Hace 55 años, la delegación mexicana que participó en Juegos Olímpicos trajo solo una medalla. Fue de bronce, en una disciplina que suele darle buenos dividendos al deporte nacional, el boxeo; Juan Fabila en Tokio 1964 impidió que el representativo tricolor regresara con las manos vacías de Japón. Bueno, este pugilista, leyenda viviente y vecino tlalpense, reconstruye para Chilango el logro obtenido hace más de medio siglo.

Juan Fabila en Tokio 1964, un bronce que no se olvida

En su gimnasio, ubicado en la colonia La Joya de la alcaldía Tlalpan, se le pide que se sienta cómodo para que cuente y vuelva a vivir cómo fue aquel episodio olímpico que derivó en una presea. Con el rostro de un hombre refunfuñón, a sus 75 años de edad, Juan Fabila no duda en iniciar la charla enojándose. Se enciende con el recuerdo de un hombre, el entrenador argentino Bruno Alcalá.

Juan Fabila en Tokio 1964

“Me trataba muy mal, muy feo. Era demasiado grosero conmigo. Pero me tenía que aguantar y no podía responderle, porque quizá me dejaban fuera, porque me podían de dar de baja debido a que él tenía más poder que un deportista y podía acusarme de lépero. Ya en Japón sí lo puse quieto y le dejé claro que a mí no me iba a volver a hablar así”, rememora.

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Con este preámbulo nos adentra en la atmósfera de un pugilista amateur en Juegos Olímpicos. Apasionado en su manera de hablar, el señor Fabila toma un respiro para alejar el enfado. Más sereno, con una carcajada para suavizar la intensidad, describe lo difícil que es ser disciplinado cuando se posee un carácter explosivo, bravucón.

“Yo era bien peleonero y poco obediente. Tuve que aprender a controlarme si quería llegar lejos. Para competir en el 64, me preparé con una sola idea: ser el mejor de todos. Y para serlo también hay que prestar atención el temperamento, que en mi caso se canalizó en las peleas que tuve. Lástima que no gane el oro”, comparte.

Las semifinales perdidas contra el coreano Chung Shin-Cho y el uruguayo Washington Rodríguez le calan un poquito porque estuvo a nada del sitio de honor al que aspira todo atleta, sin embargo, tampoco se aflige como para desgarrarse las venas. Por el contrario, se congratula de haber sido el único mexicano en traer un metal de Tokio.

Y es aquí cuando se enoja otra vez. ¿Por qué? Por culpa del futbol.

Abiertamente expresa su postura antifutbolera, le disgusta el balón. Remonta su enfado hacia el equipo que participó en 1964, una selección nacional que perdió sus partidos contra Rumania (3-1) y Alemania (2-0), y empató con Irán (1-1), para quedar eliminada en primera fase con un solo punto.

“Ellos no hicieron nada, no ganaron nada, no lograron nada, y de regreso a México los pusieron hasta adelante como si fueran héroes. A mí me dejaron en segundo plano, atrás de ellos. Por eso le tengo coraje al futbol. Más aún porque en este país todo lo acapara el futbol”, manifiesta mientras aprieta el puño.

Si pudiera, si tuviera la oportunidad de propinarle unos trancazos a esos jugadores, se los daría con gusto. Y es que el mismo espíritu de Juan Fabila en Tokio 1964 se apodera de él ahora. Simula un gancho en clara alusión a un golpe bien dado en el cuerpo de un futbolista.

Ya encarrerado lanza otro gancho al aire para sincerarse y confesar que, aparte de bravucón, se hizo boxeador por mentiroso. Su medalla de bronce en Japón se forjó, de alguna u otra manera, a partir de chismes y travesuras.

“Iba y le contaba a mi papá que fulano de tal o perengano me habían hecho algo, pero no era cierto. Yo le decía eso para calentarlo y fuera a darles sus guamazos. Mis mentiras se acabaron cuando me dijo que aprendiera a defenderme. Le hice caso, me metí a box, le agarré el gusto y el resto es historia”, narra.

Una historia que hasta la fecha se escribe y que se niega a ser depositada en el olvido después de 55 años. 
Mientras tanto, el señor Fabila se ríe nomás de acordarse lo travieso que fue

Perdón Rigo, pero en Matamoros no solamente mandas tú

El bronce conquistado por Juan Fabila en Tokio 1964 trajo consigo una anécdota más. Tiene que ver con el corazón y tuvo lugar en Matamoros, Tamaulipas, ciudad fronteriza donde Rigo Tovar, es rey, pero donde no precisamente el amor es ciego, tal como reza el mito ligado con el intérprete de El sirenito.

Fabila abrió bastante los ojos durante una gira por allá. Lo cautivó la belleza de una mujer que le enamoró a primera vista, ¡y fue recíproco! Un día, un solo día bastó para que Lupita y Juan, dos jóvenes imberbes en esos ayeres, quedaran flechados para el resto de sus días. En este 2019 cumplen 54 años de casados. Esta es la historia de Juan Fabila en Tokio 64, la historia de muchos chilangos.

“La vi y no dudé. Regresé a la Ciudad de México para pedirle a mi papá que me acompañara a Matamoros para proponer matrimonio como Dios manda. Un día fue suficiente para que nos diéramos cuenta de que éramos el uno para el otro”.

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