En el fondo del corazón, todos queríamos festejar 200 años de ser independientes. Aunque, al principio, la mayoría no daba ni tres pesos por la conmemoración, al final a muchos nos ganó el entusiasmo y decidimos darle el beneficio de la duda a Don Calderón.

Muchísima gente se reunió en Avenida Reforma y otra tanta quiso entrar al Zócalo. A eso de las 6pm todos habían ocupado su lugar, hubo quienes incluso llevaron su propio asiento: temían cansarse. Entonces comenzó el desfile: los primeros carros alegóricos prometían, nos hicieron creer que el resto de lo que veríamos sería increíble.

Sin embargo, empezamos a ver símbolos prehispánicos hechos con inflables, alebrijes sin imaginación, carros alegóricos que revelaban muy poquísima inversión y vestuario tal como el que usaría un niño en el festival de su primaria. ¡Ah!, pero eso sí, las calles aledañas a los lugares del festín estuvieron "cuidadas" por un chorro de policías, del GDF, de la Federal, militares, marines y hasta bomberos vigilaron que la fiesta llegara a buen término.

Por la noche, el desfile parecía más una procesión que una fiesta y las personas que habían peleado un lugar por la primera fila decidieron regresar a casa a ver el desfile por la tele, como les habían dicho que lo hicieran. Nadie nos dijo que fuéramos a Reforma a maldecir lo chafísima que les quedó.

Ya después tocó escuchar a López-Doriga y a Micha. Pobres. Qué triste que su guión –¿o fue su cabezota?– no les permitiera decir la neta y ver más allá. Para ellos, el desfile quedó monumental: superó sus expectativas. Creo que ellos no vieron lo que la mayoría.

¿Dónde quedaron esos más de 2 mil millones de pesos de inversión? Ah, sí, en seguridad.

Al final no hubo atentados ni masacres, como tanto temíamos algunos. Sólo hubo decepción. La culpa la tuvo todo lo que prometieron. Olvidamos que son políticos y que su chamba es esa. Una vez más pecamos de ingenuos.

Que levante la mano quien vaya a festejar el centenario de la Revolución.