercero de primaria, yo tenía mal promedio, no me gustaba la escuela y Jonas y Carlos ya no estudiaban conmigo, sus papás decidieron cambiarlos de escuela, no hubo poder humano que hiciera que las monjas reconocieran las fallas, SUS fallas en el sistema educativo, no hubo golpe, ni incidente que abriera la conversación hacia el respeto y empatía en las juntas de consejo escolar, repito la violencia en las aulas estaba tristemente normalizada, las familias y las mismas autoridades docentes dejaban pasar dichas prácticas abusivas, justificando el daño con “son cosas de que pasan en todas las primarias”, “es la edad”.

Juan Pablo siguió siendo el terror de la escuela, incluso más guapo y más tóxico, el muy nefasto. De Jonas nunca supe nada pero de Carlos sí, 11 años después me lo encontré en una fiesta en un kinder abandonado cerca de CU,  no sé como nos reconocimos, pero ¡Nos reconocimos!  me presentó a su novio y supe que estudiaba teatro, nos tomamos unas chelas y reímos un montón. Lo vi a los ojos y le pedí mil disculpas por no detener a Juan Pablo, por no defenderlos más. Yo tampoco pude, respondió. Yo tampoco, pero no era su culpa.

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