yoruba en CDMX

La Ciudad de México, como todas las grandes ciudades del mundo, está llena de historias enigmáticas y personajes excepcionales que pueden pasar desapercibidos en las calles del barrio o el Metro, pero que tienen anécdotas y talentos extraordinarios esperando ser compartidos. Aquí hay una de esas historias, la de Ricardo Ochoa, profesor de Administración que se convirtió en precursor de la religión yoruba en CDMX.

La casa o templo yoruba donde Ricardo Ochoa lleva a cabo rituales y
consagraciones se encuentra a unas calles del Metro Misterios, como
si el nombre de la estación fuera una analogía de la historia de este
babalawo chilango.

Apenas cruzas el umbral de la puerta de entrada se percibe un fuerte olor a guayaba fermentada, fruta que Ricardo comparte como ofrenda a sus santos. Dos amplios cuartos con paredes blancas resguardan una serie de objetos que conectan con el estereotipo de la santería: impactan las fotografías atravesadas por flechas de metal y un gran tronco manchado con sangre seca. Es evidente que en este espacio fueron sacrificados algunos animales: hay cabezas de palomas sobre girasoles y una serie de fotografías flota sobre una mezcla de agua con sangre. Ricardo argumenta: “Te puedo decir abiertamente que hay un ensañamiento mediático para exaltar el sacrificio yoruba sin relatar lo que pasa con otras culturas. Dentro de los sacrificios, el animal sufre mucho menos que en un matadero y se sacrifican para desviar las perspectivas de peligro y atraer bendiciones”.

Excorredor de bolsa y profesor de Administración de Empresas en
el Tecnológico de Ecatepec, Ricardo recurrió a esta práctica luego de una mala racha en los negocios. “Quería abrir caminos que se mantenían cerrados”, cuenta. Esto sucedió hace 25 años, cuando acababa de terminar la carrera de Administración; ahora tiene la jerarquía más alta de la religión yoruba en CDMX.

El babalawo de La Raza es un tipo alto. Usa un par de lentes que exageran el tamaño real de sus ojos, tal vez esto hace más ligero el impacto de estar rodeado por objetos que bien podrían referir a la brujería, y es que la religión yoruba sí tiene relación con el candomblé o el vudú.

Uno de los señalamientos hacia estos mal llamados “santeros” es que suelen vincularse con delincuentes y asesinos, lo que no está alejado de la realidad, pero cada sacerdote puede elegir con quién trabajar. “Escuchas problemas de todo tipo —cuenta el babalawo—; lamentablemente, como toda religión, la gente acude porque tiene problemas. Yo no atiendo delincuentes, pero respeto mucho a quienes lo hacen”.

Otra de las malinterpretaciones más comunes de las personas que buscan solución a sus problemas es creer que el babalawo puede realizar milagros. “En alguna ocasión, observando el oráculo —dice—, me di cuenta de que a la persona no le quedaba mucho tiempo de vida. Le pregunté si estaba enfermo y me dijo que tenía VIH. Cuando se iban, su madre me dijo que tenía mucha fe en que podía curarlo. Regresé a toda la familia para explicarles que la religión no es magia, trata sobre la canalización de la energía hacia cosas positivas, como el trabajo, el respeto y la preparación”.

Durante las últimas décadas, la relevancia social de la religión yoruba en CDMX ha crecido exponencialmente; esto se puede notar en la cantidad de puestos que ofrecen todo tipo de artículos para efectuar rituales y consagraciones. Basta darse una vuelta por el Mercado de Sonora para visualizar este fenómeno.

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