A sus 36 años, el organista Benjamín Paredes es el único alumno de la UNAM que ha hecho su examen de titulación en un sitio ajeno a la máxima casa de estudios y es una de tres personas que puede tocar el órgano monumental de la Basílica de Guadalupe.

Durante unos instantes, el pasado 12 de octubre, la Basílica de Guadalupe dejó de ser un templo de oración para convertirse en un salón donde se definiría un título universitario. La prueba consistía en que Benjamín pudiera tocar de manera magistral un instrumento con cinco teclados, 10 mil 222 tubos, 116 registros y una pedalera con 32 notas.

A pesar de que ha tocado infinidad de veces el órgano monumental en los seis años que ha trabajado en la Basílica de Guadalupe, Benjamín sintió nervios, pero se tuvo fe, revisó que todo estuviera listo, se sentó en un pequeño banco de madera frente al enorme instrumento, el segundo más grande de México, y comenzó con su prueba.

Poco a poco, sinodales, familiares y amigos se acomodaron en las bancas del santuario, inaugurado en 1976, para escuchar las piezas que Benjamín eligió para conseguir el título de la licenciatura en Músico-Instrumentista en Órgano por la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El “concierto” del organista Benjamín Paredes había iniciado.

Camina el organista Benjamín Paredes a la música

Aunque pasó siete años como estudiante de la Facultad de Música de la UNAM, el amor de Benjamín por la música nació cuando apenas era un niño de 13 años, que recibió un piano como regalo de su padre, lo que lo motivó a seguir el camino que le dictaban las notas musicales.

Luego de años de enseñanza y de probar suerte con distintos instrumentos, Benjamín se dio cuenta que su pasión no era pasajera, así que decidió dedicarse de lleno al arte.

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Al inicio estudiaba piano; sin embargo, un acto del destino y la interpretación de Johann Sebastian Bach —músico del periodo barroco famoso por tocar, entre otros instrumentos, el órgano— llevaron a Benjamín a inclinarse por este complejo artefacto que requiere una perfecta coordinación de pies y manos.

“En una ocasión me metí a un festival de órgano y fue como cuando estás en el momento y lugar correcto. En el concierto escuché este instrumento y me enamoré de él”, recuerda el organista Benjamín Paredes parado en lo alto de una de las capillas del templo.

A partir de entonces comenzó un largo camino de aprendizaje, ensayos, prácticas y muchos conciertos, tantos que el joven ya se presentó en el Museo del Virreinato, en la Catedral Metropolitana, en festivales de órgano celebrados en Guanajuato y Toluca, y hasta con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México.

No obstante, el lugar en el que más le gusta estar es en la Basílica de Guadalupe, donde trabaja desde el 16 de noviembre de 2012. “En una ocasión vine a platicar con el director y me comentó que la plantilla de organistas estaba completa; pero a finales de año el trabajo aumentó por las fiestas de la época así que me llamaron, hice un examen y me quedé”, relata.

En sus seis años en la Basílica, el organista Benjamín Paredes ha tocado varias ocasiones en el 12 de diciembre, el día de la Virgen de Guadalupe. “Como el santuario está dedicado a ella, la fecha más importante es el 12 de diciembre. Independientemente si eres creyente o no todo se paraliza”, dice el joven que, entre sus notas más altas, puede presumir que hasta el Papa Francisco ha escuchado sus interpretaciones, situación que describe como “una experiencia inolvidable”.

FOTO: LEONARDO PÉREZ

Honor a quien honor merece

Mientras los asistentes a la Basílica permanecían en silencio, Benjamín ponía en práctica toda su destreza para interpretar el Preludio en Fa sostenido menor BuxWV 146, de Dietrich Buxtehude. Sus dedos y pies presionaban teclas y pedales con precisión, haciendo evidentes los años de “amistad” con el órgano monumental de la Basílica.

Al finalizar su examen, los sinodales no tuvieron más que ponerse de pie, reconocer la maestría del joven y darle una calificación aprobatoria, acompañada de una mención honorífica, lo que le otorgó el título de Licenciado Músico Instrumentista en Órgano, que Benjamín dedicó a su asesor de tesis, Rodrigo Treviño Uribe, quien falleció días antes.

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“Uno de mis sinodales me sugirió que no viera esta presentación como un examen sino como un homenaje para mi maestro, quien murió tres semanas antes. Quería agradecerle por ser mi guía durante todos estos años”, dice Benjamín, quien busca seguir al pie de la letra otra de las enseñanzas de su maestro: “Él siempre me decía que ‘cuando eres bueno en algo no tienes que andar diciéndolo’. Y me aconsejaba que siempre hay que compartir el conocimiento”.

Al final del examen de titulación, Benjamín se percató que ese trámite solo fue el inicio de una nueva etapa en su vida, ya que el joven intérprete desea estudiar en otro país, hacer festivales para que la gente disfrute de la música que se puede hacer con el órgano y hasta grabar un disco; sin embargo, aún tiene la convicción de regresar a la Basílica, donde toca por lo menos tres veces a la semana en distintos horarios.

“Me gusta mucho estar aquí. Yo soy creyente y creo que eso ayuda. Imagínate estar en un lugar tocando cantos que no sientes ni tantito”, dice el organista Benjamín Paredes, mientras se prepara para salir a tocar a la izquierda del padre.