Recibir el pedido del supermercado y rociar todo con desinfectante antes de ponerlo en su lugar. Preparar desayuno, comida y cena cada día porque ya no vas al comedor de la empresa. Lavar las montañas de trastes sucios que resultan de esas comidas en casa. Trapear, sacudir y sanitizar superficies por tercera vez en la semana. Enfrentar que el cesto de la ropa sucia está lleno de nuevo porque en pandemia no aplica aquello de que los pantalones de mezclilla “todavía aguantan otra puesta”.

Hacer cuentas y pensar cómo cubrir el aumento en la luz, el agua, el gas y el internet que ha resultado del “quédate en casa”. Revisar que el arsenal de artículos de limpieza, cubrebocas y alcohol en gel aún tenga reservas suficientes. Conseguir un termómetro y un oxímetro. Imaginar las comidas de la próxima semana y hacer la lista de compras.

Procurar que tu hija o hijo logre mantener la atención en la pantalla, revisar que haga la tarea, tomar fotos de todo para enviar la evidencia a la profesora por correo electrónico, inventar alguna estrategia para que haga un poco de actividad física, cortarle el cabello y encontrar nuevas maneras de contestar a sus preguntas sobre cuándo podrá ir a casa de la abuela y regresar a la escuela.

Asumir la tremenda responsabilidad de cuidar a tu padre, que se contagió; conseguir sus medicamentos y asegurarte de que los tome; registrar su temperatura, saturación de oxígeno, presión arterial y frecuencia cardiaca tres veces al día; mantener comunicación constante con la geriatra; investigar desesperadamente en todos los grupos de WhatsApp si alguien te puede prestar un concentrador de oxígeno; llevarle comida, lavar su ropa, desinfectar el baño cada vez que lo use y hacerlo todo siguiendo un protocolo estricto de higiene para que no se contagien ni tú ni el resto de la familia.

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¿Lo habías pensado? ¿Te parece exagerado? Hace casi un año que arrancó la política de confinamiento por covid-19 en México y esta extensa lista de tareas se ha multiplicado sin cesar desde entonces.

Es chamba indispensable para mantener a las familias con salud y bienestar, no sólo ahora que enfrentamos una pandemia, sino en general en la vida cotidiana. Si no te ha tocado entrarle, seguramente alguien más lo está haciendo por ti y es muy probable que esa persona sea una mujer.

De acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), cada mujer dedica en promedio 40 horas a la semana al trabajo de cuidado no remunerado, mientras que cada hombre dedica 13 horas.

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Sí: el aseo de la casa, la preparación de alimentos, la planeación de las compras y administración del presupuesto, la crianza de niñas y niños, el cuidado de personas enfermas o con discapacidad; en resumen, todas las actividades que nos brindan bienestar y que sostienen la vida, son trabajo.

Al no existir un pago de por medio se pierde de vista su valor económico, pero el cálculo de INEGI es que en 2019 el trabajo de cuidado representó el 22.8 por ciento del PIB.

Antes de la pandemia las mujeres ya teníamos dobles jornadas (la del trabajo pagado y la del trabajo de cuidado), y el confinamiento nos ha sumado varias más, en las que realizamos labores de enseñanza, cuidado de pacientes con covid-19, prevención de nuevos contagios, contención emocional, entre muchas otras.

Enfrentamos el riesgo de que niñas y adolescentes abandonen la escuela o que mujeres que hoy tienen un ingreso propio renuncien a sus trabajos remunerados para asumir la excesiva carga de cuidados de sus hogares. Décadas de avance hacia la justicia de género podrían perderse en un solo año.

¿Y qué hacemos? Para empezar, repartir el trabajo de cuidado entre todos los integrantes del hogar y no esperar que sólo las mujeres nos encarguemos, además de exigir que el sector privado y el Estado hagan su parte.

Las empresas y organizaciones deben diseñar políticas que permitan a las personas trabajadoras, hombres y mujeres, conciliar su actividad profesional con las labores domésticas y de cuidado.

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Por otro lado, el Estado tiene la obligación de garantizar el acceso a servicios de cuidado de calidad, públicos o privados, para la infancia, personas mayores, pacientes con enfermedades agudas o crónicas y población con discapacidad. El camino para lograrlo es exigir la creación del Sistema Nacional de Cuidados.

El covid-19 no solo representa una crisis sanitaria y económica: también es una crisis de cuidados. Nos toca, desde las familias y nuestras comunidades, organizarnos mejor, liberar a las mujeres de la carga y distribuirla más equitativamente.

Pero al gobierno y el sector privado también les toca construir un sistema nacional integral que permita que millones de mujeres se mantengan en el mercado laboral, o regresen a él, sin que esto implique desproteger a quienes requieren cuidados.

Si hemos sobrevivido a la pandemia hasta ahora es en gran parte por los cuidados que hemos dado y recibido, pero esta responsabilidad no puede seguir recayendo en los hogares y en las mujeres. Necesitamos un Sistema Nacional de Cuidados que garantice el derecho de todas las personas a cuidar y ser cuidadas, y nos permita desarrollarnos y crecer en igualdad y con justicia.