Hacer ejercicio llena de vida al organismo entero.
Un tipo hipocondriaco como pocos, llamémosle Pedro, llevaba meses con una gastritis intratable. Comía poco, vivía en las náuseas, el esófago le quemaba todo el día. La novia, cansada, lo había dejado. Vivía enfermo.
Un primero de enero decidió que era suficiente y, el lunes siguiente, se encontraba dando sus primeros pasos en el gimnasio. Llevaba años sin hacer ejercicio alguno y esperaba encontrar algún refugio en la actividad física.
Achacado también por el cigarro, en un principio le costó el alma. Tosía los pulmones y las agruras le ganaban. Pero siguió y logró lo que parecía imposible: al mes de ejercitarse la gastritis había desaparecido, la soledad soltera se había asentado y se sentía bastante pleno.
Pasaron pocas semanas y aquella novia que lo había dejado, adorada, regresó con él. “Mente sana”, dicen, “en cuerpo sano”.