Bob Dylan aparecía en las listas de posibles ganadores del Premio Nobel de Literatura por lo menos desde hace 5 años. Pero es probable que nadie haya tomado en serio aquella previsión hasta que se cumplió el pronóstico.

El jueves 13 de octubre del año pasado, la Academia Sueca anunció que había decidido entregar el galardón al cantautor estadounidense por ser un gran poeta en la mejor tradición de la lengua inglesa, en la que se inscriben desde Milton hasta William Blake.

Quienes otorgan el Nobel sabían que las preguntas no se dejarían esperar, probablemente encabezadas por la de si una canción podía aspirar a ser literatura. Sobre ello, Sara Danius, la secretaria permanente de la Academia Sueca, aludió a los casos de Homero y Safo; escribieron poesía que hoy leemos, pero que hace más de dos milenios fue escrita para ser dicha en voz alta y algunas veces acompañada de instrumentos.

«Creo que Bob Dylan merece ser leído como un poeta», dijo Danius en aquella ocasión.

Dylan tardó un par de semanas en hacer saber al mundo su reacción. El Nobel no modificó su habitual relación con las entrevistas. Y no sabríamos bien a bien su opinión sobre el premio y sobre el vínculo de lo literario con lo lírico hasta hace semana y media, cuando la Academia Sueca dio a conocer el discurso íntegro con que Dylan aceptó el premio. El discurso era uno de los requisitos para recibir el premio –el plazo para entregarlo estaba a punto de cumplirse cuando Dylan lo hizo llegar a la Academia– y los cerca de 900 mil dólares que incluye el reconocimiento.

En su discurso, que fue entregado en una grabación a la Academia, Dylan hace un recuento de la influencia que tuvo lo mismo aquel concierto de Buddy Holly –en el que intercambiaron miradas por segundos y que dejaría huella permanente en la convicción de Dylan para dedicarse a la música– que la lectura de Moby Dick, de Herman Melville; de Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, y de La Odisea, de Homero, tres libros que conoció en su época escolar pero que se mantendrían entre sus favoritos, como lecturas recurrentes.

Dylan habla de las resonancias bíblicas de Moby Dick y vincula la historia de sobrevivencia que yace detrás con el tema de muchas de sus canciones.

Sobre Sin novedad en el frente, que describe como una historia de horror, sostiene que se trata de un libro en el que uno pierde la inocencia y la fe en la humanidad, que hace vivir en carne propia la vida y muerte del joven soldado que lo protagoniza. Dylan confiesa que después de terminar el libro, jamás volvería a leer una novela de guerra.

Sobre el poema épico atribuido a Homero, cuenta que se ha colado de diversas maneras a muchas de sus canciones, como ha sucedido en letras del cancionero estadounidense que narran el regreso a casa.

«Tanto yo como otros compositores nos hemos visto influidos por esos mismos temas, aunque puedan significar muchas cosas diferentes. Si una canción te conmueve, eso es lo único importante. No tengo que saber qué significa una canción. He puesto todo tipo de cosas en mis canciones, y no voy a preocuparme en todo lo que puede significar. Cuando Melville puso todas esas referencias bíblicas, teorías científicas, doctrinas protestantes, y todo ese conocimiento sobre el mar en una sola historia, no creo que se haya preocupado por ello, por todo lo que eso significa.»

Tras hablar de sus influencias musicales y literarias, Dylan sostiene que las canciones son una cosa muy distinta a la literatura.

«Son para ser cantadas, no leídas. Las palabras en las obras de Shakespeare se supone que fueron escritas para ser interpretadas sobre el escenario; como las letras de las canciones lo fueron para ser cantadas, no leídas en una página.»

Antes de finalizar el discurso, Dylan expresa un deseo: que sus letras sean escuchadas como fueron pensadas, en un disco, en un concierto o “como sea escuchada la música por estos días”.

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