Soy el anciano que le grita a la nube. Los festivales ya no son lo que eran antes. Bueno, algunos han evolucionado logrando mantenerse fieles a su misión, como MUTEK. Otros, como el Corona Capital, han crecido de manera impresionante, pero para conseguirlo han sacrificado a los artistas riesgosos y casi todo lo que suene a vanguardia. Es un festival agradable, imposible negarlo, pero predecible. Su cartel lo integran artistas que han sido fichados porque suman millones de likes y followers en plataformas y redes sociales actualmente, algunos actos que fueron particularmente importantes en otra década y artistas emergentes de diferentes calibres. La combinación arroja buenos momentos, no lo neguemos, pero también hubo ratos largos en los que este columnista no sintió ninguna motivación para recorrer los cientos de metros que separan un escenario de otro, lo cual creo que nunca me había pasado. Esto fue lo que más me gustó.

La excelencia de los Chemical Brothers. Con una producción muy inferior a las que han presentado en otras ocasiones, este dueto de Manchester sacudió el Autódromo y dejó a Lorde (programada a la misma hora) cantándole al desierto. Solo con su música —muchas novedades y algunos hitazos—, sumada a algunos visuales reciclados de otras giras, lograron un espectáculo inolvidable, en el que el público jugó un papel fundamental. Lo único problemático de su actuación fue que se les designó un escenario que resultó insuficiente para la cantidad de personas que tenían ganas de bailar con sus beats ácidos.

Qué grupo tan importante es Nine Inch Nails. Qué bien ha envejecido. Qué bien suena. Qué elegante iluminación la que los acompaña. Qué gran delantero es Trent Reznor. Qué impresionante manera de capturar y proyectar en las pantallas lo que ocurría en el escenario. Qué buen set nos ofrecieron, repasando sus canciones más emblemáticas. Un grupo clásico e irrepetible que estuvo a la altura de su historia.

The Jesus & Mary Chain y New Order son dos grupos que nos visitan con cierta frecuencia. ¿Era necesario traerlos de nueva cuenta a este festival? Soy gran entusiasta de ambos, y los primeros me parece que no han perdido pegada al paso de los años, pero creo que habría que pensar en otros artistas que no han venido o que hace mucho no pisan estas tierras.  Sé que programar un festival no es cosa fácil, que cada vez los intermediarios entre el promotor y el artista se ponen más sus moños, pero es necesario rascarle por otro lado.

Contra mis pronósticos, Robbie Williams vino a ofrecer un gran espectáculo, que es digno de encabezar cualquier festival. Yo pensaba que estaba pasado de moda y que el interés en su música había disminuido en estos años, pero me equivoqué tremendamente. Sigue atrayendo a las multitudes, sus canciones, aunque frívolas y/o cursis, tienen grandes melodías, y es un showman de primera. Pero la materia prima de su actuación es el carisma que derrocha, la voluntad de reírse de su público y de sí mismo, de no tomarse en serio, su capacidad para transmitir que él está ahí para que todos se la pasen bien. Y además tuvo el arrojo de sacar a su padre, enfundado en un elegante smoking como de otra era, a hacer un dueto con él. Eso es valor.

Mientras escribo esto, veo el cartel de los Lollapalooza en Sudamérica y francamente se llevan de calle al Corona. ¿Por qué no podremos tener un festival de ese nivel por acá? No tengo idea. Quizá porque con lo que ofrece el Corona es más que suficiente para agotar los boletos y sumar patrocinadores. Además, la gente que va se la pasa bien, está feliz, comparte sus selfies, entra a las activaciones corporativas a que le regalen lo que sea y le aplaude a todos los artistas. Y pareciera que, ante eso, cualquier opinión contradictoria —como esta— sale sobrando.

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