Heiland pasó de ser un robot que sembraba semillas a sembrar esperanza en caso de un desastre. A sus 18 años, cinco estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) — Valeria Itzel Camacho Vargas, Gerardo Pérez Huerta, José de Jesús Sánchez Ramírez, Abril Suárez López y Luis Eduardo Salmerón Sánchez— crearon un explorador capaz de detectar presencia de seres vivos atrapados entre escombros.

La idea surgió durante la suspensión de clases que hubo tras el sismo del 19 de septiembre de hace un año. Los cinco estudiantes, que entonces cursaban el último semestre de la carrera técnica de Sistemas Digitales, decidieron cambiar su proyecto de un robot agrónomo por uno que ayudara a los ciudadanos y rescatistas.

“Ver la incertidumbre, el miedo de las personas de no saber qué pasa, nos impactó a todos. A esta edad uno piensa que no va a pasar, cuando sucede sabes que es real y ahí comenzamos a actuar y crear el prototipo”, comenta Gerardo, quien destaca que el objetivo principal del Heiland es salvar vidas.

Inspirado en la forma de una hormiga, el robot, hecho con fibra de vidrio, cuenta con una cámara que transmite a una pequeña pantalla las imágenes en tiempo real. Además, tiene un sensor de movimiento infrarrojo que permite distinguir el calor de personas y animales y la capacidad para enviar el mensaje de “persona detectada” al control remoto.

Las llantas del Heiland son grandes para que sea capaz de seguir avanzando por si se voltea y también le instalaron un sensor giroscópico para detectar si el robot está de cabeza y poder estabilizar la imagen.

El control remoto es tipo “joystick”, para que cualquiera sea capaz de operarlo, además que es sensible al tacto, así que si mueves ligeramente la palanca, el robot gira levemente.

Heiland, la inspiración que no tiene precio

Gracias a los conocimientos adquiridos en su carrera, los estudiantes desarrollaron todo el sistema y la programación para su funcionamiento; sin embargo, el gran reto fue depositar toda esa operación en un pequeño aparato debido a que desconocían de mecánica y de materiales para la estructura.

Los desafíos continuaron, pues al ser un proyecto estudiantil financiado por ellos mismos y sus familiares, los costos debían ser bajos.

Foto: Lulú Urdapilleta

“Las limitantes fueron económicas, a la larga ves que estás gastando demasiado, y aunque tengas muchas ideas, no puedes realizarlas por la falta de recursos”, reconoce José, quien, optimista, ve más proyección para su robot. “Más que retos son oportunidades, por ejemplo, pensamos hacerle mejoras y en un futuro hasta una aplicación móvil”.

Incluso, la falta de recursos económicos ayudó a mejorar a Heiland, que significa “salvador” en alemán. Para las llantas, los cinco estudiantes primero pensaron en impresión 3D, pero se salía de su presupuesto y el material podría no resistir el uso rudo. También quisieron orugas pero cada eslabón les costaba 80 pesos y requerían al menos 60 piezas.

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Así terminaron por diseñarlas a la medida con Nylomaq, un material que no solo representó un precio acorde a su bolsillo sino también mayor resistencia, ya que cada llanta soporta 200 kilogramos con presión mientras que las impresas en 3D solamente aguantaban 50 kilos.

Una situación similar pasó con la señal. Originalmente pensaban usar bluetooth, pero a 50 metros se perdía la conexión y con wifi había interferencia por los muros, así que crearon una red independiente por radiofrecuencia de 249 megahertz, que permite que el control y el robot estén conectados entre sí, alcanzando 200 metros de distancia con escombros y hasta 600 metros en terreno libre.

Mandar a hacer las llantas en torno, los materiales, el cableado, las baterías y los sensores del robot tuvo un costo de 5 mil pesos. Además, gastaron 3 mil pesos en componentes y circuitos usados en prueba y error.

Foto: Lulú Urdapilleta

Abajo los estereotipos

El 19-S reivindicó a los jóvenes y derrumbó el concepto que hasta ese entonces se le asignaba a los millennials: una generación que, decían, sólo buscaba vivir la vida, un tanto egocéntricos, apáticos y consumistas.

“Quisimos dar una buena imagen de los jóvenes que nos tachan de que no tenemos ninguna iniciativa, que no podemos hacer un gran proyecto”, menciona Gerardo, egresado del Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos (CECyT) 9, Juan de Dios Bátiz.

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Tras destacar que el prototipo es “orgullosamente mexicano”, los estudiantes desean inspirar a otros a quitarse etiquetas, a ayudar a la sociedad e iniciar proyectos que puedan competir incluso a escala internacional.

También quisieran que alguna persona o empresa estuviera interesada en financiar su prototipo para poder desarrollarlo más y que saliera al mercado.

Entre las mejoras, buscan instalar a Heiland un sensor de gas para detectar fugas, además de que tenga movimiento vertical para evitar que quede atorado. Si no tuvieran problema de financiamiento, le implementarían una cámara térmica, mejorarían el motor para darle velocidad y pondrían baterías que duraran más tiempo.

Hoy, estos jóvenes cursan el nivel superior, estudian ingeniería mecánica, sistemas automotrices, transporte y mecatrónica. Para ellos, no es opción abandonar el Heiland, al contrario, les entusiasma que al tener distintos conocimientos podrán combinarlos para mejorar su funcionamiento.