En México nos caracterizamos por recordar a aquellos que ya no están con nosotros; ya sea en el Día de Muertos, con altares, fotos, canciones y hasta inmortalizando el lugar de su partida. Esta es la historia de las cruces en las banquetas.

Por: Karla Almaraz

El próximo 6 de enero se cumplirán 18 años de que la cruz de Don Alberto forma parte del paisaje en Temascalcingo, Estado de México. Fue en 2002 cuando un disparo acabó con la vida del señor de 75 años y, en su memoria, los familiares levantaron un cenotafio, para que su alma no se quedara penando en el sitio y lograra el descanso eterno.

Te recomendamos: El camino hacia la fosa común

Aunque han pasado casi dos décadas de su partida, la cruz de Don Alberto aún es visitada por familiares, quienes acuden a dejar flores en fechas especiales, tales como su cumpleaños, el día del aniversario luctuoso o cada 2 de noviembre, porque si hay algo que no cabe en la cultura mexicana es el olvido.

Cruces en las banquetas: un monumento para no olvidar

Aunque no están dentro de un panteón, las cruces como la de Don Alberto –ubicadas en la vía pública, carreteras o a la orilla de ríos– son conocidas oficialmente como cenotafios, palabra griega que significa tumba vacía.

El origen de esta tradición es impreciso. Algunas versiones (como la del Diccionario Histórico publicado en 1828) señalan que estos monumentos originalmente se colocaban en honor de aquellos, cuyos cuerpos no habían sido encontrados después de una guerra o de algún otro acontecimiento, con el objetivo de que tuvieran un lugar para descansar.

Al principio, las cruces en las banquetas estaban reservadas para personajes públicos. Por ejemplo, en la CDMX existen enormes cenotafios, como el Hemiciclo a Juárez y el Monumento a los Niños Héroes. Se cree que esta tradición llegó a México durante la época colonial y, al igual que otras costumbres referentes a la muerte, se fusionó con las de la época prehispánica.

Lo cierto es que los mexicanos adoptamos esta tradición casi sin darnos cuenta.

Foto: KARLA ALMARAZ

La creencia popular dicta que las cruces se sitúan en el lugar más próximo a donde alguien murió, con el fin de que su alma encuentre el camino hacia el descanso eterno, especialmente porque los cenotafios se colocan exclusivamente cuando se trató de una muerte inesperada, por ejemplo un accidente de tránsito o un asesinato.

Si bien este tipo de monumentos están ligados fuertemente a la religión católica, los cenotafios son también una muestra de cómo los mexicanos nos relacionamos con el espacio público y todo lo que acontece en él.

Lee aquí: ¿Qué nos mata según nuestra edad y género?

“En México tenemos una relación con lo religioso que se expresa en la vía pública, que implica que vamos a poner algunas marcas que sean las que finalmente crean una geografía religiosa. No se pueden entender estas cruces si uno no comprende la cantidad de capillitas populares que hay”, explica a Chilango el Doctor Hugo José Suárez, investigador de la UNAM.

Además de ser parte del duelo de los familiares, las cruces en la banqueta permiten recordar que justo en ese punto pasó algo fuera de lo común y le dan otro significado a ese espacio, que se puede sentir como algo propio.

“No se ponen cruces donde la gente murió de manera natural sino cuando ha sucedido algún tipo de accidente, algún tipo de irrupción de la vida cotidiana. La significación hay que verla por ese lado: marcar el lugar de lo extraordinario y hacerse dueños de ese espacio”, explica el investigador.


Basta con caminar por distintas calles de la CDMX para encontrarte con algún cenotafio. Si bien hay algunos que con el tiempo se han quedado en el abandono, hay otros que son decorados y cuidados religiosamente por familiares de los fallecidos, como las ocho cruces ubicadas en la avenida Arteaga y Salazar, esquina con Prolongación Avenida Juárez, en Cuajimalpa, las cuales marcan la misma fecha: 11 de enero de 1987.

Aquel día, una camioneta cargada con pirotecnia partió desde el pueblo de San Pablo Chimalpa. Sus ocupantes tenían la misión de llevar el cargamento a la fiesta de San Bartolo Ameyalco; sin embargo, al llegar a la zona de Tinajas sufrieron un accidente.

Luego de 32 años, aún no está claro qué ocasionó la explosión, pero vecinos de la zona todavía recuerdan cuando la pirotecnia y la camioneta estallaron.

Actualmente, la cruces están decoradas con flores propias del Día de Muertos. Incluso, cada aniversario luctuoso, los familiares realizan una misa en el lugar, llevan música y flores, y mantienen vivo el recuerdo de sus seres queridos.

También lee: De chilangos y tragones… ¿qué tan llenos están los panteones?

Pese a que es una tradición que llega a todo México, no existe un número preciso de cuántos cenotafios hay, pues aunque está prohibido intervenir las banquetas, por lo menos en la Ciudad de México no hay una regulación respecto a estos símbolos, cuyo costo oscila entre los 800 y 2 mil 100 pesos, dependiendo del número de adornos que se le pongan a la cruz, de acuerdo con herrerías consultadas.

Si en la CDMX se colocaran cruces en las banquetas por cada persona que pierde la vida en un accidente de tránsito, tan solo en lo que va de este año ya se habrían colocado 478 cenotafios, de acuerdo con los reportes trimestrales de la Secretaría de Movilidad capitalina.

En lo que respecta al Estado de México, de enero a septiembre de este año ya se habrían colocado 659 cenotafios en memoria de quienes fallecieron en hechos de tránsito, de acuerdo con cifras del Centro Nacional de Información.

Los chilangos no olvidamos y exigimos justicia

Tal vez por estar entre el ajetreo propio de vivir en una de las ciudades más grandes del mundo, no nos damos cuenta (o nos hemos acostumbrado) a estar rodeados de monumentos que nos obligan a no olvidar sucesos importantes.

Adicional a las cruces en las banquetas y lejos de la religión, en la Ciudad de México hemos adoptado otras maneras de recordar a aquellos que ya no están. Un ejemplo de esta tradición son las bicicletas blancas, cuya iniciativa surgió en Estados Unidos y fue adoptada en la CDMX en 2009.

La iniciativa consiste en pintar una bicicleta de blanco y encadenarla en el lugar donde un ciclista perdió la vida a causa de un hecho de tránsito. La idea es recordarlo, honrar su memoria y a la vez pedir justicia, así como exigir mejores condiciones viales para los ciclistas que diariamente transitan por la capital.

La primera bicicleta blanca en la CDMX fue colocada en el cruce de Avenida Coyoacán y Mayorazgo, en memoria de la ilustradora Liliana Castillo Reséndiz, quien falleció en mayo de 2009. Tan solo en 2017, se calcula que 498 ciclistas sufrieron algún accidente, de acuerdo con cifras del INEGI.

Te recomendamos: ¿De qué morimos los chilangos?

Además, en la capital existen seis antimonumentos que no solo nos recuerdan feminicidios, desapariciones como el caso Ayotzinapa y tragedias como la de la guardería ABC, sino que enmarcan la exigencia de justicia.

A diferencia de las cruces en las banquetas, las cuales están destinadas a permanecer indefinidamente, los antimonumentos buscan crear consciencia en la sociedad y permanecerán hasta que cada uno de los casos pendientes sea esclarecido.

***Este trabajo es parte de un proyecto de colaboración entre Chilango y Yahoo en Español.