La cosa es que en realidad nadie se lo
esperaba: un buen lunes en la noche nos enteramos de que Miss Universo lo había
ganado una mexicana
. Una tal Jimena Navarrete de la que nadie sabía nada, antes
de esa noche.

De pronto, el mundo explotó: que sí, claro, las tapatías son tan
guapas
; que sí, Tiziano ferro es un idiota desde siempre pero esa noche a él por
fin le quedó claro; que sí, todo es parte de un complot por el bicentenario o
porque quieren hacernos olvidar que, dos días después, tendríamos 72 muertos
(más) en Tamaulipas.

Mientras tanto, Jimena se convertía en celebridad: sus
followers en twitter, igual que el número de fans en su club, crecía sin
medida; todo mundo descubrió que sí: es hermosa, la condenada.
Pero nunca del todo: al final, lo otro se queda; seguimos creyendo, ya sea muy
en el fondo, ya sea a flor de piel, que esta Miss Universo huele chistoso…, que qué
casualidad que fue en el Bicentenario.

Claro, con razón no ganamos el mundial:
nos tenían reservado otro concurso para paliar quejas.

Al final, el que el premio sea legítimo o no
da igual: lo otorga Donald Trump y, no nos engañemos, la chamaca
sí está guapa y no porque ella haya ganado todos nos volvemos güeros. Sobre el
complot por el Bicentenario
y la pantalla de humo por la guerra contra el
narco, tampoco nos engañemos: aunque no sea parte de un complot, es todo muy
conveniente.

Así que felicidades Jimena: nosotros nos sentimos orgullosos de
vivir en un país con gente bonita
(aunque hagan falta millones de cosas más).
Sobre la importancia del premio, el complot, el Bicentenario, y todo lo otro
que pasa, sin complot y frente a nuestras narices, sólo podemos otorgarle a
México otro premio: el de Miss Pelotas.