Camino con mi roomie, Editor de Arte y Cultura aquí en Chilango, buscando un número en una calle en la Colonia Juárez rodeado de casas de otro siglo. “¿Oye men, seguro que era por acá?”, le pregunto en meditación sobre nuestro rumbo. “¿Sí no? Dijo Lucerna 43”. Veníamos saliendo del estreno de la obra de teatro La Ventana Amarilla y nos habían invitado al cóctel de celebración. Según yo nos habían dicho que era para el otro lado. Pasamos el comedor Lucerna, Lucerna 47, Lucerna 45… no se oía ningún ruido. Del otro lado de la calle, vimos a unos cadeneros fumando en frente de una casona enorme.

“Buenas ¿aquí es Lucerna 43?”

“Lucerna 42, chavo” dice antes de darle un jale a su cigarro. “¿Vienen a lo de Immersia?” No se veía que en la calle hubiera ningún otro evento y las compañías de teatro suelen tener nombres raros. “Sí” le decimos y nos deja pasar con una señorita que nos preguntó si estábamos en la lista de espera. Nadie le había dicho nada de dos güeyes que venían de Chilango. Fue a consultarlo con otra persona detrás de una cortinilla, mientras nosotros nos hacíamos a la idea de que nos iban a batear.

Vi a mi roomie medio encorvado y con los brazos detrás de la espalda, le digo “No, mi chavo, tus nectes alcanzaron pa’ la obra, pero no para el cóctel. Desde ahora vas a ser el semi-nectes”. El guardia que estaba al lado de nosotros se reía por lo bajo. La señorita nos ve a través de la cortinilla y dice “Mejor ya pásenle, luego vemos, pero apúrense que ya va a empezar”.

El cóctel que nunca fue

Pasamos a una salota con piso de mármol y una barra de bebidas. Dos o tres güeyes trajeados de frac y con bastones nos ven entrar sin saber a dónde vamos. Ninguna de las personas que habíamos visto en la obra estaban ahí. “Hey”, nos dice uno de los trajeados “Vengan, la meditación ya casi va a empezar”. Ya estaba completamente seguro de que nos habíamos equivocado de evento.

Lo seguimos hasta un cuartito oscuro lleno de enredaderas que colgaban del techo. El men se voltea y nos dice “agáchense”. Ya en cuclillas, cierra por un momento los ojos, respira profundo y nos mira fijamente. “Sé que pueden venir con incredulidad a lo que está a punto de suceder. Pero necesito que se abran a la experiencia, que crean y que entiendan que están a punto de cruzar un umbral”. Apreté mi quijada lo más que pude para no reírme – pero no porque descreyera de lo que nos acababa de decir—. Lo que no podía creer era nuestra suerte: hasta ahora, el plot de nuestra noche era igualito al de Eyes Wide Shut, la película de Kubrick.

Llegamos a una estancia enorme, forrada de alfombras y llena de gente sentada en cojines de terciopelo. Al fondo, una mujer nos invita a sentarnos. Gente del staff nos pide que nos quitemos los zapatos. Nos pasan unas jícaras con cacao. “Debajo de ustedes hay una cinta roja” dice la mujer en el fondo “Agárrenla y cúbranse los ojos”.

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Los cuatro elementos

La voz de la mujer dice que nos guiará por una meditación de los cuatro elementos. Empieza hablando de la tierra mientras bebemos el cacao de la jícara y se oye de fondo una música parsimoniosa. En estos primeros momentos me cuesta concentrarme en la meditación. El men del inicio estaba en lo cierto, soy bien incrédulo para este tipo de cosas, pero hago un esfuerzo por dejarme llevar. La mujer nos pide que recordemos nuestra infancia y que seamos “abrazados por la madre tierra”. Me acuerdo de mi abuelo, que recién falleció, y me quedo un rato pensando en él: en cómo, desde que era niño, nunca nos pudimos llevar bien.

Nos acabamos el cacao, ahora, unas gotas me caen en la cara. La mujer habla del agua y de sus propiedades. Nos pide que dejemos aceptemos la naturaleza cambiante de la vida. “La vida es como un río”, nos dice, “y es inútil tratar de detener su flujo”.

La música cambia de manera abrupta. Una marea de tambores empieza a sonar con un ritmo creciente. A través de la cinta roja que traigo puesta en los ojos alcanzó a ver una acumulación de luces cálidas. La mujer nos pide ahora que nos paremos y nos movamos para generar la mayor cantidad de calor posible. “Sientan la libertad de moverse como quieran. Nadie los está viendo” nos dice. Apenas y muevo los brazos. No puedo evitar voltear a ver qué hacen los demás: todos se están moviendo como locos. Veo a gente agachándose, saltando y bailando.

El ritmo de los tambores se acelera. Volteo a ver a mi roomie; está teniendo los mismos problemas para moverse que yo. “Muévanse, más rápido”. Comienzo a saltar, puedo sentir el cuarto lleno de energía, todos zangoloteando frenéticos al ritmo de los tambores. “Ahora, dejen salir toda esa ira que traen dentro. GRITEN. GRITEN. RUJAN.” El aire se desgarra con los aullidos de la gente. No aguanto más, yo también me pongo a rugir.

Meditación dentro de un túnel de color

La música vuelve a agarrar un ritmo lento. La mujer nos pide que nos relajemos, mientras brisas de aire nos surcan la cara. Nos quedamos unos momentos parados y luego nos pide que nos recostemos en el piso. “Quítense la cinta y dense cuenta que son parte de este universo”. La imagen que veo al destaparme los ojos es una que sé que se me va a quedar toda la vida en la memoria. Un cristal enorme en el centro del techo, rodeado por un sinfín de luces que se mueven al ritmo de la música de violín que ahora suena. Es como ver los primeros veinte minutos de Fantasía, pero en esteroides. El cuarto, la gente, los cojines y las alfombras desaparecen. Soy sólo yo persiguiendo el enorme cristal. Soy sólo yo dentro de un túnel de luces, hablando conmigo mismo.

Aun hoy no puedo calcular cuánto tiempo me quedé mirando el cristal. Sólo sé que recobre la sensación de estar en una casona vieja de la colonia Juárez cuando el violín se cambió por una guitarra. Sólo en ese momento me di cuenta que la música que oí toda la noche había sido en vivo (cortesía de un gran músico Luis Cardoso). Terminamos la experiencia oyendo “El Abismo” de Alonso del Río. Luego nos invitaron a recorrer el resto de la casona, donde había más salas de diferentes índoles con personajes leyendo cartas del tarot, haciendo limpias y platicando la experiencia, además de invitarnos una cerveza de Cempasúchil.

Todo el camino de regreso a casa mi cara se quedó trabada en una sonrisota, pensando cuánto aprecio vivir en esta ciudad. Sólo vagando en las calles de la Ciudad de México nos pudimos topar con una experiencia así. Agradezco al azar y a Immersia por haberme regalado una de las noches más bonitas de toda mi vida.


IMMERSIA: El portal de Reencuentro

Una experiencia inmersiva con meditación, luz, música y está disponible para el público general.


¡Gracias por participar! Los ganadores serán contactados por correo.


Dónde: Lucerna 42, col. Juárez, Cuauhtémoc, 06600, CDMX.

Cuánto: $1500

Boletos: sitio web.