Santiago Solís tiene 37 años. Nació en la Ciudad de México, pero vivió un tiempo en Durango. Le gustan los videojuegos y andar en bicicleta. Su mundo es el de los libros.

La situación actual global ha cimbrado al gremio al que pertenece. Sobre el ambiente laboral comenta: “Estamos en un limbo. [La covid-19] le ha pegado duro a la industria editorial, sobre todo a las ferias. El libro se siente cómodo con el público, con la exhibición, es un objeto táctil y visual. Creo que la industria se tendrá que reconfigurar. Trabajo también con emprendedores y hay una sensación de incertidumbre de lo que puede pasar a futuro”.

Sobre su experiencia como coordinador del diplomado Casa Ilustración, en la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM, comenta: “Las clases son presenciales. Tenemos muchos invitados que muestran sus procesos en vivo, lo que genera una interacción muy linda entre alumnos y maestros.

En lo digital es difícil replicar esa misma sensación. Estamos aprendiendo todos a convivir con el virus; aunque es una crisis, también es una oportunidad de hacer las cosas distintas y mejores para todos. Por primera vez tenemos el futuro en nuestras manos”.

¿Cómo fue tu camino y quiénes te guiaron hacia el mundo de la ilustración?

Hay dos personas que me ayudaron. El primero fue el maestro Gerardo Suzán, quien me dio clases en la universidad; luego colaboré en su estudio. No trabajaba con él ni dibujando ni ilustrando, sólo hacía diseño.

Yo veía a Gerardo sentado en la mesa con sus acrílicos, sus pinceles, haciendo magia con los colores: una labor de absoluta paciencia y cariño a la pintura. Yo, en casa, de lo que recordaba, intentaba replicar algunas cosas. Aprendí a observar.

Después conocí a otro maestro, Alejandro Magallanes. Vine a la Ciudad de México a estudiar una especialidad en diseño editorial. Nos encontramos en una comida, platicamos y él me dio trabajo de medio tiempo en su estudio: la mítica Máquina del Tiempo.

Con Ale hacía de todo: sacar copias, ir por cigarros, ir por las tortas, diseñar libros, folletos, aplicaciones de prensa. Fue muy generoso en mostrarme su proceso creativo; sin embargo, tampoco ahí llegué a ilustrar. Aprendí mucho sobre llevar proyectos y delegar responsabilidades. Cuando regresé a Durango me puse a pensar: “¿Cómo puedo pedir trabajo de ilustración si no tengo práctica, si no tengo una voz?”. Entonces decidí ponerme un reto: hacer 100 piezas en 100 días. Así aprendí muchísimo de mí mismo.

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¿Cómo es tu proceso creativo, qué te inspira?

En todo proceso hay caminos. Ninguno es correcto ni incorrecto, sólo existen y se ramifican. Yo opté por el camino autodidacta. Me gusta probar de todo en el diseño y la ilustración; sin embargo, estoy consiente de que no voy a ser maestro de nada. Soy curioso por naturaleza.

También me di cuenta, sobre todo en el diseño, de que tienes que leer de muchas otras cosas además de diseño, y de que los cambios de lugar te ayudan a tener perspectiva. Me inspira el misterio, la capacidad de asombro. Me inspira toda pieza que se desarrolló con tiempo. En esta cultura fast food, el tiempo es mi resistencia. Nadie es creativo los 365 días del año. Hoy se habla, se escribe, se dibuja demasiado. ¿Dónde esta el trabajo en el taller?

¿Cuáles son tu artista, escritor y editorial favoritos?

En la edición de libros, Fantagraphics y las colecciones de Penguin son dos de mis sellos favoritos. Hay una relación inseparable entre diseño, imagen, contenido; hay un cariño y una paciencia por el objeto, por la experiencia lectora. En la ilustración admiro a muchísimos: Madalena Matoso, Tomi Ungerer, Isidro Ferrer, Wolf Erlbruch, Violeta Lópiz, Jesús Cisneros, Carson Ellis, Mari Kanstad, Olivier Schrauwen, Victoria Semykina…

¿Qué disfrutas más de tu trabajo?

Disfruto los nuevos proyectos: siempre hay algo por hacer. Pero no creas, después del shot inicial de adrenalina viene un miedo, una responsabilidad por no fallar. Es como salir a escena; tener nervios es indicativo de que estas vivo, de que tienes respeto al público. Disfruto mucho materializar posibilidades. ¡Una hoja en blanco puede ser tantas cosas!

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¿Qué tipo de proyectos evitas?

Los que evito a toda costa son los proyectos donde el editor no tiene control creativo. Es curioso cómo muchos editores no revisan tu perfil, tus temas y el rango de ilustrador que tienes.

Es como si a un cantante de rock le pides que haga batallas de rap; simplemente no tiene la habilidad porque no es su rango. No pocas veces me han invitado a trabajar en un proyecto donde me piden copiar un estilo de otro colega y pienso: “Pues si quieres ese estilo, ¿por qué no le hablas al ilustrador original?”.

¿Qué quieres hacer toda la vida, con qué te gustaría experimentar?

Ser curioso, tomar riesgos. Eso te obliga a moverte, a pensar distinto. La materia está en constante transformación. He estado tomando clases de escritura, sobre todo de cuento. Me ha abierto mucho los ojos la relación que hay entre la imagen y la palabra. Hay muchas cosas que yo hago en ilustración que son aplicables a la escritura y viceversa. Son habilidades que complementan mi trabajo. Encontrar mi voz escrita es lo que me estaba faltando para ser autor total.

¿En qué estás ahora?

Estoy trabajando en varios libros míos que se han quedado rezagados por el trabajo regular, así que quiero ir avanzando. Tengo una reedición de un libro al que ya le hice una nueva portada, tengo un libro de retratos sobre gente con lentes al que le falta un texto de entrada y una parte del mecanismo de empaque. Tengo otro libro álbum al que le faltan unas ilustraciones, y una antología de cómics míos que ya tengo más o menos empezada.

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