Los chilangos por naturaleza somos compartidos. “Mi casa es tu casa”, dice la expresión popular, y tiene mucho de cierto, pues en esta ciudad de millones no queda de otra más que compartir: pasarse el chicle, pasar las tres, prestar para la orquesta, que al fin nada nos cuesta.

Sin embargo, pese a nuestra generosidad, de escuincles todos nos llegamos a hacer guajes (no lo nieguen), por lo menos una vez para no prestar nuestras canicas, las pelotas o la reata; para no darle de nuestro Miguelito o de nuestra torta a los cuates en el recreo. ¿O a poco no?

Por ello, hemos elaborado esta lista de cosas que hacíamos de chamacos para no convidar nada a nadie.

1. Escupirle a tu refresco. ¡Nunca fallaba!, pues nadie te iba a querer tanto como para probar tus babas, aunque tampoco faltaba el conchudo y atascado que terminaba por perderte el asco.

2. Decir que pica mucho. Otra estrategia muy chévere era vaciarle la salsa chamoy a tus palomitas y hacerles creer a los demás que se trataba de salsa Valentina (¡y de la negra!). Esto alejaba a cualquier gorrón, por muy atrevido que éste fuera.

3. Morder el pan para apartarlo. Si en tu casa había hartos carnales que se disputaban el pan a muerte, nada como darle una pellizcada a los biscochos o una buena mordida a las teleras para apañar la codiciada pieza. Más aun si se trataba de algún apastelado con relleno.

4. “Está descompuesto”. La frase era muy útil cuando alguien te pedía prestado algún juguete, de esos que todos anhelaban y sólo tú poseías: el coche de control remoto, la muñeca que habla sola, el “Arturito” (versión pirata del R2D2) de la Guerra de las galaxias…

5. Fingir estar castigado. Cuando te caía la chamaquiza en tu cantón para que los invitaras a jugar Nintendo, nomás decías “es que estoy castigado y no me dejan jugar”, y ya con eso te ahorrabas la molestia de compartir tus videojuegos.

6. Apretar la bolsa de papas. Cuando te compraban tu bolsota de papas bien llenota —hasta la mitad—, dolía en el alma convidarle a quien sea de tus sagradas frituras. De tal modo, para no convidar y al mismo tiempo no quedar como un tacaño de primera, ofrecías a la gente de tu bolsa, pero sujetándola bien machín; así no salía más que una papa (y eso, de las más chirris).

7. Estornudarle a tu comida. ¡A-a-a-a-ahhh-chuuuuu! ¿Quién iba a querer probar del sándwich de un infante gripiento? Nadie en su sano juicio. Es más, cuando hacías esto no había quién se quedara cerca de ti; así hasta comías más a gusto.

8. Llevar tortas de chile pa’ los gorrones. En el recreo siempre había algún gandalla conchudo que nunca llevaba nada pa’ comer y quería gorrearte de tu lonche. Sin embargo, había un remedio infalible para tal abuso: invitarle un bolillo suavecito, calientito, con bastante pierna española dispuesta en varios dobleces, y en el mero centro… ¡toma, pelón, tu cachucha!, 17 chiles de árbol picaditos finamente.

9. Echar tus chicles o pastillas de sabores en cajas de medicina. Ningún loco te iba a pedir que le compartieras de tus medicinas, así que las cajas de Mejoralito o Desenfriol eran el camuflaje perfecto para esos dulces exquisitos.

¡Ah, chilango!, ¡qué no hacíamos con tal de no compartir! En fin, recordar es vivir de nuez, y como la canija curiosidad nos corroe las entrañas, cuéntanos tus experiencias de chavito: ¿qué otras cosillas hacías para no convidarle de lo tuyo al prójimo?


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