¿Se acuerdan de ese capítulo de Los Simpson en el que Maude Flanders se quejaba de que nadie en el pueblo pensaba en los niños? ¿A poco no esta semana fue como repetir una y otra vez esa escena en este país?, en cada casa, en cada discusión de sobremesa.

Y es que sí: el hecho de que se haya aprobado que las parejas del mismo sexo puedan adoptar niños es un paso enorme como sociedad civil. No se puede decir lo mismo de la discusión que ha girado en torno a esta apertura: mientras muchos festejamos y nos sentimos parte de un país más libre, más abierto (tendríamos que decir también: más feliz), muchos otros se desgarran las vestiduras, condenan todo lo que consideran condenable.

Y no es que aquí en Chilango seamos radicales de izquierda; lo que sí es que intentamos utilizar con cierto éxito la lógica. Y podemos decir que, hasta ahora, quienes se han manifestado en contra de la adopción para parejas del mismo sexo sólo se han mostrado como tontos.

Todas las razones que se dan, todos los razonamientos, suelen estar plagados de una carga moral que, en este ámbito, no tiene juego: estamos hablando de derechos civiles, no de la salvación divina. Al menos quien escribe esta editorial no ha escuchado un solo argumento válido en contra de la adopción para las parejas gay.

Antes de que nos mientes la madre, reproducimos aquí los "argumentos" más socorridos por quienes están en contra, y los rebatimos. Mira:

– "Los niños necesitan crecer en un entorno sano". Eso es cierto. Sin embargo, el hecho de crecer con dos padres del mismo sexo no implica lo contrario. Es más: muchas parejas heterosexuales le han dado un infierno de vida a sus hijos. Y a esos nadie le prohíbe procrear.

– "Los niños necesitan una padre y una madre". No: los niños necesitan un lado femenino y uno masculino, lo cual, ya se sabe, no depende del sexo. ¿Qué una niña necesita a una mujer que le enseñe cosas de mujeres, los hombres cosas de hombres? Levanten la mano todos los que aprendieron de su sexualidad a partir de un libro, o de
un amigo, o de un tío o tía, antes que de sus padres heterosexuales.

"¡Es que si los niños crecen en un entorno homosexual se volverán homosexuales!". Este es el argumento más socorrido, y también el más estúpido. Para empezar: todos los gays que viven hoy en México crecieron en un entorno heterosexual. O casi todos. Y no por ello crecieron para ser heterosexuales. Y eso está bien: la preferencia sexual va mucho más allá de lo que uno ve en la calle, en la casa, en la tele. Además, si un niño crece para convertirse en gay, ¿qué tiene? ¿No que somos muy abiertos? Lo que pasa es que no somos abiertos, sino tolerantes. Y la tolerancia, eso de "aguantar" lo que no nos gusta, es una forma disfrazada de asco.

"Que ellos hagan lo que quieran, pero que dejen que los niños crezcan como deben". Queda clara una cosa: las parejas gay que adopten lo harán con muchas más ganas y mucha más convicción que muchas parejas heterosexuales que tienen hijos no deseados. Es muy probable que los niños adoptados por gays crezcan mejor con ellos que con la pareja que no los quiso o pudo criar.

Debemos entender una cosa: el tema del matrimonio y la adopción para parejas del mismo sexo va mucho más allá de preferencias y orientaciones: es un tema de libertades civiles. Decía un filósofo que defender tu derecho es defender el mío. Quizá, en vez de discutir la moralidad en esto (y, por favor, excelentísimo señor don Sandoval Iñiguez: cierre usted el hocico), deberíamos discutir la libertad que ganamos con esto.


Y otra cosa: mientras las señoras se desgarraban las vestiduras por este tema, la COFETEL casi terminó de darle permiso a TELMEX para entrar a la competencia de medios de comunicación. Eso, por cierto, arremete nuestro derecho a no tener monopolios mediáticos. Aunque ni para qué decir esto: después de toda la discusión ilógica en torno a la adopción, pensar en que defenderemos otro derecho parece un sueño guajiro.