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9 de agosto 2019
Por: Redacción CP

#HistoriasDeTaxi: Mi taxista dio una clase digna del Actor’s Studio

El taxista de la Ciudad de México es de todo: desde los que nos salvan la vida hasta los que de alguna u otra forma nos sacan todo el dinero posible.

¿Qué es lo que hace un taxista de la Ciudad de México seduciendo… al engaño?

Vivir en la Ciudad de México es realmente un reto, no solo basta con esquivar inundaciones, retrasos en el Metro, las tentaciones culinarias de las calles, como los tacos de canastas y las guajolotas, sino también la gente que se quiere pasar de lista.

En los taxis de la Ciudad de México, hay de todo: desde los que nos salvan la vida hasta los que de alguna u otra forma nos sacan todo el dinero posible.

La semana pasada te compartimos la historia de Benjamín, cuyo taxista montó todo un teatro que hasta sangre hubo. Ahora te presentamos el relato de Jesús @JQ_lector, quien también le tocó un taxista “creativo”, por así definirlo.

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Era un día laboral cuando Jesús abordó un taxi sobre la calle La Morena, esquina Doctor Barragán, en la colonia Narvarte, cuyo conductor –un individuo moreno, ancho, desfajado– lucía el aspecto de quien ha dormido pocas horas: ojeras pronunciadas, barba y bigote ralos y cabello por el que no ha pasado un peine en más de 36 horas.

“Es un Tsuru parchado y sucio, pero ni hablar. No hay tiempo para seleccionar vehículo y debo estar a las 10:00 horas en el trabajo, cerca del Auditorio Nacional”, relata. “Apenas hemos cruzado Dr. Vértiz cuando suena su celular: un telcel de finales del siglo pasado. Ni siquiera me solicita permiso para contestar. Lo toma del tablero y lo que sigue es una clase digna del Actor’s Studio”.

Jesús comentó a Chilango que no percibió la voz del otro lado del teléfono, pero esa llamada fue el inicio de la transformación del taxista de la Ciudad de México, quien empezó a hablar con un tono tejido con desesperanza, cansancio, angustia y la certeza de que el destino le estaba jugando chueco.

“Por el monólogo se infiere que tiene un hijo internado en Oncología, que su estado es frágil y que él que habla a punto del lloriqueo no ha terminado de juntar los dos mil pesos que le han pedido en el hospital para aplicar a la de ya un tratamiento que podría salvar la vida de su chamaco”, dice.

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“El cuerpo del señor se estremece mientras habla —deduzco yo— con su esposa. No le queda sino seguir trabajando para completar lo que sea y llevárselo al doctor, en espera de un milagro”.

Ya sobre el Viaducto, el conductor extiende su relato al pasajero: su hijo se empezó a poner mal de repente, es muy pequeño, “no es justo que le pase esto a alguien tan inocente y encima de todo hay poco pasaje”.

A estas alturas, ya cerca de Los Pinos, el relato ablandador de voluntad ha operado a la perfección, por lo que Jesús revisó su billetera y extrae los 50 pesos del viaje y toma otro billete de 200 pesos. “Si tuviera más, se lo daría sin chistar”, afirma.

Al llegar al destino y, dice, apenado por contribuir con tan poco, le da los 250 pesos al taxista de la Ciudad de México que le da las gracias y lo bendice.

“Lo veo ahora esperanzado. Se aleja y me quedo con la certeza de haber hecho mi buena obra del día”, comenta Jesús.

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Cinco meses después, en la misma esquina y misma hora Jesús abordó el primer taxi que se frenó: era el mismo sujeto.

“Y sí, es un gran actor pero no presta atención al aspecto de sus involuntarios patiños, de modo que allí estoy otra vez, escuchando su gimoteo al celular. Mi pasmo inicial se convierte en rabia muda. Cuando acaba su perorata ante el celular y me convierte en el depositario de sus desgracias pongo mi mejor ‘poker face’”, confiesa.

“La verdad es que me gustaría decirle que hace unos meses me vio la cara, pero no esta vez. Barajeo las posibles frases que pudieran herir a este embaucador, pero ¿qué tal que su relato es la punta de un iceberg psicótico y se transforma en loco peligroso?”.

Tras intercambiar reflexiones consigo mismo, Jesús llegó a su destino. Para su fortuna, trae cambio por lo que da la cifra exacta en monedas de diez y de peso que marca el taxímetro.

“Al salir del vehículo me doy la oportunidad de pronunciar la frase antes de que caiga el telón: ‘Que todo vaya como usted se lo merece’. Me miró feo y ni la bendición me dio”, relató Jesús.

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¿A ti, te ha pasado un engaño en un taxi, algo macabro o te ha tocado un taxista muy rifado? Comparte tu historia al correo cp@chilango.com